Hecha de Estrellas

10. Contrato

Peter no tardó mucho en dar su impresión de la mentira que William y yo estábamos forjando.

     ¨Estás con Wolf?¨.

     ¨El mismo que se acostó con la señora Ross en los vestuarios del instituto?¨.

     ¨Sabes con quién te estás metiendo?¨.

     Escribí un simple sí y lancé mi móvil a la cama, lo suficientemente lejos como para tener que levantarme si me invadía la tentación de contestarle algo más o leer nuestras antiguas conversaciones. Continué con mi labor de redactar un contrato con todas las normas que William y yo habíamos establecido en la azotea. Crear listas me relajaba, como si fuese más fácil organizarlo todo en papel o en digital.

     Había añadido una más por mi parte, una que podría parecer algo intrínseco de esta idea de relación falsa, pero cuanto más detallado era el contrato, más seguridad me transmitía. Terminé de escribir y vi la hora en la esquina inferior de la pantalla, tocaba ir recogiendo el cuarto y agarrar la bolsa de ballet. Me levanté y cogí mi móvil, ignorando los mensajes paternalistas de Peter y llamé a William. Me recordé que nada de fingimos estar juntos debía expresarse en voz alta, ya que las paredes tenían oídos y esos oídos eran de Gloria o Blanca.

     De nuevo, me contestó en el último tono.

     —Evans.

     —Wolf, tengo un contrato con todo lo establecido en nuestra reunión de esta mañana. —Me di cuenta de que sonaba como una secretaria—. Te lo puedo enviar y lo revisas por cualquier error.

     —¿Le hiciste firmar un contrato a tus anteriores parejas?

     —Es por precaución —admití—. Si uno de los dos no cumpliera una de las normas habría un documento que defenderá al otro. Además...he estado pensando en ti y...

     Escuché una risa al otro lado que me detuvo.

     —¿En mí? ¿En tu cuarto a solas? ¿Qué llevaba puesto?

     Puse los ojos en blanco a pesar de que él no podía verme.

     —He pensado que... Bueno, no es de mi incumbencia, pero le he dado muchas vueltas y lo he puesto al final.

     —¿Qué has añadido?

     —No creo que te guste.

     —Aurora —dijo mi nombre y mi vello se erizó sin explicación—. Precisamente conmigo puedes ser sincera cuando estamos a solas.

     Le escuché y reflexioné, con William no debía tener tabúes. Dentro de esta gran mentira, podría ser honesta con él y decirlo. Sacudí la cabeza y suspiré sabiendo que ya era hora de agarrar mi bolsa.

     —He puesto que ninguno puede estar con otra persona mientras fingimos —susurré y continué justificándome—. No quiero revivir lo que pasó con mi novio real, ¿qué opinas?

     —No me parece fuera de lugar. —Hizo una pequeña pausa—. Sé lo que es que otra persona te engañe, así que te entiendo mejor de lo que crees. Pensándolo bien, creo que deberíamos añadir algo más.

     Me removí inquieta en mi silla, buscando las palabras adecuadas. Sabía por experiencia que un pronto encontrarás a alguien mejor no habría servido.

     —Gracias. —Me limité a decir—. ¿Qué quieres que poner?

     —Ya que vamos a estar mucho tiempo juntos y besar implica algo más para ti, quiero que tengas claro que todo lo que pase entre ambos es falso. Nada de enamorarnos.

     Sentí un nudo en el estómago. Me acababa de recordar lo importante que era la honestidad para nuestra relación, pero no olvidar lo imposible que era aquello. Mi baja y arrastrada autoestima agarró los mandos en mi cabeza. ¿Cómo podría él, el chico más guapo y popular, fijarse en mí? Entonces, me di cuenta de que se refería a mí. Si pensaba que podría enamorar de alguien como él, lo llevaba claro.

     —Tranquilo, no va a pasar.

     —¿Crees poder resistirte a mis encantos?

     Enarqué una ceja.

     —¿Qué encantos? —dije mientras recogía unos leotardos oscuros limpios—. Mi hermanito de cuatro años tiene un sentido del humor más maduro.

     —Reconoce que soy atractivo —dijo en un tono arrogante.

     —Me has pedido ser sincera —me burlé.

     —No te creo —Su voz era cantarina y me reí.

     —Hay personas que creen que no pareces atractivo.

     —Hay personas con mal gusto —respondió y yo gruñí cerrando la bolsa—. Dejando eso de lado, tú no tienes que preocuparte. No soy de los que se enamoran.

     Iba a abrir la puerta, pero me quedé estática al escucharle.

     —Entonces, si no te enamoras —especulé—. ¿Qué ocurre con Vanessa?

     —Es complicado.

     —Aja. —Por su manera de decirlo, pensé que él tampoco lo tenía claro—. Bueno, no lo digas. Yo me voy a ballet.

     —No te dejes el tutú.

     Bufé como una vaca a quien le han apretado muy fuerte las ubres.

     —Nos vemos mañana, cariñito.—Cerré la puerta dramáticamente.

     Colgué y gruñí, pensando en lo difícil que era soltar tantas tonterías por minuto. William sacaba un lado enojado de mí que no conocía. Fui escaleras abajo para despedirme de Eric. Él estaba sentado en el sofá con Gloria viendo como la ciega de Dora buscaba un castillo que tenía enfrente.

     —¿Todo bien? Te he oído pegar portazos.

     —El idiota de William Wolf, creo que le mataría. —Me apoyé en el respaldo del sofá.

     —Hay un menor delante. —Señaló a Eric quien a su vez señalaba a la pantalla diciendo donde estaba el castillo—. ¿Por qué estás tan enfadada con el muchacho?

     —Se cree que es el chico más guapo del mundo. —Di la versión resumida—. Que es irresistible y se burla de mí.

     —Me encantan las charlas de chicas. —Sus labios formaron una sonrisa pícara—. ¿Es lindo? ¿Tienes foto?

     Me crucé de brazos.

     —Aunque lo sea, su ego es tan grande que no sé cómo pude pasar por las puertas.

     Me acerqué a Eric y le di un beso enorme.

     —No sabes la suerte que tienes en no ser adolescente aún, ninguna preocupación por los chicos.




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