Me costó dormirme. Amy se demoró en el primer piso después de cenar, para explicarles bien a Ann y Edward lo que se pondría en movimiento apenas Price cruzara las puertas de Casa Blotter. Trisha arrastró los pies por el corredor del segundo piso hasta su habitación, todavía quejándose que le dolían las rodillas. Y golpeaba a mi puerta cinco minutos después, dando saltitos de entusiasmo por las comodidades de su baño.
—¡Ya mismo me tomaré un baño con aceites relajantes! —exclamó.
—Baja la voz —la regañé, señalando la habitación de los mellizos—. ¡Es tarde!
—Oh, lo siento —susurró cubriéndose la boca—. ¿Los niños fantasmas van a la cama temprano? ¿En verdad duermen?
—Lo ignoro. Deberías preguntarles tú misma mañana. Temprano por la mañana, porque te despertaré a las siete.
—¿Estás loca? ¡Mi religión no me lo permite! Levantarme antes de las diez es un pecado mortal.
—Como gustes. Los famosos llegan a las nueve.
Me miró como si la hubiera acuchillado por la espalda, meneó la cabeza y se alejó arrastrando los pies y gruñendo por lo bajo. Me tragué la risa y volví a cerrar la puerta.
Sí, los famosos estarían aquí en sólo diez horas. Y el cosquilleo de mis dedos se mezclaba con el hueco en mi estómago, al punto que ya no sabía cómo me sentía realmente.
Cuando logré dormirme, mis sueños reflejaron mis emociones encontradas de forma tan exagerada que después de correr por mi vida durante horas en un laberinto de paredes rojo sangre, me descubrí en los brazos de Price. Y cuando se inclinó para besarme, su piel se volvió negra, sus ojos rojos, unos colmillos horribles reemplazaron sus dientes caninos y le salieron un par de alas de murciélago gigantes. Sí, se convirtió en un demonio y trató de arrancarme la cara con sus garras putrefactas.
Gracias a Dios me despertó el horror. Me descubrí sentada en la cama, cubierta de sudor, jadeante, el corazón latiendo en mi garganta en vez de mi pecho.
La pelotita sobre la cajonera destelló.
—Soy Lizzie. ¿Estás bien?
—Sí, sólo fue un mal sueño —murmuré.
—Perdón por no llamar. Estaba con los mellizos cuando te escuché.
—Gracias, Lizzie. —Miré la hora. Diez para las seis, y no sentía ningún deseo de volver a dormir, ni siquiera la hora que me quedaba—. Creo que me levantaré.
—Valeriana.
—Totalmente de acuerdo. Bajaré en veinte minutos.
Me di una ducha rápida, vestí uno de mis nuevos conjuntos rurales y me encaminé a la escalera frotándome los brazos. Ahora comprendía a qué se referían algunas novelas viejas al hablar de “la fría hora que precede al alba”.
Poco después bajaba al sótano con mi té de valeriana, usando la linterna del teléfono para no errarle a un escalón y bajar a los tumbos. Llegaba al pilar central cuando oí un rumor a mis espaldas, proveniente de la escalera, pero al mirar no hallé a nadie.
—Soy yo, Joseph.
—Oh, gracias, pero no era necesario.
—Nunca se sabe.
Me tragué un gruñido y fui a sentarme contra la pared junto al rincón. Y allí me quedé, bebiendo mi té sin prisa. Sonreí al sentir el calor a mi izquierda.
—Buenos días, muchacho. Llegan hoy —dije—. Tal vez podamos sacarte de aquí antes de lo planeado.
—Cuidado.
—¿Joseph?
—No hablé.
—¿Kujo? ¿A qué te refieres?
—Brandon tramposo.
—Sí, preciso tenerlo presente. Tengo este mal presentimiento, ¿sabes? Qué viene por algún motivo que no tiene nada que ver con nosotros. Me refiero al ritual para romper el hechizo que te tiene aquí encadenado.
—Engreído.
—Eso ya me di cuenta.
—¿Creen que intentará algo?
Era obvio que ése había sido Joseph. Me encogí de hombros con una mueca. —Creo que eso es lo que me tiene en ascuas. ¿Podría lastimarte, Kujo?
—Venganza. Amy sabe.
—Bien, le preguntaré tan pronto la vea.
Nos quedamos en silencio. O sea, yo me quedé en silencio. Si Joseph y Kujo hablaron algo más, nunca llegué a saberlo. Cuando terminé el té, incliné la cabeza para que Kujo me tocara la frente y volví a subir. Escuchaba el tintineo de vajilla en la cocina, y hallé a Amy, bien despierta y levantada como yo.
—Parece que estamos todos demasiado ansiosos para dormir —comenté.
—Demasiada tensión en el aire —asintió.
Le conté lo que Kujo acababa de decir y nos sentamos a las cabeceras de la mesa, en caso de que los Blotter quisieran unírsenos.
—Ayer, Kujo revivió para mí el momento en que fue encadenado, y me preguntaba… Aguarda, no le dije nada de eso.
—Lee la mente.
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Editado: 22.07.2023