Hecho a tu medida

CAPÍTULO 23. ✺Demasiado amable para ser un ladrón✺

MARA

No importaba cuánto lo deseara, el tiempo no se detenía.

Me pasé una semana entera en mi habitación y sólo salía para lo necesario. Ni siquiera mamá me regañó por haber llegado a altas horas de la noche o por estar tanto tiempo en mi cuerpo sin hacer nada, y papá decidió darme un receso.

Hasta Aarón, quien desde niño solía invadir mi privacidad cuando estaba aburrido, no apareció. Estaba agradecida porque ellos me dieran mi espacio, lo necesitaba. Aunque no había derramado alguna lágrima, mi cuerpo se sentía débil. No tenía por qué, ¿no es cierto? Nunca comenzó algo, así que no había un final.

Claro, era una forma muy bonita de conformarme.

Pero la paz tenía que terminar en algún punto. Eso fue cuando la tía abuela Luciana fue de visita. No me gustaba que lo hiciera. O sea, ella era muy linda y me daba dinero, sin embargo, siempre debía llevar consigo a sus cuatro engendros, todos de diferentes razas y colores.

Bueno, mientras se mantuvieran lejos de mí no tendría problema con escuchar sus ladridos ni con pisar sus heces. No obstante, la vida no era demasiado amable conmigo, y la tía siempre debía de pedirme, precisamente a mí, ese «favor especial».

—Hijita, ¿podrías sacar a pasear a mis bebés?

Ojalá pudiera negarme, pero como ella solía darme una cuantiosa cantidad cuando lo hacía, terminé suspirando.

—Sí, claro, tía.

—¡Eres un ángel! —respondió dramáticamente, mirándome como si fuera su heroína—. ¡Toby, Maxi, Cali, Zora! —gritó en dirección al jardín trasero. El cuarteto apareció corriendo y ladrando sonoramente.

Tan pronto esas bestias se lanzaron contra nosotras, entendí que hacer favores era un asco, independientemente de quién estuviera pidiéndolos. También entendí que en verdad odiaba pasear perros, precisamente a esos perros porque, en lugar de que yo los paseara, ellos me paseaban a mí. Y no es como que yo fuera una debilucha (bueno, eso también), pero la tía Luciana era una fanática de las razas grandes y/o fuertes.

El peor de todos era Toby, un pitbull marrón.

Después que mi tía les colocó sus correas, troné mis dedos y cuello. La batalla comenzaría en ese momento.

Es vergonzoso admitir que tan pronto como los perros se echaron a correr conmigo detrás, el sonido más fuerte en la calle fue mi constante grito mientras bajaba el camino empinado. Intenté frenar a las bestias, sin embargo, me ganaban con una fuerza colosal.

No sé si pasaron segundos u horas, pero conforme transcurría el tiempo mis pies se debilitaron. Y para cuando le dimos una vuelta entera al parque, mis pies cedieron y caí sobre un charco de lodo… o al menos esperaba que eso fuera lodo realmente. ¿No es gracioso que justo cuando solté las correas ellos se detuvieron y quedaron observando a la miserable chica?

Levanté mi rostro lleno de suciedad café y les mostré el dedo corazón. Ellos ni se inmutaron y se quedaron jadeando con la lengua fuera mientras echaban baba al suelo.

—Yo sé que lo están disfrutando, malditos —murmuré—. Pero, ¿adivinen qué? El karma llegará y los va a jo…

—¿Mara? —preguntó alguien detrás de mí. De inmediato me puse de pie y, al dar la vuelta, quise hundir mi rostro otra vez en lo que no parecía ser lodo—. ¡Diablos!

Intenté mantenerme fuerte y quité un poco de la suciedad con mi mano. Llamé a los perros y tomé las correas. Pero claro, cuando quería que se pusieran a correr con todas sus fuerzas, esperaron a que yo reaccionara.

Ya no era una sospecha: esos animales me odiaban.

Un pañuelo se coló frente a mí. Ángel me lo estaba ofreciendo.

—Deberías… limpiarte un poco… —Se detuvo y rió, mientras cubría su boca con el puño—. Te ves ridícula.

—Sí, gracias —espeté sarcásticamente y arrojé su mano.

Intenté alejarme pero el grupo de canes se quedaron sentados.

«Este es un buen momento para comenzar a correr», pensé y los miré mal.

Sentí cómo la suave tela aplastó mi mejilla y me alejé bruscamente.

—¡Quieto! —exclamé y alcé ambas manos—. No porque mi familia sea amable quiere decir que voy a dejar que me toques.

—¿Qué?

—Ya sabes, no me agradas. En general, las lacras no me agradan.

—Ahí está otra vez esa palabra —apuntó como si no me hubiera dirigido a él—. La verdad es que no sabía lo que significaba, por eso me puse a investigar… y fuiste muy ruda. Ya te lo expliqué, no fue mi intención…

—Me vale cuál haya sido tu intención —espeté—. Lo que me interesa es que te portaste mal.

—No exageres. —Agitó la mano para restarle importancia—. Si ya lo devolví, pasado pisado. Ah, ya viste. Me compré esta camiseta.

Señaló su prenda amarillo fluorescente con un pacman en medio. Pestañeé un par de veces, momentáneamente confundida.

—No quieras intentar cambiar de tema. Es más, creo que lo mejor será guardar distancia.

Comencé a caminar cuando los perros me dieron la oportunidad, pero esta vez siguieron a un ritmo decente; lo suficientemente decente para que Ángel nos acompañara.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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