¿Cuánto tiempo ha pasado ya?
Recuerdo el día en que llegamos aquí. Nubes grises mancillaban el cielo y aves sobrevolaban el firmamento. Un perro ladraba a la distancia, y el número de invitados superaba el millón.
Luego... 'eso' floreció. Y veinticuatro horas después, comprendimos nuestra 'misión'.
Desde aquel día, habían pasado cinco años. Mi cuerpo no envejecía, no crecía, ni siquiera permutaba. En cambio, mi mente se había vuelto demasiado fría.
Aun así...
¿Esto estaba bien?
¿Era lo correcto?
¿Nuestro dolor era indispensable para mantener el mundo actual?
Lo sabía. Éramos piezas indispensables en el tablero de ajedrez. Si nosotros fallábamos, el mundo colapsaría. A pesar de ello, ¿estaba bien sacrificar el futuro para mantener una mentira complaciente?
Mierda, ni siquiera yo lo sé...
La única verdad era simple. Este lugar machacó mi cordura de manera despiadada, me lanzó tantos puñetazos que ni siquiera recordaba mi antiguo 'yo'. Muchas veces quise morir, rendirme, tirar esta maldita 'joya'.
Empero, no pude hacerlo. Le prometí a 'ella' que vería este mundo hasta el final, le prometí que moriría en una batalla genial, le prometí que mi muerte valdría la pena.
Hasta que eso pasara... yo...
—Viviré para morir, ¿verdad? —sonreí.
Luego de exhalar el aire en mis pulmones, agudicé mis sentidos. Mi presente, mi futuro y mi destino estaban más allá de este infierno. Así que debía luchar.
Mataré, hasta el final.
De repente, vislumbré a tres niños pequeños. Tenían rostros amables. Y uno de ellos cargaba un girasol. Sin embargo, a una velocidad que rasgó el viento, oscilé mi espada negra como una guadaña homicida y corté sus cuerpos sin misericordia alguna.
Un zumbido mortal resonó en el bosque; pétalos, hojas y ramas ardieron debido a la fricción, y un segundo después, brazos, piernas y entrañas volaron por los aires. La zona fue ultrajada, la muerte rió maniaca. Mientras tanto, una cabeza giró en el suelo, y sobre el viscoso tegumento, sangre no paraba de gotear.
Ignoré esos detalles y continué adelante.
¿Matar niños pequeños?
Fácil para mí. Al menos en el bosque de los duendes —en donde los duendes adquirían formas humanas—, era sencillo para mí. Luego de confirmar que se trataba de duendes (su sangre se tornaba azul, al morir). Di un salto de veinte metros (hacia la copa de un árbol) y vislumbré el vasto panorama.
El bosque de las ilusiones era tan inmenso como siempre.
Sin embargo, esta vez no estaba aquí para entrenar. Estaba aquí para matar. Y mi objetivo era la chica que emergió del octavo "Dragón".
Saltando entre árboles que desprendían choques eléctricos, recordé los eventos de la semana pasada. Una sonrisa inocente apareció en mi mente. Declaré:
—Aunque tengas esa sonrisa... te mataré.
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Editado: 26.05.2019