Examiné por septuagésima vez el reloj con forma de guitarra que colgaba en la pared de la cafetería. Frustrada, suspiré y le dediqué una mirada de odio a mi amiga, que se encontraba con las cejas fruncidas y la vista enfocada en la puerta de vidrio.
—¡Increíble! —exclamé, sobresaltándola. Me crucé de brazos, enfadada, sin poder creer lo irresponsable que podía llegar a ser una persona.
Se suponía que su novio debía haber estado allí a las cinco en punto (ni un minuto más); pero no. Habían transcurrido ya dos horas y aún no teníamos noticias; y el impuntual ni siquiera había enviado un mensaje para excusarse.
Mi paciencia se estaba agotando, al mismo tiempo que la cólera se cernía sobre mí. ¿En dónde demonios se encontraba?, me preguntaba, en vano, conteniendo las ganas de levantarme e irme.
—Day, no creo que vaya a venir —alegué y me encogí de hombros, al tiempo que miraba también a la entrada.
Nick y Day habían estado saliendo desde hacía dos meses, y yo todavía no había tenido la oportunidad de conocerlo personalmente. Al principio, me conformaba con las anécdotas que narraba Day entre risa, añadiéndole toques románticos dignos de películas; sin embargo, supuse que en algún momento debía verlo de frente y conocer a la persona que se había vuelto tan especial para mi amiga.
Cuando Day abandonó su ensoñación, se giró hacia mí, con el rostro teñido de decepción. Sentí una punzada en el pecho al verla así, cuando horas atrás no hacía más que sonreír y hablarme sobre lo maravilloso que era él.
—Quizá hoy no era el día —se lamentó, haciéndome sentir culpable por haberle dicho que era un impuntual, irresponsable y un montón de insultos que no recordaba.
Me dolía verla tan triste. Day era una persona simpática y alegre, siempre instando a los que le caía bien a seguir adelante, aunque no de la manera más elocuente. No era la más buena y considerada del mundo, siendo sincera, pero nos queríamos tal y como éramos, con nuestras imperfecciones y todo. Por eso, tenía la convicción de que si Nick la lastimaba, se la iba a ver conmigo.
Tras pasar unos minutos, en los que deseé que él apareciera y desdibuje la tristeza de mi amiga, pagamos la cuenta y salimos de la cafetería.
Le estaba contando a Day sobre mis planes de estudiar para ser maestra de matemática en la universidad, cuando el ruido de un motor rechinando nos alertó a ambas.
Enfoqué mi mirada en un auto viejo, oxidado y con pinta de que no daba para más. Las abolladuras eran tan visibles, que ni las más pequeña pasaban de inadvertidas. El estrépito del motor, por otro lado, me recordó al grave chillido de un gato. Me pregunté a quién se le ocurriría andar con tal vejestorio.
Del auto bajó un chico de alta estatura, pasando el metro ochenta, con el cabello carbón, que contrastaba con la luz solar. Iba vestido con un jeans ajustado, una remera blanca que se le adhería a la piel y una chaqueta de color negro. No pude evitar pensar en los típicos niños malos que aparecían en las películas, esos de los cuales todas se enamoran, incluyéndome.
No obstante, lo que me resultó más extraño que las condiciones del coche fue ver a mi amiga caminando hacia él, con prisa, y besarlo con tal atrocidad.
Solo cuando me acerqué a ellos trastabillando, con pasos silenciosos, y carraspeé para llamar su atención, se separaron por fin.
Day me observó con una nueva expresión de felicidad plena. Él levantó una ceja, me examinó, inquisitivo, y preguntó quién era.
Day rio cual tonta enamorada.
—Nick, ella es mi mejor amiga Charlie. —Acto seguido, se giró hacia mí y continuó—: Charlie, él es mi novio…
—Nick Mae. —Completé la frase por ella.
Y ese fue el inicio de una tormentosa, pero a la vez hermosa, historia repleta de líos.