Lidia – Puerto Marmita
Una vez en Ghina, luego de pasar por la Planicie de la Magia, cruzaron por un puente sobre el río Sur y arribaron finalmente al puerto de Marmita. Al llegar allí, el calor las abrasó, la temperatura del lugar era mayor que en Ewen y eso era mucho decir, ya que las costas del océano austral eran las más cálidas del Mundo Superior.
El dragón de fuego los dirigió a través del pintoresco poblado hacia las afueras rocosas, en donde se ubicaba un pequeño pueblo del mismo nombre, las calles estaban construidas de piedra como todo lo que los rodeaba y las luces del cielo eran más escasas, pero estaban allí dando al ambiente una suave luz crepuscular.
Lidia no pudo dejar de admirar la belleza extraordinaria de todos aquellos con los que se cruzaban, sin duda los damoni eran exponentes indiscutibles de la perfección del Hálito Creador.
Kin y Kaíl, narraron a las mujeres sobre las costumbres en Ghina, la popularidad de las luchas en las arenas de las grandes urbes y el incipiente comercio con el exterior. También les contaron que existía una pequeña porción damoni que no había perdido la esperanza por recuperar su antiguo lugar en las estrellas, y que estos no participaban de la vida común, sino que se mantenían en las afueras, una de estas personas se hallaba justamente allí, en Marmita.
Habiéndose alejado bastante de la villa volvieron al cauce del río, hasta hallar una rústica vivienda tallada en la roca. Allí encontraron a alguien que parecía ser muy especial. Su nombre era Hermes, era un hombre bello por donde se le mirara, de cabello, cejas y barba blanca; no obstante, su piel marfil, relucía como la de un joven de veinte años, tenía los ojos, cuáles ópalos pulidos y en ellos se podía ver una mirada benevolente pero también mucha inteligencia.
Hermes, de pie en la puerta de su morada cuando llegaron, parecía que los estaba esperando.
— Bienvenidos – su voz era como el mar, y Lidia se estremeció al oírla. Ella observó a sus compañeras para comprobar si les había sucedido lo mismo, pero no pudo notar nada.
— Gracias, Hermes — habló el elocuente Kaíl. — Esperamos no importunarte con nuestra visita.
Los hombres se saludaron con abrazos, como grandes amigos. Para las hadas, los damoni, no dejaban de ser descendientes del Hálito, por lo que no sabían cómo comportarse. Si no hubiera visto los saludos de sus guías con aquel hombre, seguramente Lidia se habría inclinado a hacer una reverencia. Pudo percibir la misma inquietud en sus compañeras.
— Por favor, pasen — sonrió mirándolas a todas. — En el interior me harán el honor de presentarse.
Él parecía leer el pensamiento de las mujeres, ellas, dando gracias en tímidos tonos, ingresaron en la casa.
Se sorprendió al ver que, contrariamente al exterior, el ambiente era fresco. En medio de la sala había una mesa con varias sillas y también bancos contra las paredes. Aunque podría haber sido un lugar precario por lo rústico de la construcción, sin duda no lo era.
— Imagino que sabrás lo que ha sucedido en el Mundo Superior — gruñó Kin lanzando una acusadora mirada a las hadas.
— No me ha sido revelado el suceso en sí, solo he visto que algo muy malo se desarrolló allí arriba.
— Pues — empezó a hablar Kaíl.
— Tal vez sea mejor que nosotras mismas lo contemos – intervino la reina observando significativamente a Lidia.
— Lo que sucedió fue...
Lidia comenzó a relatar los acontecimientos desde la desaparición de la princesa Dreysha. Entre más hablaba, más se daba cuenta de lo tonta que fuera al dejarse cegar por su amor por Leico, había actuado como una adolescente sin conciencia, la culpa la corroía y algunas lágrimas escaparon de sus ojos al hablar del hechizo que devastó a todas las hembras de los dragones.
— La culpa no es un sentimiento bueno y no trae soluciones — habló el damoni. — Pero es bueno que sean responsables y afronten las consecuencias.
— Nada de eso traerá de regreso a quienes murieron — acotó Kin duramente.
— Es cierto — aceptó Lidia.
El resto de las hadas permanecía en silencio, excepto Catanea, que se apresuró a continuar con el relato.
— Cuando esto sucedió, la fuente de las hadas se volvió negra y dejamos de recibir información, por lo que pensamos que podríamos encontrarla aquí. Nosotras, queremos resarcir lo que hicimos.
Hermes quedó pensativo un rato. En estos momentos, Kin salió de la casa como si se sintiera incómodo y Kaíl se retiró por una puerta y al regresar trajo bebidas para las damas.
— He sabido, que en las aguas de la inmortalidad ha sucedido un evento extraño, dicen que llueve sangre. Tal vez deberíamos empezar por allí — caviló el damoni.
— ¿Y cómo llegamos? — Se atrevió a preguntar la más joven del grupo, una humana llamada Raisa, que era aprendiz de la Bruja Grial.
— Existen dos caminos. El más corto es por el río Vindur, pero casi no hay barcos desde aquí que vayan por ese rumbo. El otro camino es por el río Badán, es más tardado, pero podemos partir hoy mismo.
***
Llilh – Ciudad de Urd
Ni siquiera sabía cómo se había dejado convencer de volver a esta pecaminosa ciudad. El puerto estaba atestado de gente y su rumor era insoportable. Los barcos se abarrotaban en el muelle, y a partir de allí se abría una amplia senda hacia el centro urbano, cuyas casas estaban construidas una sobre otra en una gran pared de piedra que dominaba toda la vista desde el río Badán.
— Llilh, cambia esa cara — solicitó Cala, sonriente. — Hemos venido a divertirnos.