Ahora me debes un favor.
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—Y me dijo algo que no entendí —Le estaba contando lo que había pasado con Lee. Sostenía unos folletos y trabajos que el maestro me había mandado a llevar a su oficina.
—¿Qué te dijo? —le comenté lo que me había dicho y luego empezó a reírse. Fruncí el ceño—. ¿De verdad no entendiste?
Negué: —Te acabo de decir que no. Luego de decirlo se rió, así que supuse que algo bueno no era.
—Te preguntó primero "¿quién? " y después cuando le respondiste, te dijo: ¿te preguntó? —Alzó las cejas, pero aún no habi comprendido—. Dios mio, Jeudy, junta las dos preguntas.
¿Juntar las dos preguntas? ¿Juntar quién y te preguntó? ¿Quién... te preguntó? Abrí los ojos demasiado y, quise darme una cachetada al darme cuenta. Que estúpida y tonta había sido.
¿Por qué diablos se comportó así conmigo? ¿Cuál es su maldito problema?
Llegamos al casillero. Tomé y guardé las cosas que necesitaba para la próxima clase, sosteniendo bien los folletos. Al cerrar el casillero, mis ojos se dirigieron a las dos personas charlando amigablemente a mi derecha, unos cuantos casilleros adelante.
Mar y Lee.
Esto es de lo que hablo. ¿Por qué actuaba como un chico simpático al rededor de todo el mundo y se comportaba como un imbecil a mi alrededor? ¿A caso tenía mala cara?
—¿Me veo antipática? —pregunté para mi misma, pero mi amiga a mi lado me escuchó, respondiendo a mi pregunta.
—¿Tú? ¿Antipática? —Se rió—. Por supuesto que no, si eres una de las personas más optimistas y positivas que he conocido.
¿Entonces?
Me despedí de ella, dirigiéndome a la oficina del maestro. Por lo que, inevitablemente tuve que pasar por su lado. Mar me miró y sonrió de lado. Por supuesto, seguro le encantaba verme de mal humor. Otra persona a la que no entendía por qué le caía mal. Lee no podía verme, estaba de espaldas a mí hablando muy a gusto con la susodicha. Son dos odiosos, tal para cual. Hasta harían bonita pareja. Algo se metió entre mis piernas, por lo que terminé cayendo al piso, acaparando la atención de todo el mundo, acaparando la de él.
Mar se acercó a mí, ayudándome a recoger los papeles. ¿Y ahora qué le pasaba? Probablemente solo quería causar una buena impresión. Así de hipócrita parecía ser. Tomé los papeles cuando me los pasó.
—Gracias —dije, pero solo asintió con un semblante serio.
El estruendoso grito de alguien captó la atención de todos. Una señora de unos cuarenta años, bajita, con pelo rubio hasta la cintura y una expresión que denotaba furia se apresuraba hacia mí con pasos agresivos y acelerados.
Y esa señora era mi madre.
Maldita sea.
—¡Jeudy Marshall! —En un parpadeo, estaba a unos centímetros de mí. Aterrada, utilicé la espalda de la primera persona que vi como escudo—. ¡Ven acá!
Intentó agarrarme, pero me movía como un gusanillo, evitando que lo lograra. Dejar que me atrapara significaba mi perdición.
—Mamá, podemos hablar de esto en casa —le dije, manteniéndome lo suficientemente lejos para no arriesgar mi vida—. ¡Estás armando un escándalo! ¡Me estás haciendo pasar vergüenza! —Mascullé.
Lee, a quien estaba usando como escudo, dirigió una mirada amenazadora hacia mí. Lo siento, pero en este momento tenía un problema más grave que tú.
—¿Qué te estoy haciendo pasar vergüenza? —preguntó, riéndose ofendida—. ¡Pues eso es lo que quiero! —Apretó los dientes y se dio la vuelta, mirando al público que observaba la escena sin pestañear—. ¡Jeudy Marshall se orinaba en los pantalones hasta los trece años!, ¡le tenía miedo a su propio cabello, por eso le teníamos que hacer coletas tan altas que no pudieran ser vistas por sus ojos! —Me quedé atónita en mi lugar y las risas burlonas no tardaron en aparecer—. Una vez tuvo un pez como mascota y dijo que no podía respirar debajo del agua, así que lo sacó y ya sabemos lo que pasó después.
—¡Tenía cinco años! —exclamé, pero en cuanto sentí la mirada del asiático frente a mí, riéndose de igual manera que las demás personas, me arrepentí de inmediato.
Mi mamá se dio la vuelta, con la clara intención de despellejar cada célula de mi cuerpo. Yo, aún detrás del cuerpo de Lee, agarrándolo de la chaqueta de cuero, me encogí mucho más. El movimiento fue tan rápido que solo pude ver el reflejo de la mano de mi mamá acercándose a mí, para luego sentir una mano que me jala del brazo, arrastrándome lejos de mi escudo.
—¡Ah! ¡Me duele! —gemí de dolor.
—¡Contigo estoy pagando el mismo infierno! —Vociferó, enojada, mientras mis manos intentaban, de algún modo, liberarme—. Es que no entiendo qué tipo de pecado habré cometido en mi vida pasada para soportar semejante calvario contigo, Jeudy.
Capté la mirada de mi amiga a la distancia. Le pedí, más bien, le rogué ayuda y ella negó con una cara aterrada. No la culpaba, sabía de lo que mi mamá era capaz, pero aún así, le regalé una mirada mortífera, dejándole claro que pagaría su traición. Ella gesticuló un lo siento, juntando ambas palmas de sus manos.