Hecha de Estrellas

7. Proposición

El movimiento crea motivación y eso era lo que buscaba los fines de semana a las 9 cuando salía a correr. Me activaba y ayudaba a no pensar en nada más que en el sonido de mis deportivas nuevas al golpear el suelo del parque Battlement. Me gustaba hacer el mismo recorrido, un trayecto tranquilo aunque un poco solitario. Intenté que Blanca me acompañara, pero sus sábanas la ataban a la cama más fuerte que el señor Grey hasta las 12 si no había clase.

     El parque Battlement  se llamaba así por los altos muros que lo rodeaban, como si estuvieran protegiendo un pequeño bosque dentro de Rock Valley. Era el único punto donde podías ver una predominancia de verdes y marrones, contrastando con los elevados edificios de alrededor con oficinas. Corrí por el sendero pedregoso que cruzaba el lugar, dividiéndose en pequeños caminos como venas saliendo de una gran arteria.

      A esa hora solo veía a madres empujando carritos de bebé, señores jubilados dando migas de pan a las palomas, algún runner madrugador como yo y a veces, un tipo durmiendo sobre un banco en estado semicomatoso sosteniendo una botella. Estaba escuchando el final de una canción cuando de pronto, se cortó en seco y mi móvil vibró. Una llamada de un número no registrado.

     —¿Hola? —pregunté y dejé de correr.

     —Te veo —murmuró alguien al otro lado de la línea y su tono burlón no me dejó duda de quién era.

     —Wolf.

     —El mismo, te quedan muy bien las mallas rosas.

     No supe si eso iba en tono irónico o sincero. Pegué un suspiro y empecé a buscarlo con la mirada. Era agobiante saber que alguien te observa y tú no le puedes ver.

     —¿Dónde estás?

     —Junto a las barras.

     Dirigí la mirada a la zona infantil, donde solían estar niños y no tan niños jugando a ver quién podía mantenerse más tiempo colgado como un mono sobre una barra de metal. Ni rastro de William. Di un par de pasos para acercarme, intentando encontrarle.

     —No te veo —contesté cuando justo entonces noté como alguien me agarraba por los hombros y solté un gritito.

     El sonido que emití era como un gato al que le acababan de pisar la cola. Mi corazón pasó de 70 a 180 latidos en un solo momento. Giré la cadera para ver a mi atacante y sí, como imaginas, era William Wolf y su incansable sonrisa con colmillos. Se estaba riendo de mí... Otra vez.  Si tuviera la oportunidad de vengarme, juré por la tumba de mi hámster Alfredo que lo haría.

     —¿Qué haces aquí? ¿Me espiabas? —le grité enfadada, no solo por el susto sino por todo lo ocurrido durante esa semana infernal.

     —No, mírame. —Se señaló el torso—. Hago ejercicio, sino ¿cómo podría mantener este físico?

     Llevaba unos pantalones de deporte ajustados negros, una sudadera y gorra del mismo color con unas deportivas rojas. Esa ropa le quedaba ceñida, se le veía los brazos tonificados, las piernas trabajadas y no quería ni mirar cómo debía tener la parte trasera si iba acorde con el resto de su musculoso cuerpo. Sabiendo esos puntos tan egocéntricos, imaginé que tendría Instagram y podría ¨echar un inocente vistazo¨ a sus fotos, puede que alguna fuese sin camisa y... ostras, que revolucionadas tenía la cabeza con ese festival de feromonas.

     —¿Y por qué me has llamado? —Me crucé de brazos.

     —Te he visto hacer este recorrido todos los findes a la misma hora. Pero no sabía que estuviéramos en el mismo instituto.

     —Iuug, luego soy yo la acosadora.

     Vi cómo pasaba la lengua por su labio inferior.

     —Ha sido casualidad y no he tenido que sacar tu número de ningún grupo, ni perseguido por la ciudad ni mucho menos te he obligado a hacer algo mientras te grito delante de otras personas.

     —Al menos yo no te usé para darle celos a Vanessa, si vaciamos el cajón de los trapos sucios podemos estar aquí un buen rato y me estoy enfriando.

     Me perturbaba saber que él se hubiese fijado en mi, mucho antes de nuestra primera charla en el curso de educación sexual. Mi respiración formaba nubes blancas, me faltaba un poco de aire por tantos nervios o del cansancio.

     —No te vi molesta —argumentó el muy descarado—. Todo lo contrario, te sonrojaste y noté cierta satisfacción cuando viste la cara de Vane.

     Me quedé en blanco, rebuscando en mi cabeza unas palabras para responderle, pero nada salía de mi boca de manera convincente y madura. Me había alegrado de algo cruel e infantil, y lo peor, él lo notó.

     —Tampoco lo disfruté sino que... Estoy resentida, pero no me gusta que me toquen de improviso y menos un chico que apenas conozco. No soy un juguete y me molestó.

     William podía ser la fantasía húmeda de cualquier adolescente, pero no me agradó que me estrechara contra él sin ningún consentimiento. 

     —No suelo decir esto con frecuencia, pero creo que te lo debo. —Su expresión no dejaba de ser burlona aunque pude ver que algo había cambiado—. Lo siento.

     Llámame domadora de badboy, que me lo merezco. ¿Me había pedido disculpas a su modo? Wolf era el equivalente a un tiburón aunque en la tierra, hasta sus ojos oscuros me recordaban a uno pero allí estaba, delante de mí y pidiendo disculpas. Si eso fue real, todo era posible, incluso ser un cazador de unicornios. Sacudí la cabeza algo incrédula y un poco ruborizada.

     —Está bien. Además, la cara de Vanessa parecía que iba a explotar —reconocí con malicia—. Hemos sacado algo bueno.

     Noté como el calor que desprendía mi cuerpo se estaba apagando, si no empezaba a caminar me enfriaría así que di unos pasos hacia delante. William empezó a correr a mi lado. 

     —No solo eso. Por tu extraña manía de perseguir chicos, tendré una matrícula de honor y tú, mejor nota.

     —Formamos una buena pareja.

     Me arrepentí al instante de esa palabra. Ya habíamos cruzado la fuente principal, por lo que ya apenas quedaban unos metros para salir del parque Battlement.




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