Hidelton

2.

-Charlotte-

 

2.

 

—Charlotte es lo que todo hombre quiere —comentó Jane a su madre, sentadas en el comedor mientras comían unos aperitivos.

—No seas tonta, Jane; solo alguien inconforme consigo mismo y que poco reconoce sus méritos, hace ajenas sus propias inseguridades, la tuya, en este caso, resulta en no creerte lo suficientemente capaz como para conquistar a un hombre.

—¿Y qué si es así? nada puede provocarme para cambiar… nada me entregaría la fortuna para ser un poco como ella. Charlotte tiene valor, yo, por otro lado, finjo tenerlo.

—De nuevo, eres tonta; las personas no andan por ahí todo el tiempo cargando con un valor real. Normalmente se lo inventan, y eligen creer en ello. Tus hermanos lo han hecho, tú lo inventaste, pero temes practicarlo, y yo no estaré mucho tiempo en este mundo como para convencerte en cada momento de superarte a ti misma.

Charlotte entró por la puerta principal y de inmediato captó la atención de su madre. Jane guardó silencio, mientras su madre se alzaba de la silla para recibir a su dulce y valiente Charlotte.

—¿Cómo te ha ido con el profesor? —cuestionó entusiasta.

—Es un patán, madre.

—Por Dios, Charlotte, ¡todos son patanes! La diferencia radica en saber elegirlos, hay algunos de gran magnitud y otros, no tanto…

—Pues el profesor William es un patán de gran magnitud. Se me ha insinuado como suele hacerlo constantemente, según Annie, provocando a cada mujer que recibe en su residencia —dijo Charlotte moviéndose por el comedor con aborrecimiento e indignación.

—¿Y has tenido el descaro de rechazarlo?

—Yo diría, madre, que más bien tuve el placer de hacerlo.

—Dios se apiade de mí, ¡tengo dos hijas muy tontas! Una que probablemente quede solterona y otra, que rechaza a uno de los mejores varones de Hidelton. De nada ha servido nuestro cambio de postura, cuando han conservado esas mentalidades tan mediocres. Mayor vergüenza sería, que optaran por elegir a un varón de nuestro viejo rango, entonces, absolutamente volveríamos a la ruina y seríamos la burla de todos.

—Trataré de hacerlo diferente, madre, trataré de enorgullecerte —comentó Jane con la mirada baja, desde su silla.

La señora madre salió de la habitación, y caminó hacia su alcoba con la esperanza de tranquilizar sus nervios y encontrar la calma a la desdicha. En ese momento, Jane entró en cuenta, que pese a tener un carácter firme ante sus hermanos, era, probablemente, tan débil como ellos.

—No tienes que alabarla todo el tiempo, como si ella fuera quien entregó la riqueza a esta familia.

—No lo habrá hecho, pero al menos nos dio la vida, y eso basta.

—Tampoco es razón para hacerlo.

—Desearía que dejaras de interferir en mis deseos de a quien elijo para ser leal.

—De tener un buen criterio, agradecerías a nuestro padre, al fin y al cabo, el también nos dio la vida —Charlotte salió del comedor y entonces, Jane se alzó de la silla, persiguiendo sus pasos hasta la habitación de su hermana.

—¿Por qué he de agradecerle a ese hombre? Si no ha hecho más que entregarnos desgracias. Por él, fuimos víctimas de burlas, por él, crecimos en la pobreza, ¡apenas y teníamos prendas para arropar nuestros cuerpos!

—¡Pero las teníamos! —exclamó Charlotte entrando a su habitación.

—¿Y eso qué, Charlotte? ¿la miseria es de aplaudirse? ¿deseas que esté conforme con nuestro pasado y que aplauda la carencia en la que nos sumergió? Él prometió darnos la mejor vida.

—¿Y no lo hizo? —cuestionó Charlotte, envuelta en sus más grandes diferencias con su hermana— Si no es así, Jane, dime, ¿tener riqueza qué te ha dado? Tendremos comodidades, pero confiésame, tú, que tan leal eres a ella, ¿te ha entregado la felicidad? Porque alcanzo a escuchar lo que hablas con mamá y no me parece que sea así. ¿Ya olvidaste nuestra niñez? ¡Nada importaba! Nada más que salir a correr a los brazos de papá, era nuestro héroe y mamá también, pero desde su ausencia, desde el momento de su muerte, has tomado un injusto odio hacia él. Tal vez no sea la riqueza, tal vez, al final de todo, tu odio provenga de tu alma reprimida y oscura.

—Jamás vuelvas a decir eso, Charlotte, porque no conoces ni un poco de mi alma, y yo, en cambio, estoy conociendo más acerca de la tuya.

—Lo que digas de mí, o de cualquiera, hablará más de ti que de mí misma, Jane, y en ese caso, de tus comentarios no tengo que preocuparme.

Y antes de que Jane partiera a su habitación, esta le recordó con gran ventaja, lo que momentos antes, Charlotte, había comunicado en el comedor a su madre:

—De ser así, lo que has dicho del profesor, no tiene más que referencias tuyas.

—No te atrevas, Jane… todo lo que he dicho no ha sido más que la verdad.

—Esa es tu verdad Charlotte, recuérdalo —dijo Jane sujetándose, victoriosa, del marco de la puerta—. Y si mi alma es lo que dices que es, tal vez la tuya no sea tan diferente; tal vez podrías ser la pareja perfecta para el profesor.

 




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