Herederos de la tormenta

Capítulo 2: Los chicos no lloran

Alioth caminaba deprisa por los pasillos de la academia. Su clase de entrenamiento comenzaba en dos minutos, y si no llegaba a tiempo el profesor le pondría otro retardo. Eso significaba una falta más, y una falta más significaba expulsión de la clase.

—Todo por tu culpa —murmuró entre dientes.

Ronan le había dicho que sería divertido ir al otro lado de la escuela para ver a los chicos de la universidad entrenar. Eran aspirantes a guardias, y el espectáculo fue más emocionante de lo que esperaba. Con once años, Alioth ya sabía que quería ser como ellos: fuertes, confiados y geniales.

—Oh, por favor, fue genial, lo sabes —dijo Ronan con esa sonrisa burlona que usaba cada vez que los metía en problemas.

Se habían conocido el año anterior, durante una clase sobre los umbrales sintrales, puertas que permitían a los elementales viajar de un lugar a otro.

—Los umbrales solo sirven si sabes a dónde ir, no es tan difícil —había dicho entonces un Ronan bajito, con el cabello castaño perfectamente peinado.

Al principio no le cayó bien. Hablaba como si supiera todo. Pero, para sorpresa de todos, logró abrir el umbral en el primer intento.

—¿Ves? No es tan difícil —había dicho con una sonrisa de suficiencia.

Elian, que también corría junto a ellos, lo tomó del brazo y lo jaló de vuelta a la realidad, recordándole por qué iban tan apurados.

—Vamos, Al, no te distraigas —le dijo con voz serena, incluso mientras trotaban—. Tienes que llegar.

Por puro milagro, entraron justo a tiempo.
Deneb ya estaba sentado contra una pared, hecho casi una bolita. Cuando los vio, les dedicó una tímida sonrisa.

—Sentémonos ahí —dijo Alioth, señalándolo.

Ronan soltó un suspiro de fastidio.
—¿Otra vez con él? ¿Sabes que es un fuego? —dijo Daliah.

Alioth se había olvidado por completo de que ella los había acompañado.

—Vamos, Dali —le dijo con suavidad—. Sabes que no es tan malo como los otros.

Daliah lo miró con un brillo extraño en los ojos, se sonrojó y asintió. El grupo se dirigió hacia Deneb, que se tensó al verlos acercarse.

—Hola, Deneb —saludó Alioth con alegría, sentándose a su lado.

—¿Cómo estás, amigo? —le sonrió Elian con calma.

Deneb bajó la mirada sin responder.

—Oye, te estamos haciendo el favor de sentarnos contigo, por lo menos saluda —dijo Ysolde, ofendida.

Ysolde, una niña de aire y amiga de Daliah, era pequeña, de ojos azules y cabello castaño. Hablaba como si todos debieran obedecerla.

—Es tímido, déjenlo en paz —dijo Alioth.
Aún no entendía por qué a sus amigos no les caía bien Deneb. Bueno, excepto Elian. Pero a él no le caía mal nadie. Deneb no era malo, solo tímido. Demasiado para su propio bien. Por eso, cuando se hizo amigo de todos, decidió incluir también a Deneb. Nadie debería quedarse solo.

—Yo… hola —susurró Deneb.

Alioth le sonrió. Deneb se sonrojó y se encogió aún más.

El profesor entró al aula. Era un hombre alto, de aspecto severo y expresión imperturbable.

—Muy bien, niños —dijo al colocarse en el centro del salón, cruzando los brazos—. Hoy aprenderán a crear un escudo elemental.

Algunos alumnos se acomodaron nerviosos. Alioth solo esbozó una sonrisa, pero obedeció.

—Cierren los ojos —indicó el profesor—. Imaginen un círculo que los rodea, con ustedes en el centro. Observen su forma, sus bordes, los colores. Detállenlo todo. Vean su escudo.

Alioth imaginó el círculo con claridad. Era azul como el río, y giraba a su alrededor en sentido horizontal. Las corrientes se entrelazaban unas con otras, y entre sus ranuras cristalinas solo había oscuridad. Agua viva que lo abrazaba.

—Abran los ojos —ordenó el profesor—. Levántense y tomen distancia entre ustedes.
Los estudiantes obedecieron.

—Ahora, sientan su energía elemental fluir. Guíenla hacia sus manos. Con los ojos abiertos, mantengan la imagen del círculo en su mente. Proyéctenlo.

Deneb sintió el familiar cosquilleo en las manos, seguido de una punzada de pánico. No podía dejar que el fuego saliera con demasiada fuerza. Si lo hacía, podía lastimar a Alioth, que estaba justo a su lado.

Miró alrededor, buscando con qué distraerse. Vio a una niña encorvada, de cabello rubio opaco. Casi siempre la veía llegar con Daliah, así que supuso que era su hermana melliza. Apretaba los puños con fuerza y se mordía el labio inferior. Recordó entonces que ella había sido la única princesa con afinidad al fuego en la ceremonia del año anterior. La única en la historia. Deneb sintió el impulso de acercarse, de decirle que entendía lo que era sentirse como el bicho raro. Pero no lo hizo.

Una risa estrepitosa a su lado lo hizo voltear. Era Alioth, riéndose a carcajadas.
Ronan acababa de perder el control de una pequeña bola de agua, que había terminado estallándole en la cara.

—¡No! ¡Mi pelo! —exclamó Ronan, visiblemente molesto.

Los amigos de Alioth soltaron más carcajadas.

Alioth se giró hacia Deneb, que sintió el rostro arder.

—¿No has podido? —preguntó Alioth con amabilidad.

Deneb tragó saliva y, de reojo, vio a Ronan esbozar una sonrisa burlona.

—Claro que no puede —intervino Ronan con desdén—. ¿No lo has visto, Alioth? Ni siquiera puede amarrarse bien las agujetas.

Deneb bajó la mirada, avergonzado, y se dio cuenta de que sus agujetas, en efecto, estaban sueltas. Justo cuando iba a agacharse a atarlas, unas manos se adelantaron.

—A mí también suele pasarme —dijo una voz tranquila.

Deneb alzó la vista. Era Einar. Le sonreía con calidez, sus ojos castaños serenos.

Einar era el mejor amigo de Alioth, lo habían conocido juntos el primer año en la academia. Alioth como siempre, iba hablando sin fijarse a dónde iba, y él iba viendo el suelo en el que pisaban evitar caerse, cuando de pronto, chocaron con un niño que había caído al suelo, resulto que iban a la misma clase, por lo que caminaron juntos al aula.




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