Narrador Omnisciente
Cuando llegaron a Las Aguas de la Inmortalidad, descubrieron que no eran los únicos allí, observando el fenómeno, había algunos otros, tanto damoni como seres de la superficie. Aquel lugar era un lago de aguas termales alimentado por una cascada que emergía de la roca misma, ubicado en el centro de Ghina. Estaba rodeado por una vereda de piedra ascendente que llegaba hasta el nacimiento de las aguas. Todo esto se hallaba dentro de un gran recinto abovedado, por el cual se ingresaba en botes pequeños.
Estas aguas, se decía que daban la vida eterna a cualquiera que no fuera damoni, también decían que podía sanar enfermedades, pero otra cosa por lo que estas aguas eran llamadas inmortales es que se creía que los damoni podían sumergirse en ellas y trasmigrar su alma renaciendo como demonios de las sombras.
Nadie sabía exactamente qué pasaba, de dónde venía la sangre y mucho menos qué hacer. La sangre era espesa y oscura y aparecía de más allá de las luces que daban la iluminación a todo Ghina. Catanea intuyó que estas aguas estaban conectadas de alguna manera con la fuente de las hadas, pero no lo supo a ciencia cierta hasta varios siglos después.
Inesperadamente, el lago comenzó a removerse formando un remolino, muy cerca de la cascada, y de él emergió una plataforma circular que se elevó suspendida en el aire. Se podía acceder a esta por las veredas ascendentes. Catanea sorprendida, observó a Flavia, subir hasta allí con la gracilidad característica de las hadas del aire.
— Tiene muchos símbolos — expresó desde allí arriba. — Y también cuatro espacios marcados.
Considerando que quienes habían realizado la maldición eran cuatro, Catanea supuso que era una confirmación e hizo una señal a las otras tres hadas para que subieran hasta allí.
— Los símbolos de nuestros elementos están marcados en los lugares, y también otras cosas en un idioma que desconozco – al terminar de decir estas palabras, Flavia tomó su lugar.
Las tres compañeras corrían con renovadas esperanzas y Catanea las seguía de cerca. Pronto alcanzaron la cúspide, Diamela tomó el sitio con el símbolo de la tierra y Eloína el de agua. Sin embargo, en el instante en que, Lidia, el hada de fuego, intentó subir a la plataforma, no pudo hacerlo. La reina pudo ver cuando su súbdita intentaba pasar y algo la detenía.
Lidia comenzó a mostrar signos de desespero y las lágrimas caían por su rostro, en un momento forcejeó tanto con la barrera que se le oponía que casi cae.
— Lidia — habló Catanea, sosteniéndola por los hombros. — Tal vez, es otra persona la que tiene que ir allí.
— No – dijo con voz ahogada, — yo tengo que solucionarlo, tengo que ser yo, todo es mi culpa.
— Algo pasa — habló Eloina que se debatía para ponerse de pie. — Estamos atrapadas.
La damoni llamada Llilh, que los había acompañado desde Urd se acercó junto con un hombre de su especie, alto y fornido, de aspecto rudo y de cabellos rojos, el cual llevaba un libro en sus manos.
— Alguien más debe ocupar el lugar — habló la damoni haciendo un gesto para que Catanea ingresara a la plataforma.
Catanea, levantando el mentón con elegancia, aspiró profundo y dio un paso hacia la gran piedra suspendida en el aire. Nada la detuvo. Caminó con delicados pasos y ocupó el lugar del fuego. Las hadas de luz, como ella, dominaban todos los elementos, seguramente ese era el motivo por el cual podía tomar aquel sitio.
Pudo ver delante suyo, dibujos de dos manos. Los había iguales frente a las otras hadas, por lo que dedujo que debían colocar allí sus palmas y así lo hizo, siendo imitada por sus congéneres.
Los símbolos dibujados en la roca, comenzaron a iluminarse y esta luz trepó por sus brazos, haciendo que se transfiguraran en criaturas lumínicas con preciosas alas de mariposa. Cada una de un color diferente, había un poder en esto que inundaba sus cuerpos, una sabiduría que descendía o tal vez ascendía, no estaba segura, pero eso la llenaba, sentía una certeza en su interior.
Un tubo de luz blanca emergió del centro de aquellos símbolos, elevándose hasta traspasar el techo de roca sobre ellos.
De repente, Flavia habló, pero no era su voz, era la de otra persona, o era la voz de aquella energía, como el sonido de un vibrar de aguas cuando el viento las abate.
— La redención viene, la redención damoni, y aunque muy pocos llevarán esta carga por los suyos, muchos serán liberados por causa de ellos – la voz del hada de aire sonaba etérea con una delicada reverberación.
— El dolor no cesará de inmediato, pero los dragones no perecerán, llegado el día, la descendiente de los demonios de las sombras y los dragones de hielo establecerá el pacto que romperá la maldición y volverán a su plenitud, los días que las hadas cercenaron. Ella no sabrá su origen, ni el peso que hay sobre sus hombros, pero su corazón la guiará.
Estas palabras salieron de boca de Eloina, sin embargo, la voz seguía siendo la misma que la de su compañera, una voz espectral, que tomaba posesión de cada una de ellas alternadamente.
— El alma damoni se unirá al alma de la superficie, siete pares serán y uno mismo serán. Guardarán el paso y el pacto, algunos tendrán relevos, otros verán el fin de Ghina, pero la redención los alcanzará, aunque corran lejos intentando escapar. Hoy los escojo yo, mañana, sus mismas lides los escogerán, se volverán viejos y sabios, pero no se perderán.
Al cesar el cantar de Diamela, Catanea sintió el burbujear de la energía que subía desde su pecho hasta su garganta, y no pudiendo contenerla, cerró los ojos y la dejó hablar a través de su boca.