**El título de este capítulo no se refiere a la canción de BTS, sino al histórico discurso que dio Winston Churchill cuando Gran Bretaña entró en la Segunda Guerra Mundial. Dios, las cosas que hay que aclarar jajaja**
La tenue luz dorada del amanecer llenaba el sótano cuando abrí los ojos. Amy y Trisha estaban acuclilladas a mi lado.
—Mierda —gruñí—. ¿Ya?
—Fuiste tú quien dijo al amanecer —sonrió Trisha, haciendo gala de su buen humor a prueba de balas, a pesar de que moría por dormir cuatro o cinco horas más.
—Vamos. Precisas prepararte cuanto puedas —terció Amy.
—Cuídate Fran.
—Gracias, mi muchacho.
Las seguí al segundo piso. Amy tenía todo preparado en su dormitorio. El día anterior había ido a la farmacia y se había procurado la crema especial que me pusieran en el hospital, y todo lo que precisaba para cambiar mis vendajes. Y eso fue lo primero que hicimos luego que Trisha me ayudó a lavarme de pies a cabeza y a vestir ropas limpias. De acuerdo a las fotos que Trisha iba tomando cada día, las quemaduras aún se veían terrible, aunque un poquito mejor que en la víspera. El dolor era manejable mientras tomara los calmantes.
—¿Los tomo ahora?
—El problema es que estamos lidiando con gusanos que se alimentan del dolor físico y la dependencia a medicinas —dijo Amy preocupada—. De modo que no podemos evitar alimentar uno de ellos.
—Creí que sólo se alimentaban de Price —tercié.
—También pueden absorber vibra de su entorno, y tú estarás a menos de un paso.
—¿Cuál es más fuerte? —inquirió Trisha.
—El del dolor —respondió Amy sin vacilar.
—Entonces tomaré los calmantes.
Los tragué uno tras otro y Amy me hizo tenderme en su cama y cerrar los ojos.
—Me dormiré de nuevo.
—No hay problema. Puedo trabajar mientras the echas una siesta.
—¡Aguarda, aguarda! —exclamó Trisha, y salió corriendo de la habitación para regresar con su teléfono—. Ya. Ahora puedes destriparla.
—Eso, ¿qué estás por hacerme?
—Reiki, tonta. Te ayudará a restaurar y armonizar tu energía tanto como sea posible.
—Bien, despiértame con el desayuno.
Será mala, me despertó para que me volteara y me tendiera sobre mi estómago. Los calmantes ya habían hecho efecto, y el reiki me había relajado tanto, que no tuve problema en hacer lo que pedía y volví a dormirme.
Una hora más tarde, cuando me dirigí flotando hacia la escalera, Isaac salió de mi dormitorio. Se lo veía fresco, bien despierto. Vestía jeans y una gruesa sudadera con capucha. Nada negro.
—¡Buenos días, chicas! ¿Listas para la batalla?
—Si no salió huyendo —respondió Amy.
—Ya quisieras —rió Isaac mostrando su teléfono, como para indicar que ahí tenía las pruebas de lo que decía—. Debe haber pasado la noche en vela para estar levantado tan temprano.
Pocos minutos después cruzábamos los cuatro el jardín.
—¿Qué es eso? —preguntó Trisha señalando el umbral de la casa de huéspedes, atravesado por una línea blanca.
—Sal —respondió Isaac—. Se supone que repele brujas y demonios.
—Tu amigo miró demasiado Supernatural —rió Amy.
Price abrió la puerta cuando llegábamos al umbral, cámara en mano, y retrocedió con ceño adusto, observando nuestra reacción a la sal. Cuando vio que no evitaba que entráramos, dio media vuelta y regresó a la sala. Todavía vestía enteramente de negro, pero ya había corrido todos los muebles e instalado las tres cámaras en sus trípodes, con una laptop en la mesa de café para monitorear lo que filmaban las cámaras.
—Ya regreso —gruñó.
—Dúchate —le dijo Amy cuando lo vio dirigirse a las escaleras.
Hubiera deseado ir a pararme junto al hogar en esa mañana helada, pero mis quemaduras no soportaban el calor de las llamas. No sabía cómo se las ingeniaba Kujo, pero me había mantenido a buena temperatura sin causarme ningún ardor.
Amy me tendió una botella de agua, que vacié en completo silencio, viendo cómo ella y Trisha disponían todo. Cuando terminaron, Trisha fue a sentarse con Isaac a monitorear la filmación, y Amy se me acercó para repasar lo que haríamos.
Price regresó diez minutos después, descalzo, vistiendo sólo sus pantalones playeros a la cadera, el pelo húmedo goteándole sobre los anchos hombros y el pecho de estatua griega. Una postal que habría conjurado una legión de mariposas infernales en mi estómago cualquier otro momento. No esa mañana.
Cuando vino a pararse sobre el tapiz, advertí las tres gruesas líneas rojas que comenzaban sobre las costillas izquierdas y se estiraban por su costado hasta mitad de su espalda. Notó mi mirada y alzó las cejas.
—Tu demonio amigo —dijo, su voz lo bastante dura para moler granito. Se quitó los lentes y me mostró el cardenal justo debajo de su ojo derecho—. Y uno de tus fantasmas amigos me arrojó un tazón.
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Editado: 22.07.2023