Niña loca que no conozco y que me acosa.
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Intenté escabullirme dentro de la habitación de mis padres. Necesitaba mi teléfono. El viejo que tenía solo me servía para hacer llamadas. Así que necesitaba con urgencia el mío. Ellos estaban durmiendo. No irían al trabajo hoy y yo tenía colegio, por eso estaba despierta tan temprano.
Mamá dormía con una de esas cosas que se ponían en la cara para dormir, así el sol y cualquier luz no te despertara. Y, pues, mi papá roncaba como un tractor, así que cualquier sonido que ocasionara, sería opacado por sus ronquidos. Busqué el teléfono donde normalmente solían esconderlo... en su armario, dentro de los calcetines sucios de papá. Me conocían, sabían que en cualquier momento intentaría tomarlo a escondidas.
Dios mio, pero que peste. Si esto olía a puro zorrilo muerto. Me tapé la nariz con una mano y con la otra, traté de sacar el teléfono sin que mi mano fuera infectada en el proceso. Lo tomé con éxito y tan pronto, lo hice, salí de la habitación, bajando las escaleras a piqué para salir ya de casa.
En seguida llamé a Healy.
—Por lo que veo, es una misión cumplida.
Olfateo como perro el teléfono y casi me dan ganas de vomitar.
—Logré sacarlo —dije, hastiada—. ¿Pero a qué costo? Si casi se me va pa' afuera lo que comí de desayuno.
—Mi papá no tiene creatividad, siempre deja mi celular en el mismo lugar y luego se pregunta qué cómo lo encontré —Tiene razón. Su papá es increíble pero no tiene ese don que tienen los padres para ser padres. Espero se haya entendido.
—Eres hija única, por eso tiene tanto miedo a lastimarte y te trata como si fueras de porcelana.
Colgué el teléfono tras hablar un par de minutos y quedamos, como siempre, encontrarnos en el colegio.
Me detuve en la parada de autobús y tomé el que me tocaba para llegar al cole. Me senté en el penúltimo asiento a la derecha, me puse mis audífonos y cerré los ojos por un par de minutos. Mis párpados estaban pesados y no me sorprendia. Me había desvelado. Solo hice cerrar los ojos para caer como un tomate, rindiendome ante el sueño.
Me desperté rato después cuando el timbre del autobús sonó, anunciando que había llegado a mi destino. Bajé corriendo. Healy me estaba esperando en la parada, con una sonrisa bastante grande ensanchada en sus labios. Fruncí y el ceño y le pregunté que a qué venía tanta felicidad y simplemente me contestó que a nada. Así que lo olvidé.
Markel, quien estaba parado en la entrada, uno de mis compañeros de curso que normalmente solían mofarse de mí porque me gustaban los asiáticos y según él estaba loca por escuchar música de chinos a los que no les entendía ni mierda, me sonrió en la entrada del colegio, acercándose a mí y colocando sus brazos en mi hombro.
—Ha llegado la loquita por los chinos.
Se burló, pellizcando mi nariz con su dedo. La aparté de un manotazo.
No me iba a molestar en decirle que no eran chinos, pero eso ya él lo sabía de sobra. Ambos sabíamos que lo hacía porque me cabreaba.
—¿Por qué no le declaras tu amor? —habló Healy, aún a nuestro lado.
Markel la ignoró, rodando a los ojos.
—¿Ya te enteraste? —Me preguntó.
—¿De qué? ¿De qué eres un imbécil con déficit de atención? Eso no es novedad, Markel.
Con la mano que tenía en mi hombro, sacudió mi cabello, tal cual niño de primaria. Empezó a caminar de espaldas, frente a nosotras.
—Ya quisieras que te diera de mi atención —dijo—. Hablaba de que ha llegado un nuevo estudiante, chino, a nuestro colegio.
—¿Y?
—Que trates de no incomodarlo con tu obsesión enfermiza —habló Marimar, la hermana de Markel, uniéndose a la conversación a mi izquierda.
Son gemelos. Y eran dos dolores de cabeza, por así decirlo, que había conocido en toda mi vida. Son diferentes pero ambos tenían el mismo objetivo: joderte la vida. Markel es más un chico excéntrico, amante de la atención y sentir que es la última Coca-Cola del desierto. Mar es más de las que matan con las miradas. No dice mucho, pero tiene un aura poderosa que espeta respeto y hace que te sientas inferior a su alrededor sin siquiera darte cuenta. Esos son los hermanos Montana: dos almas poderosas y dominantes.
—Jeudy, ¿alguna vez has escuchado a las moscas hablar?
Le seguí el juego a mi amiga: —Para nada, Healy.
Esta me tomó del hombro y empezamos a caminar lejos de los gemelos, ambas riéndonos.
—Hablando de cierta persona —Disimulé ligeramente mi mirada, para no parecer tan ansiosa mientras abría mi casillero y guardaba mis cosas—, ¿lo has visto?
Healy se rió a mi lado, imitando mi acción.
—¿Qué haré contigo? —Observó que aún seguía esperando su respuesta, impaciente—. No, Jeudy, no lo he visto. Pero pensé que ya habíamos quedado claro en que no ibas a ponerte a crear escenarios en tu cabeza toda ilusa.
Solté un quejido.