No debería sorprender a nadie que haya soñado con él toda la noche. Que trepaba a mi ventana, y me besaba apenas la abría para dejarlo entrar. Por supuesto que el sueño no terminaba ahí, pero les dejo la tarea de imaginar el resto. Desperté a las ocho treinta de una mañana fría y brillante, sintiendo que había dormido como doce horas seguidas, llena de energía, del mejor humor y lista para enfrentar lo que viniera.
Me vestía mirando hacia afuera cuando recordé mi sueño y reí, meneando la cabeza. Mejor que me calmara un poco, porque iba a hacer el ridículo. El paisaje desde la ventana parecía llamarme, así que vestí mis ropas de correr y bajé ya trotando.
Encontré a Amy en la cocina, preparando el desayuno. Ella también se veía contenta y rebosante de energía.
—¿Sales tan temprano? —preguntó, tendiéndome un tazón humeante.
—No, gracias. Es una mañana demasiado linda para estar dentro.
—Mírate, toda una deportista.
—¿No quieres venir?
—Paso, gracias.
—Tú te lo pierdes.
Me dirigía a la puerta trasera cuando entraron los Collins.
—Buenos días, Susan, Mike. Por favor recuerden que Trisha aún duerme —les dije de salida.
Al mismo tiempo que giraba hacia el jardín, se abrió la puerta de la casa de huéspedes para dar paso a Pri… Ya no pensaba en él por su apellido, así que actualicemos la narrativa. A Brandon. Nos vimos y nos detuvimos sorprendidos. Entonces advertimos que los dos vestíamos ropa de ejercicio y reímos. No precisamos una palabra: me indicó que tomara la delantera y lo guié al sendero largo que llevaba al Quabbin.
No me atrevía a mirarlo trotando a mi lado, la cara oculta bajo su gorra y sus lentes. Pero me encantaba esa sincronicidad de haber salido los dos a correr al mismo tiempo, tanto como me gustaba compartir algo tan simple y cotidiano con él.
No mostraba el menor rastro de agitación cuando llegamos al Quabbin, y se mostró sorprendido cuando me detuve y saqué mi botella de agua.
—¿Ya te das por vencida?
Asentí, sin aliento—. Hace sólo dos semanas que empecé a correr —logré responder, agitada—. Esto es lo más lejos que llego sin oxígeno suplementario.
Se encogió de hombros riendo por lo bajo.
Caminamos en silencio por la orilla hasta mi árbol caído, pero no un silencio incómodo de esos que te hacen buscar qué decir para interrumpirlo. Era tan extraño, sentirme cómoda con este tipo impredecible con quien no tenía nada en común. Aún más extraño: no me asaltó ningún recuerdo de mi sueño para hacerme sentir tonta.
Acababa de sentarme en el tronco cuando vibró su teléfono. Atendió donde estaba, a pocos pasos de distancia, y aun así pude oír la voz de Isaac hablando con su habitual prodigalidad de exclamaciones. Brandon cortó y se volvió hacia mí sonriendo.
—Isaac está revisando lo que filmamos ayer y dice que me interesará —dijo—. ¿Quieres venir?
Su invitación me tomó por sorpresa. —Yo, eh… Debería pasar por la mansión y ver si Amy me precisa.
Movió el teléfono junto a su cara, alzando las cejas. Sí, ¿no? Qué tal si me mudaba al siglo veintiuno y la llamaba. Obviamente Amy no me necesitaba para nada, y cuando le dije dónde estaría, me dio su bendición muerta de risa.
—Volvamos por el mismo camino —dijo Brandon, tendiéndome la mano para ayudarme a ponerme de pie.
El maldito me hizo trotar todo el camino de regreso. Y ni siquiera entonces estaba agitado, mientras a mí me temblaban las piernas y me quemaban los pulmones cuando llegamos a la casa de huéspedes.
—Necesitas ponerte en forma, jovencita —comentó, abriendo la puerta para dejarme pasar.
—No digas —resollé.
Isaac bajó apresurado, me saludó con una de sus amplias sonrisas y nos indicó que lo siguiéramos al comedor, donde hallé la mesa cubierta de computadoras y pantallas enormes.
—Mira, hermano. Lo tenemos desde todos los ángulos —dijo, señalando un monitor gigante que mostraba cuatro imágenes diferentes—. Ya sincronicé todo.
—Espera que voy por agua —terció Brandon.
Isaac me hizo sentar frente al monitor gigante y señaló la cafetera que trajera de la cocina.
—¿Quieres?
—No, gracias. Todavía me faltan como diez litros de agua —respondí agitada.
—¡Ja! Me alegra no haber tenido que acompañarlo. Brandon no se cansa nunca.
¿No podía decirlo de otra manera? No se cansa nunca. Ahora tendría que esforzarme para evitar que las mariposas infernales se duplicaran de sólo pensarlo.
Brandon regresó con una botella de agua para mí, y de todo el espacio disponible en el comedor, tuvo que venir a pararse justo detrás de mi silla.
—Veámoslo —dijo, descansando ambas manos en mi respaldo.
No me pregunten cómo se veían esos videos simultáneos. Me costaba mantener los ojos en el monitor. Porque verme a mí misma se me antojaba incómodo. Pero sobre todo porque cuando Brandon se inclinaba para señalar tal o cual toma, su mano rozaba mi hombro al alzarse, y su sudadera me tocaba el cabello. Lo que sí registré fue un diminuto tatuaje en su mano derecha, entre el índice y el pulgar. Parecía un símbolo esotérico, nada que yo hubiera visto jamás.
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Editado: 22.07.2023