Capítulo 2. Nostalgia.
Poco a poco gritos ensordecedores despertaron a Tom. Se levantó de la cama algo mareado mientras se tallaba los ojos hinchados. ¿Qué había pasado?, se preguntó y recordó lo sucedido con la capitana. Jamás había experimentado algo como eso, esa increíble sensación que le demandaba acercarse y tocar a la capitana, como si eso lo fuera a liberar de un hechizo que ni él sabía que tenía sobre él. Hacia tanto que su corazón no se emocionaba, ni siquiera cuando estuvo flechado por Susana Marshall había sentido algo tan espectacular.
Los alaridos llamaron de nuevo su atención haciéndolo girar a la puerta de su habitación. Parecía que su padre había llegado y discutía con su madre como hacía mucho no lo hacían. Tom prestó atención:
—¡Qué no! —gritaba su padre—. ¿Qué parte de no podemos oponernos al ejército no entiendes, Anita? Si ellos dicen que Tom tiene que ir tiene que hacerlo.
—Pero si lo llevamos con su abuela podríamos esconderlo y…
—¡Y también encarcelarían a tu madre! ¿Eso quieres? ¿Qué nos metan a todos a la prisión militar?
Parecía que al fin su padre se había enterado de la noticia. Las lágrimas regresaron al joven, ¿por qué tuvo que pasarle esto?, se lamentaba.
—¡No me importa que me encarcelen por proteger a mi niño! ¡Tú también deberías estar dispuesto a eso! ¡Tomy es débil y frágil, es demasiado noble para ese lugar!
—¡Allí vas de nuevo! Mi hijo no es débil menos frágil, ¡tú lo has vuelto así!, ¡lo infantilizas! Él tiene que salir al mundo, debe aprender a valerse por él mismo.
—¡Está enfermo! ¡Está enfermo, Adolf! No me importa si debo cuidarlo el resto de mi vida, ¡no me importa si me detienen por eso!
—¿Cómo planeas cuidarlo si te encarcelan? Además, ¿cómo pagaríamos esa jodida indemnización?
Tom se limpió el rostro con las mangas de su camisa y se decidió a salir de la habitación para sorpresa de los padres quienes pensaron que el medicamento lo haría dormir profundamente hasta el día siguiente.
—Por, por favor, papá, mami, dejen de pelear por mí —les imploró—. No quiero que los encarcelen, ni que tengan que pagar todo ese dinero. ¡Iré! ¡Iré a la Academia!
Adolf suspiró y se sobó el entrecejo; Anita se adelantó con Tom.
—Mi niño, no peleábamos, menos por ti —le dijo a Tom con voz dulce y le secó las lágrimas—. Vamos a cenar, ¿qué opinas? ¿tienes hambre?
—No, no mucha —respondió Tom titubeante.
—Al menos come un poco. ¿Me ayudas a poner la mesa? —Tom asintió, Anita se giró hacia su marido—. Adolf, dejemos esto para después, mira como has puesto a mi pobre niño.
Adolf exasperó y se dirigió en silencio al comedor, momentos después los dos hijos mayores del matrimonio bajaron al comedor, Amanda y Aldo. Al igual que su padre se habían enterado de la noticia y ninguno de ellos tenía idea de como tomarlo. En el silencio de la cena, Aldo al fin decidió hablar:
—Bueno, ustedes dos —llamó a sus padres— deberían relajarse. Es decir, ¿qué no ven a Tom?
Tom había permanecido con la cabeza baja y no había probado más que un par de bocados. Al ser nombrado por su hermano se encogió un poco más.
—Todo loco, flacucho y feo —siguió Aldo—. ¿Creen que lo aguantaran mucho tiempo? Les aseguro que en un día el ejército les rogara para que se lo lleven.
—¡Aldo! No digas esas cosas de tu hermanito —lo reprendió Anita.
—¡Es la neta, ma´! Solo míralo, si a mí que soy su hermano me da asco imagina a los demás, y que decir del ejército.
—¡Que basta, Aldo Fields! —de nuevo lo regañó Anita.
—Quizás algo de razón tiene Aldo —dijo Amanda—. Y no por lo que dijo, sino que Tom sí requiere de cuidados especiales. Además, dicen que los militares son algo, pues elitistas. ¿Tú quieres ir, Tom?
Tom negó con la cabeza.
—Me da miedo —respondió Tom—. Pero no quiero que metan a mami, ni a nadie a la cárcel o que tengan que pagar la indemnización.
—Tomy, ya no pienses en eso —le dijo Anita—. Tú mamá lo resolverá como siempre lo hace, ¡ya lo verás!
Tom asintió, no quiso comer más y se retiró a su habitación. Observó el frasco con las píldoras que usaba para dormir, engulló una y contempló el frasco por un momento, ¿y si se tomaba todas las píldoras?, pensó. Era una idea tentadora para él, siempre la había sido, además sería una muerte indolora. Alzó de nuevo el frasco, sosteniéndolo con la mano derecha, ¿si moría ya no le cobrarían a su familia la indemnización? se preguntó. Tom apretó los ojos y pensó en Fígaro, si desapareciera ¿quién vería por ese gato? El joven exhaló y dejó al frasco, ya empezaba a sentir los efectos de la medicina. Se recostó en la cama y comenzó a apartarse del dolor de existir en esa probada de ese deseo que la medicina le regalaba.
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Editado: 07.11.2024