Aquél auto negro iba a toda velocidad por la carretera.
Él no estaba acostumbrado a manejarlo, lo suyo eran los de color rojo brillante, esos que inevitablemente volteas a ver cuando pasan cerca a ti.
Era obvio que no le importaba atropellar a alguien; acababa de matar a su novia y había dejado a un muchacho al borde la muerte. Todo sin un ápice de arrepentimiento.
Podría envestir a una persona y continuar con su huida como si nada pasará.
A él no le importaba añadir a una persona más a su lista.
Por su frente corrían grandes gotas de sudor, estaba aterrado, nunca había sentido tanto miedo en su vida... Hasta ahora.
Pensaba que cuando tuviera la oportunidad de conocerlo (o mejor dicho reconocerlo), le diría muchas cosas, pensé que trataría de herirlo con mis palabras de la forma más cruel posible, que le preguntaría porqué me hizo esto y porque me eligió a mí. Esperaba verlo llorar un poco, pedir perdón, o cualquier artilugio barato que usan los manipuladores como él.
Había tanto por decir, que al final, las palabras se quedaron demasiado cortas.
Así que cuando el momento llegó, cuando pude sentir sus ojos aterrorizados clavados en los míos, moviendo la cabeza de un lado a otro, negando la realidad de lo que había hecho... Me dio lástima. Y lo único que pude decir fue:
—Hola, Patrick.
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Editado: 01.07.2018