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Había pasado más de veinte años siguiendo el rastro de unos enemigos del Rey, le había pedido licencia para ir en busca de estas personas, se lo debía a su rey por la pérdida de su hijo. Y al Él mismo por la pérdida de su príncipe, además de sus amigos. La búsqueda lo había llevado a Asia, al viejo continente. Lo llevó a una provincia italiana donde el frío invierno le había dado la bienvenida, según decían que será el más frío en año.
Hacía un poco más de doscientos años que en un ataque a traición de Dragos, se había colado con su gente entre un ejército de humanos, para atacar su tierra natal. Él había estado fuera ese momento siguiendo los pasos del destructor de todo, supo que su príncipe peleó fervientemente por su gente y los humanos a su alrededor. Pero su consejero entregó a su esposa Gaál embarazada a la gente de Dragos, quien ejecutó de la manera más vil y despreciable posible. Un cruel mensaje para los Alastor, la perdida de ese heredero sería un golpe brutal. En un arranque de ira y venganza, Gregori corrió a la boca del enemigo donde encontró su muerte. No sin antes eliminar a todos los bastardos de Dragos que habitaban en Hungría, una batalla que se había llevado consigo la primera línea de sangre y a sus herederos entre sus feroces y mortales garras.
Por asuntos fuera de su control no pudo iniciar la búsqueda de manera inmediata de uno de los pocos que habían escapado, aquel que había matado a Gregori hijo de Alastor. Solo tenía una pista de un vampiro de nombre Borss Vel, hombre o animal fiel a Dragós. Casi lo había atrapado en Londres, pero por maldito que fuera destino escapó. Ahora estaba aquí en Italia, la que alguna vez había sido su hogar. Estaba tras los pasos de ese animal, esperaba que esté fuera su último año de cacería, rogaba a la gran magia que así fuera.
Estaba en una zona montañosa cerca de su antiguo hogar, sabía que había unas cuevas creadas por las razas de sangre, ocultas del ojo curioso, que por lo regular era el humano. Era casi la media tarde cuando llego a ese lugar, no tenía tiempo que perder, tenía que rastrear al vampiro y encontrar su lugar de descanso para eliminarlo. Aunque esto distaba de ser un ataúd, una tumba, un lugar que lo protegerá del sol. Pues si bien el sol solo lo aletargaba o debilitaba un poco. Así que las preciadas horas de luz eran importantes, buscar a señales evanescentes que indicaba la presencia de los seres de sangre.
Había probado la sangre del vampiro, podía rastrearla, pues este no había intercambiado sangre con él. Solo esperaba que un golpe de suerte lo llevara hasta Borss. El vampiro era todo una leyenda, según había descubierto a lo largo de su búsqueda. Borss hijo de Vel, era el cuarto de la primera línea de sangre, pero por mucho superaba sus dos hermanos y hermanas. Era el más violento y el más mortífero, incluso que su padre. Se rumoraba que eso lo había acabado con una población de casi cinco mil habitantes, una sola noche.
Dicha acción había sido comparada con la peste, sabía que desde hace poco más de mil años su padre, el rey vampiro, lo había entregado a Dragos, no como sirvientes, sino como capitán de sus tropas en la defensa de su propia raza. Ettard sabía que la razón para alejar a Borss del reino vamptia, era porque todos le temían. Si esta vez la encontraba, lo metería en una sombra de contención. Lo cual sería relativamente fácil con su estado aletargado, de cada vez que su nivel de violencia incrementará, sin importar que Dragos pudiera entrar en la mente del vampiro, no encontraría nada, ni podría localizarle.
Este truco era muy útil para contener a un enemigo, lo había perfeccionado junto al destructor de todo, tal vez esté el único que podría reconocer su toque en una sombra de contención. Cerró sus sentidos al mundo natural buscando aquello que era preternatural, encontró un pequeño rastro evanescente, algo de sangre humana derramada con notas de violencia. Sin duda alguien la había utilizando como comida y desechado como basura, esperaba como el infierno que el culpable de este atroz crimen fuera Borss Vel.
Sigue el rastro evanescente como si fuera un hilo, lo condujo al agujero del conejo. Dentro de la cueva, desde la entrada, el rastro se hacía cada vez más fuerte. Ahora reconocía esa peste, el mismo aroma de Borss. Se encontraba en una bóveda redonda, era del doble de su estatura y tan inmensa como una habitación del palacio del Rey Lucian. Manipulo las sombras para ver con mayor claridad, no estaba preparado para lo de encontrar.
—¡Santa mierda!
El lugar estaba cubierto de sangre, muertes, tantas que le era difícil hacer un conteo. La sangre escurría por las paredes, sangre seca y oscurecida por el tiempo cubierta de nuevos trazos de sangre más fresca, había símbolos vampíricos muy antiguos, en la lengua de los Vamptias.
—Sombras provenientes de mi reino, de mi raza, de mi sangre. Les convoco para guiar a estas almas al Lamb. Denles al descanso eterno, denles la paz que se les negó, gran madre, la gran magia.
Dentro de la oscuridad de la caverna, sombras oscuras comenzaron a tomar forma como manchas negras fantasmales. Yendo de aquí para allá recogiendo almas de los cadáveres y de la sangre. Suspiros de dolor, alivio y gratitud se escuchaban. Las sombras se absorbían las esferas de luz que las paredes de la caverna liberando a las víctimas. Ettard Boren se mantenía estoico observando, debía purificar ese lugar para que ningún otro vampiro pudiera utilizarlo de nuevo.