Hielo y Sombra - La guerra del norte

Introducción

Déctor - Istana Ais, Isla de Itzoz, Agyry

Seis años después de la guerra

 

 

—¡Alana!—llamó a su hija que jugaba en el jardín.

 

—¡Un ratito más, papi!—Respondió mientras lanzaba otra bola de nieve a su hermano gemelo.

 

—¡Vengan ambos, es hora de almorzar!

 

Los pequeños corrieron hacia el palacio sin dejar de lanzarse nieve entre caídas y risitas. La pequeña llevaba colgada al cuello una piedra de luna que se mecía de un lado al otro con cada paso de ella.

 

Ambos tenían el cabello oscuro y la piel blanca al igual que todos los de su familia, pero cuando Aldo tenía ojos azul profundo, los de Alana eran claros como el hielo.

 

—¿Hoy tendremos entrenamiento de lucha?—Preguntó la pequeña, al sentarse a la mesa del comedor diario.

 

—Sí hijita.

 

—Alana no debería…—comenzó a decir la abuela de la niña.

 

—Ella lo disfruta y tú no eres su madre—replicó Déctor mirando con severidad a Aurora.

 

—Pero las princesas no deberían…—insistió la mujer.

 

—Yo soy el rey en Itzoz, madre—le recordó a lo que la mujer hizo silencio.

 

En ese momento entró su esposa Celia, con quien había estado comprometido desde el nacimiento. Ella era una madre amorosa y estaban siempre de acuerdo respecto a la crianza de sus hijos.

 

Él tuvo la fortuna de crecer junto a Celia y enamorarse. Pero no era así para todos, por lo que decidió permitir que sus hijos crecieran libres de ataduras y, cuando fueran adultos, escogieran con quien deseaban casarse. Aunque su hermano Dinaro, que era rey en el continente, lo había instado a comprometerlos con poderosas familias, él se negó.

 

Luego de los terribles sucesos de la guerra, ellos no habían quedado en buenos términos. Pero Dinaro, quien era mucho más sabio como regente de lo que fuera el padre de ambos, lo había visitado para hacer las pases, cediéndole legalmente la Isla de Itzoz y reconociéndolo rey de ésta a posteridad, diciendo que los dos tenían los mismos derechos y que cuando hubiera que tomar decisiones sobre guerras, ninguno podría hacerlo sin el consentimiento del otro, para que no volviera a suceder lo mismo.




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