Lidia - Frontera entre Agyry y Syukur
En el mismo instante que el hechizo fue lanzado, Lidia supo que había cometido un gran error, la sensación del mal la recorrió de pies a cabeza, y aparentemente sus compañeras se sintieron igual porque todas quedaron pasmadas.
Los días siguientes al fin de la guerra entre dragones de hielo y demonios de la sombra, en la cual no solo su grupo de hadas participara, sino también otras criaturas; el amargo sentimiento se acrecentó. Sus congéneres no decían nada, un silencio elocuente se había instalado en torno a ellas.
Lo peor vino después, al saber de la muerte de su amado Leico y la mentira, mentira que Lidia en el fondo sabía, se dejó llevar por su amor ciego, permitió que él la manipulara, aun cuando en el interior de su ser ella lo conocía bien y estaba al tanto de su maldad. Y para terminar de completar el nefasto cuadro, había arrastrado a su especie por el fango con un genocidio.
¿Cómo se justificaría ante la reina Catanea? ¿Usaría como excusa su estúpido amor? Años atrás la regente le había advertido acerca de la avaricia del rey de los demonios de la sombra, pero fue antes de conocerlo y caer presa de sus dulces palabras y su belleza oscura.
— Lidia.
Sus amigas más cercanas compartían con ella el carruaje, aunque hubieran podido abrir un naloy (portal mágico) para llegar instantáneamente a Cariad, prefirieron un transporte tradicional, para poder meditar en lo sucedido.
Diamela era quien le hablaba, sentada frente a ella.
— ¿Sí? — Contestó suavemente, temiendo lo que fuera a decirle.
— No creo que tenga que preguntarte si entiendes lo que hemos hecho, porque creo que todas aquí lo sabemos — declaró, señalando también a las otras dos, Eloina y Flavia. Lidia asintió con la cabeza. — ¿Qué diremos a la reina?
— Le diré que fue mi culpa y tomaré la responsabilidad — aseguró.
— Eso no sería justo ni real — intervino Eloina. — No nos has obligado a hacer lo que hicimos, también caímos presas del engaño de los demonios y…
— ¿Y qué?
— Fuimos seducidas por nuestro propio poder — acotó Flavia.
— No creo que sea para tanto — quiso excusarse Lidia.
— La perversidad damoni está en los demonios y nos sedujeron — la apoyó Diamela.
— Debemos asumir nuestra responsabilidad y buscar una forma de resarcir a nuestra especie de este brutal conjuro — continuó Flavia. — No importan ya los motivos por los cuales lo hicimos, teníamos prohibido combinar nuestros dones y de todas formas lo hicimos.
— Tienes razón — admitió. — Deberíamos ir ahora mismo y empezar a buscar la forma de revertir el hechizo.
Haciendo que el cochero detuviera el carro, descendieron y dieron instrucciones al resto de la caravana para que siguieran marchando hacia el sur.
Lidia tomó su varita, que siempre llevaba escondida bajo su manga, la cual portaba un rubí en la punta y dibujó en el aire un gran círculo de luz roja, el que al terminar de formarse dejó a la vista un pasaje por donde cruzaron las cuatro hadas.
***
Catanea - Al norte de Cariad
En la torre más alta del castillo se hallaba una fuente que era tan antigua que nadie recordaba su creación. Allí, las hadas recibían oráculos y se comunicaban con los Ilhin creadores.
Hacía ya varios días que las siempre cristalinas aguas se habían vuelto turbias, lo que ante Catanea era un terrible augurio, pero no imaginaba qué podría ser, algo semejante no había sucedido nunca, ni siquiera durante la predicción sobre el dios único, en la cual se decretaba un tiempo futuro de guerra entre los humanos y el resto de las criaturas.
Intranquila, descendió por las hermosas galerías en espiral que flotaban circundando la torre y estaban engalanadas de floridas enredaderas colgantes.
Al llegar al piso inferior, descubrió que Lidia, Flavia, Diamela y Eloina la esperaban. Sus rostros se hallaban ensombrecidos y sus miradas la evitaban. Supo que había sucedido algo muy malo.
— ¿Qué ha pasado? — Les preguntó llegando hasta ellas las cuales se habían inclinado ante su presencia.
Lidia, sin poder ponerse de pie, comenzó a llorar desgarradoramente.
— Todo ha sido mi culpa balbuceaba el hada de rojos cabellos.
— ¿De qué hablas? — Preguntó Catanea preocupada. — ¿Se trata de los demonios de la sombra?
— No es todo su culpa intervino Eloina.
— Nosotras asumimos la responsabilidad acotó Flavia, mientras sus compañeras aseveraban asintiendo con la cabeza.
— ¿Pero qué es lo que han hecho? — Exigió saber la reina.
En medio de lamentos y sollozos, las cuatro amigas relataron lo sucedido en la guerra entre los dragones de hielo y los demonios de la sombra, dando cuenta del terrible hechizo realizado contra los cambia formas.
Luego de oír el catastrófico relato, Catanea guio a sus súbditas hacia la parte alta de la torre para mostrarles lo que estaba sucediendo.
— Yo esperaba que el oráculo nos dijera qué hacer expresó lidia horrorizada al ver cómo se revolvían las oscuras aguas.
— Si no podemos conectar con los Ilhin el mal de nuestras acciones nos alcanzará.
— Alcanzará a nuestra especie y también a los demonios, cuyo rey solicitó este ritual macabro declaró la regente.
— Mi reina, ¿qué podemos hacer? — preguntaba Flavia.
— Sólo se me ocurre una idea, pero es demasiado arriesgada.
— Lo que sea, yo lo haré afirmó Lidia, era evidente que la culpa la embargaba.