Hecha de Estrellas

56. Eso Sería Inapropiado

El sol se alzaba en el cielo despejado del Valle de Napa, al norte de California. Avanzamos en el coche que nos recogió desde el aeropuerto, conduciendo entre las colinas cubiertas de viñedos. Agradecí el calor, el paisaje verde y dorado junto con la sensación de estar en un verano eterno. Creo que la mayoría de las personas que aman la nieve es porque no viven en zonas que suelen nevar.

     Papá conducía junto con Blanca en el asiento del copiloto, la cual se empeñaba en resolver un cubo de Rubik en menos de 5 minutos. Eric aceptó a regañadientes ir en la parte de atrás entre Will y yo. No era un gran avance, aunque ya no parecía tan asustado en presencia del pelirrojo. Quizás era el cansancio tras la señora rabieta al separarse de Gloria. En cuanto a Will, este estaba recostado en su asiento. Aseguró que apenas pudo dormir, por lo que llevaba un rato con los ojos cerrados y la respiración pausada.

     Mientras Eric se entretenía con la tableta, Blanca propuso un juego para aligerar el viaje. Consistía en resolver el cubo de Rubik lo más rápido posible. Apenas logré acercarme a su récord.

     —¿Y Willy? —preguntó mi hermana.

     —Blanca, está dormido —le recordó papá.

     —Necesito un rival digno —respondió ella y me arrojó el cubo—. Quiero ganar a Willy.

     Fruncí el ceño. ¿Eso significaba que yo no era digna? Miré por la ventanilla, el paisaje comenzaba a cambiar. Los viñedos adquirían un aire más cuidado y las estructuras de madera aparecían entre la vegetación. Estábamos llegando, así que llamé a Will para despertarlo y comprobar una teoría. Él se movió y se subió las gafas de sol para frotarse los ojos en un gesto cansado.

     —¿Mmm? —murmuró.

     —¿Quieres intentarlo? —Le tendí el juguete.

     Will miró el cubo durante unos segundos y lo pasó de una mano a otra. Observó los colores.

     —Un minuto —me pidió.

     —Te dejo prepararte.

     —No, que me dejes solo un minuto para hacerlo—aclaró él—. Ve preparando el cronómetro.

     Eso estaba bastante por debajo del récord. Sin embargo, no me sorprendía su arrogancia.

     —Está bien, Señor Perfecto —dije antes de pulsar el cronómetro—. ¡Ahora!

     Sus dedos empezaron a moverse, haciendo que las caras rotaran de arriba abajo y de izquierda a derecha. Casi escuché los engranajes de su cerebro girando a toda velocidad. Eric miró a Will con curiosidad.

     —No puede ser. —Blanca tenía la vista clavada en el retrovisor, observando el reflejo de Will—. Wow, da algo de miedo.

     —Te acostumbras —respondí sin dejar de mirarle.

     Me sorprendía la capacidad de concentración que mostraba al ignorar todo a su alrededor, incluido a nosotras mientras iba giraba las piezas y resolvía el rompecabezas. Frunció el ceño por un momento, ya tenía varias caras terminadas y murmuró algo por lo bajo.

     —Diez... nueve... ocho... —conté para meterle presión— siete... seis... cinco...

     Dio un último movimiento y frenó en seco, acababa de completarlo en el tiempo. Me enseñó el juguete completo y sonrió de lado. Teoría confirmada: los superdotados no son normales.

     —¿Por qué será que no me sorprende?

     Sonreí a Will y él me devolvió una mirada de autosuficiencia. Entonces, se encogió de hombros como diciendo: no puedo evitar ser un genio.

     —¿Qué clase de magia es esa? —chistó Blanca.

     —Es fácil —contestó él— o se me da muy bien.

     —Eres horrible, pero te admiro —respondió ella—. ¡Devuélvemelo!

     —¡Vamos a calmarnos! —alzó papá la voz—. Ya no queda nada.

     Llegamos a un camino de piedra que llevaba hasta la casa. Su fachada contaba con ventanas simétricas, cornisas hermosas y una gran puerta enmarcada por columnas blancas. Justo ahí se encontraba mi abuela junto con algunos empleados.

     Finalmente, el coche aparcó delante del porche y Mary bajó los escalones con elegancia. Salimos del auto y el aroma a uvas maduras y tierra se mezclaba en el aire. Después de unos segundos, comenzaron las críticas de mi yaya: John, tu empleada ha estado mimándote demasiado con su cocina; Blanca, con lo guapa que eres no entiendo por qué te peinas así; Aurora, ¿te has alimentado lo suficiente este mes?, y Eric, ¿por qué llevas ese gorro tan...?

     —Me lo hizo Gloria —dijo mi hermanito.

     La abuela frunció los labios en un gesto desaprobador.

     —Oh, querido, ¿esa es la nueva moda? Gorritos con orejas, muy femenino para un muchachito —comentó con una sonrisa falsa mientras le daba vueltas a un anillo en su dedo—. Es interesante cómo las modas pueden ser tan extravagantes, ¿no es así? Supongo que algunas personas simplemente sienten la necesidad de destacar.

     —Yo opino que está muy guapo —repliqué, mirando a Eric.

     —Bueno, a Eric le gusta sentirse especial con su gorro —continuó papá, tratando de defender al peque sin generar una confrontación directa— y fue un gran detalle por parte de Gloria.

     —La ropa no tiene género. —Blanca no disimuló su disgusto.

     —No hay nada malo en destacar —concluyó Will.

     Eric se sonrojó y se ajustó el gorro con vergüenza. La abuela posó los ojos en Will. Parecía sobreimpresionada con él.

     —Tú debes ser el muchacho.

     —Mary, te presento a William —dije yo.

     —William. —Me había acostumbrado a escuchar su nombre con gemidos de fondo, pero que también le ocurriera a mi abuela era perturbador (cuanto menos)—. Suena muy bien.

     —Un placer conocerla. —Will le tendió la mano con educación.

     Sin embargo, mi abuela se acercó y le agarró el mentón. Los ojos de Will revelaron una pizca de sorpresa y cautela ante la inesperada cercanía, pero se quedó quieto.

     —Tienes una mandíbula tan afilada que si te diera un guantazo, me cortaría la mano. Y qué pómulos...




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