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El rubio del arma la había seguido. Sólo había esperado que se quedase dormida para tumbar la puerta y arremeterse contra ella. Pero el chico enigmático también había aparecido, y la salvó nuevamente, rasgándole el cuello al abusador con una navaja.
Despertó con un grito y el corazón a punto de explotar. Lloró empavorecida, llena de terror. No pudo volver a cerrar los ojos por el resto de la noche.
Supo que había amanecido por los reflejos del sol a través de la ventana. Se sentía agobiada. No podía dormir, y no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Recordaba su pesadilla una y otra vez, sabía que su subconsciente era el causante de aquella atrocidad, pero se peguntaba de verdad qué había pasado allá, ¿cómo había terminado todo?
Estaba tan asustada que deseaba quedarse encerrada por el resto de sus días. Pero no podía hacerlo. Cambridge era su nuevo hogar. Estudiaría en Harvard y pasaría el resto de sus años allí. Así que trató de convencerse que aquello sólo había sido un mal rato, no podía vivir con miedo.
Decidió salir.
Cruzó la puerta de la residencia directo al oeste, con intención de indagar la dirección contraria a la que ya había conocido. Pero se detuvo al llegar a la esquina del edificio, al encontrarse con un callejón sin salida justo al lado. Jadeó al percatarse de las escaleras de incendio que daban a las ventanas. El terror la sobrecogió, comenzó a mirar todas las ventanas hasta encontrar la suya. No sabía si era buena suerte, pero las escaleras sólo llegaban hasta la ventana debajo de la de ella, y aun así, no se sintió aliviada. Le dio un último vistazo al tétrico callejón antes de seguir su camino.
Y no pudo evitarlo, los nervios la oprimieron. Pensó en las personas que podrían aprovecharse de aquel sombrío lugar para esconderse, y tal vez, en peores circunstancias, entrar por alguna ventana. Maldición. No quería admitirlo, pero lo que quería pensar exactamente, era la probabilidad de que uno de aquellos chicos la estuviese asechando. Sobre todo ese personaje enigmático. No lo entendía, pero era él quien más le causaba terror.
Fue cuando tropezó con un árbol que logró salir de sus pensamientos y prestar atención al camino que se había dirigido. Se llenó de pánico apenas lo hizo. La calle se veía inmensa y desolada. Miró por encima de su hombro y se sobrecogió cuando no recordó el camino que había recorrido. Se sobó el golpe en la frente con rabia por caminar en un lugar desconocido sin cuidado.
Miró alrededor con un nudo en la garganta, y tratando de calmarse, siguió adelante. Su cuerpo temblaba, y a pesar del vigoroso frío, sabía que aquel estremecimiento se debía más que a eso. Metió las manos en los bolsillos del abrigo y respiró con pesadez comenzando a escuchar los latidos de su corazón.
Había gente. Aquí y allá. Pero aquel lugar, tan blanco, con todas esas caras pálidas, tenía un aspecto tan fantasmal que sólo le causaba temor.
Se dirigió a una calle. Y luego a otra. Mierda. Ni siquiera sabía a dónde iba. Pero, de alguna manera, tenía la vaga sensación de que había alguien, en algún lugar cercano, observándola. Miró atrás varias veces, caminando cada vez más rápido. Su respiración se aceleró, y se detuvo. Se dijo que estaba siendo paranoica. ¿Por qué alguien la seguiría? Lo que había sucedido seguía en su subconsciente, afectándole. Tenía que sacar todo aquello de su mente y poner sus pensamientos en orden, tenía que volver a ser una persona normal.
Pero entonces vio algo, por el rabillo del ojo. ¿Alguien la estaba siguiendo de verdad? Los latidos de su corazón eran tan fuertes que dolía. Sentía la cara helada, y aún llena de temor, se dio la vuelta. No había nadie. Se tapó la boca con ambas manos. Creía haberlo visto. Una figura, detrás de los árboles. ¿O se lo había imaginado? Miró a todos lados, tratando de calmarse. Quizás se había confundido. Pudo haber sido cualquier cosa. Una rama, un cubo de basura, una simple sombra. Estaba delirando, ni siquiera había dormido bien.
Respiró profundo y luchó para volver a su camino. Pero cuando avanzó, la sombra volvió a su campo de visión. Se detuvo abruptamente, llena de pánico, y se volvió. Nadie. Su cara comenzó a arder, su respiración volviéndose pesada, helada. Y aún había personas. Distantes. Fantasmas. Se obligó a creer que podía ser la sombra de cualquiera de ellos. La sombra de los locales. Su propia sombra.
Aunque sabía, en el fondo, que la figura volvería a aparecer una vez que se diese la vuelta. Y lo hizo. Apretó los dientes y caminó más rápido. Los fantasmas desparecían. La calle cada vez más sola. Quería llorar, pero no podía detenerse a ser débil, así que con la nariz congelada caminó rápido, cada vez más rápido, casi corriendo. La calle más sola.
Miraba por encima de su hombro y se preguntaba si estaba atemorizada por nada. ¿Podía ser la figura detrás de ella una nube nacida de su miedo? ¿Una efigie surgida de su imaginación? ¿Qué pasaba si lo era? ¿Estaba loca, huyendo sin motivo? Pero, ¿y si no lo era? ¿Y si de verdad había alguien detrás?
Entonces tropezó. Una bolsa de basura se desparramó en el asfalto, y el chico frente a ella la miró aún con los brazos en el aire.
—Disculpa —dijo de inmediato a pesar de que ella fue quien lo había colisionado.