No me gustaba eso de regresar a la mansión como si no estuviera ocurriendo nada, pero lo hice. No es que me costara separarme del príncipe Cazador. Se relacionaba más con ese hueco en el estómago que me aconsejaba no dejarlos solos, sin vigilancia.
Encontramos a Trisha desayunando en pijamas en la cocina, compartiendo la mesa con los mellizos, que intentaban usar sus pizarras para practicar ortografía bajo la supervisión de Lizzie. Mi amiga nos recibió con una sonrisa radiante, tazón y waffle en sus manos y una mancha de mermelada en la punta de la nariz.
—Me vendré a vivir aquí —dijo muy contenta cuando entramos—. Pasaré el resto de mi vida malcriando a estos niñatos adorables y platicando con Lizzie. Y si tienes algún problema, ya puedes buscarte un nuevo hogar.
Sonreí, feliz de ver que mi amiga se adaptaba y encajaba tanto mejor de lo que había esperado. Amy me hizo una seña discreta y la seguí al salón oriental, palmeando el hombro de Trisha al pasar a su lado.
Amy aguardó que me sentara en el sillón bajo la ventana, que acomodara las tablets y desconectara la internet de mi teléfono. Alzó la vista, como para cerciorarse que los Blotter estaban allí con nosotras y me enfrentó con la expresión más seria que le viera jamás.
—Ese hombre no es él mismo —dijo, directo al grano—. Está siendo manipulado por sus parásitos como una marioneta.
Oí el bip-bip del teclado táctil y esperé que Joseph hablara. Como continuaba tipeando, pregunté: —¿Cómo lo sabes?
—Lo vemos —respondió Edward con la app de la otra tablet.
Amy frunció el ceño, buscando la mejor forma de expresarse. —Si pudieras ver los parásitos, notarías que de pronto uno comienza como a latir, y de la nada, Price se vuelve arrogante y peleador. Entonces otro parásito pulsa y se pone loco por sus medicamentos, y así.
—No queda nada de él —terció Ann desde mi teléfono.
Joseph terminó de tipear y tocó el ícono del TTS. —Ha estado tanto tiempo bajo la influencia de esos parásitos, que su personalidad se ha disuelto. No es más que lo que los parásitos quieren que sea.
Me envaré contrariada. Amy meneó la cabeza con una mueca, y lo que dijo a continuación me hizo estremecer.
—No estamos lidiando con una persona como tú o como yo, Fran. Sus aspectos emocional, psicológico y energético ya no existen. En este momento, es una cáscara de carne, que se limita a generar y proveer la clase de energía que los parásitos exigen.
—Kujo tiene razón: es peligroso —dijo Edward, y me sorprendió que usara el nombre, cuando sólo una semana atrás aún lo llamaba demonio.
—¿A qué se refieren?
Amy se volvió hacia el espacio entre la tabla de café y la puerta del salón.
—¿Esas cosas tienen alguna clase de inteligencia? —preguntó—. ¿Suficiente para reconocer amenazas a su existencia?
—Lo ignoro —respondió Joseph—. Kujo la tiene.
—Necesitamos mantener la mansión bajo llave hasta que esté limpio. No tenemos idea lo que pueden empujarlo a hacer.
Alcé una mano, pidiendo una pausa para digerir lo que sugerían.
—¿Creen que los parásitos lo pueden obligar a hacer algo? Porque lo de los cambios de humor lo entiendo. Lo que describiste suena a condicionamiento de Pavlov: los parásitos aprendieron que aprietan tal botón y reciben comida. Así que le provocan una migraña para causarle dolor y hacerlo tomar sus píldoras, ahí tienes alimento para dos. Pero lo que ustedes insinúan va mucho más allá.
—No podemos ayudar mucho — dijo Ann.
—La abuela tiene razón —coincidió Joseph—. Podemos vigilarlo.
—Pero no podemos detenerlo —completó Edward.
Amy logró sonreír. —Y eso ya es mucho. Nosotras nos encargaremos del resto. Somos tres, y apuesto a que los caseros echarían gustosos a los forasteros.
El silencio que siguió no me gustó nada, porque daba la impresión que los Blotter estaban diciendo algo que no querían que yo escuchara. Amy se anticipó a mis preguntas.
—Hora de limpiar a tu amiga, Fran. Si queremos terminar la limpieza en lugares separados, precisas aprender las plegarias. Prepararé la cocina mientras ustedes se cambian, porque nos mojaremos.
Me incorporé intentando devolverle la sonrisa. —Sólo si usamos agua caliente.
Apenas puse un pie en el primer escalón para subir, un golpe en el sótano reverberó por todo el primer piso. Corrí a la cocina y encontré a Trisha paralizada a medio camino de la puerta trasera, donde Isaac llamaba. Distinguí a Price pocos pasos tras él. Trisha me oyó irrumpir en la cocina y se volvió hacia mí con mirada aterrorizada.
—¿Qué son esos golpes? —susurró.
—¡Amy! —llamé a toda voz, apresurándome hacia el sótano.
Otro golpe me sacudió mientras bajaba la escalera.
—¡Tranquilo, Kujo! —exclamé, apresurándome hacia el rincón—. Sí, están aquí. Te dije que llegarían hoy.
Oí un gruñido desde las sombras, pero no más golpes. Me agaché frente al rincón y aguardé.
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Editado: 22.07.2023