El límite de algo llamado: estupidez.
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Estúpida protagonista. Tenía que cagarla como siempre. Es que... ¿Por qué no podía simplemente decirle la verdad? ¿Tanto le costaba decirle a esa mujer engreída, que no aceptaría el dinero y tampoco aceptaría alejarse de su hijo?
¡Es tan estúpida!
Respiro profundo y sostengo con fuerza bruta el control de la televisión en mis manos, en un intento de mantener la cordura para no lanzarlo a la tv. Amo ver dramas románticos, pero tengo que aceptar que a veces me sacan de quicio con sus escenas tan dramáticas.
Mi teléfono suena a mi lado, así que sin mirar al remitente, lo descuelgo.
—¿Qué paso? Y espero que sea algo importante. Acabo de pausar mi drama por ti.
Su chillido fue tan alto que para no lastimar mis tímpanos tuve que alejar mi celular varios centímetros de mí.
—¡Te tengo que decir algo que te hará saltar como canguro de alegría!
—¿Qué? ¿Me vas a regalar un viaje a Corea?
Ya quisiera yo.
—No. Es algo, diría que, no tanto mejor pero si reconfortante.
—No me gusta conformarme con sobras, pero dale, dime.
Unos toques en la puerta, me hicieron soltar mi teléfono al aire. Estoy castigada por una semana. Con mi mejor amiga, Healy, nos escapamos a una fiesta sin el permiso de mis padres. Así que tengo prohibido usar cualquier aparato electrónico. Lo que no saben es que aún conservo mi teléfono de hace algunos meses.
Healy entra por la puerta de mi habitación, saltando como una loca.
—Tú ahí, sonriendo como si nada y yo aquí con el Jesús en la boca —dije, con una mano en mi pecho—. Casi da un paro cardíaco, mujer. Pensé que era mi mamá.
—Tu mamá no está en casa —Fruncí el ceño—. De hecho, no hay nadie en la casa. Pero eso no es lo que vine a decirte —Se sentó en la cama y me agarró de la cara, apretujando mis pobres mejillas. Hice el intento de decir algo pero no se entendió—. Cállate que no te entiendo. Lo que te venía a decir era que me llegó la noticia de que habrá un nuevo estudiante en el colegio.
Aparté de un sopetón sus manos de mi cara.
—¿Y que pasa? Hay estudiantes nuevos en todos los colegios.
No entendía su rara emoción. Al parecer algunas personas se cansan rápido de ver las mismas caras año tras año. Si hasta yo me aburría pero no hasta el punto de volverme una loca, maniática como mi amiga aquí, en frente.
—De verdad, Jeudy, tienes que dejar de mirar tantos dramas asiáticos, te pierdes de lo que sucede en el mundo real.
Hice un mohin. Estaba exagerando.
—No es como que me pierda de mucho —Ella me miró con cara de: "¿En serio, Jeudy?"—. Ya, termina de decirme la razón de tu aparición en mi casa.
—Te vas a cagar en los pantalones cuando sepas de donde lo transfirieron —Muevo la cabeza y las manos hacia arriba, indicándole que abra la boca y suelte todo ya de una vez por todas—. Su nombre es Lee Taein.
Por un momento, me quedo en blanco. No entendía a qué se refería y porque pensaba que un simple nombre haría la diferencia, pero, después de unos segundos de quedarme como una imbécil, analizando sus palabras, sentí como si me dieran una cachetada, haciéndome entrar en razón.
—¡No juegues, Healy!
—No estoy jugando, Jeudy.
Empecé a patalear como loca en mi cama y, en cuestión de segundos, pude imaginarme una vida con él. Así de mal y enfermiza estaba. Lo sé, bastante enferma. ¡Pero estamos hablando de un asiático! ¿Como demonios no voy a estar emocionada? Si es con lo que he fantaseado desde que me he obsesionado con los doramas.
—¿Estás fantaseando con él, Jeudy? —La miré, confundida. ¿Cómo lo sabía?—. Te quedaste mirando el techo por unos treinta segundos como una estúpida.
Ambas soltamos un chillido.
—Dios, ¿y ya lo viste? ¿Es guapo?
—No lo sé. Solo escuché a mi papá hablar por teléfono, al parecer se acaban de mudar de Australia porque su papá es australiano.
—Eres la hija del director y ni siquiera puedes conseguir una foto de él —Niego con la cabeza—. ¿De qué me sirve tenerte de amiga?
—Eh, gracias a mí, no estás repitiendo año —Me recuerda.
Y, sí, es verdad. Soy mala para los estudios, si no fuera por mi amiga, repetiría el año.
—Me gusta esta amistad donde ambas nos beneficiamos y obtenemos lo que queremos —Asentí, dándole la razón. Pero luego recordé el verdadero asunto.
—Tenemos que averiguar más cosas sobre él.
Decidimos emprender la búsqueda del asiático incansablemente y, sorprendentemente, después de mucho esfuerzo, conseguimos hallar su cuenta de Instagram. El único inconveniente era que su perfil estaba en modo privado. Sin embargo, no dudé en enviarle una solicitud de amistad. Dado que tenía más de diez mil seguidores, no parecía que uno más fuera a importarle. Quizás aceptaba las solicitudes de seguimiento de manera automática. Al hacer zoom en la imagen de perfil desde la laptop, pudimos observar algo que nos dejó boquiabiertos.