A la mañana siguiente, Boston había desaparecido en la tormenta. Brandon había planeado que fuéramos de compras, pero saltaba a la vista que no podríamos siquiera salir del hotel. Así que decretó que nos quedaríamos descansando hasta el almuerzo, y luego iríamos al spa. No que fuera a negarme.
Le robé una camiseta, todas ellas blancas o gris claro, imagínense, para llevar la bandeja con los restos del desayuno a la cocinita. De regreso al dormitorio, descubrí que se había puesto los bóxer sin mi permiso y se había sentado en la cama a escribir algo apresurado en un cuaderno gordo. Cuando me vio volver, me indicó que regresara a la cama y arrojó el cuaderno a su bolso.
Pasamos el resto de la mañana abrazados en la cama, platicando, mayormente sobre las cosas que seguía descubriendo desde la limpieza. Después del almuerzo, tuvimos que vestirnos para ir al spa. Allí descubrí que existe algo llamado suite para parejas. Nos bañamos con sales especiales, nos duchamos y nos tendimos en unas camillas mullidas y anchas para ponernos literalmente en manos de dos mujeres muy agradables. Nos aplicaron piedras de lava, cristales y aceites hasta que me sentí como una bolsa de gelatina, luchando por mantenerme despierta. Nos dejaron descansando hasta que estuviéramos en condiciones de levantarnos. El ambiente tibio y perfumado, sumado a la música relajante, hicieron que me adormeciera.
Cuando sentí las gotas de aceite que caían a lo largo de mi columna imaginé que las chicas habían vuelto para darnos otro masaje. Pero las manos que se abrieron contra mi piel no tenían nada de femenino. No me moví, disfrutando la presión firme de sus palmas frotando mi espalda. Y cuando se deslizaron bajo la toalla que me cubría de las caderas a los muslos, no hice nada para detenerlo. Desafío a cualquiera a que proponga una mejor forma de terminar nuestra sesión de spa. Especialmente porque fue tan suave y cuidadoso, que no perturbó en absoluto mi relajación.
De regreso en la suite, donde seguramente un escuadrón de empleados había trabajado contra reloj para volver a dejarla limpia y perfumada, pedimos la cena y luego volvimos a recostarnos en el sofá, como la noche anterior.
La tormenta nos retuvo encerrados un día más, hasta que decidió que ya era tiempo de seguir hacia el oeste. Pasamos todas esas horas juntos, simplemente descansando y pasándola bien. Ese día hablamos mucho del pasado, el suyo y el mío, sorprendidos de hallar tantos puntos en común: la infancia como hijos de madre soltera de clase baja, las inclinaciones artísticas, las dificultades para encontrar trabajo al terminar la escuela.
Su vida había dado un giro drástico cuando tenía mi edad. La casa donde vivía la familia de Isaac estaba más que embrujada, y decidieron realizar una investigación paranormal por diversión. En ese entonces, se trataba de un nuevo género televisivo, con sólo dos shows en cadenas de cable que competían entre sí. De modo que convencieron a los padres de Isaac de que pasaran la noche en otro lado y se divirtieron copiando lo que les gustaba de cada uno de esos dos shows.
Filmaron esa primera investigación con sus teléfonos y se hizo viral, catapultando su ignoto canal de YouTube a lo más alto del caprichoso algoritmo de la plataforma, donde aterrizó para quedarse. Habían encontrado su nicho, y se enamoraron de lo que hacían, buscando siempre nuevas formas y herramientas para obtener mejores resultados en sus investigaciones. Eso hizo la diferencia: los escasos suscriptores se convirtieron literalmente en millones, y sólo un año después, con una docena de investigaciones virales a la espalda, el canal ya pagaba las cuentas y la renta del apartamento diminuto que compartían en Carson City, Nevada.
Fue entonces que los contactó una compañía dueña de media docena de canales muy populares de cable, ofreciéndoles una hora semanal para que siguieran haciendo lo que ya hacían en YouTube, y dinero suficiente para mudarse a Los Ángeles y vivir cómodamente por al menos dos años. El resto es historia: habían reclutado a dos amigos para completar el equipo y habían filmado el piloto en uno de tantos lugares embrujados de la vecina Virginia City. La producción les permitió conservar su estilo distintivo de no investigar con camarógrafos y técnicos, sino sólo ellos, y Cazadores irrumpió en las pantallas de todo el país, convirtiéndose en un éxito instantáneo, una marca registrada que vendía millones en merchandising por año.
Pero esos eran los hechos anecdóticos. Había mucho más por debajo, algo que yo había intuido, pero no tenía idea de su peso real y cuánto había influido en moldear quién era Brandon, y cuánto había cambiado a lo largo de los últimos diez años.
Me sorprendió escucharlo hablar de las marcas que le había dejado su trabajo, cuánto lo afectaba cualquier interacción paranormal y lo duraderos que eran esos efectos, aunque ninguna cámara lo documentara. Porque sí, todo el mundo sabía que Cazadores falseaba cosas, pero en definitiva también presentaban un montón de evidencia verdadera. Por eso un simple orbe de luz recibía tres repeticiones como si fuera el poltergeist más espectacular.
Fuera como fuese, interactuar con toda clase de espíritus y entidades nunca lo dejaba indemne. Siempre acababa sintiendo una mezcla rara de misión cumplida e insatisfacción simultáneas, porque nunca hallaba ninguna respuesta concreta, y el tiempo sólo agregaba más preguntas a sus inquietudes. Sin contar que lo alejaba de la gente normal que lo rodeaba.
Porque no sabían lo que él sabía, y tampoco les importaba. Veía que todo el mundo desperdiciaba su vida luchando por acceder a lujos materiales, sin detenerse ni por un minuto a preguntarse por sus almas, por lo que ocurriría después, por lo que existía justo más allá del espectro visible.
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Editado: 22.07.2023