—Nos tenemos que ir ¡Pronto!
En cuanto entré a la casa pequeña casa que rentaba, comencé a entrar en pánico, nos habían descubierto por mi culpa, sin embargo, parecía que nadie me escuchaba.
—¿Por qué tanto apuro? —Preguntó Aarón a medio bostezo.
No me sorprendió encontrarlo dormido, en el sillón. Su cabello blanco como la luna se encontraba revuelto entre ondas medio desechas, acompañados por unas ojeras de muerte que se disimulaban gracias a su piel bronceada.
—Acabo de encontrarme un un hijo del sol, están aquí —advertí—. ¿No deberías estar vigilando el viento?
—Hoy es un día tranquilo, ella sobrevivirá sin nosotros.
Generalmente evitábamos nombrar a Luna, nuestra creadora, pues se decía que se molestaba si la despertábamos de su largo sueño. Hacía años que Luna no se comunicaba con nosotros, excepto por Helena Rossberg, una chica al norte de Francia, era la líder de los hijos de la Luna, pues Luna la consideraba la única digna de su palabra, por lo que siempre esperábamos nuevos mensajes de su parte.
—Debemos estar al servicio todas las noches —le reproché, pero Aarón únicamente se encogió de hombros y volvió a su larga siesta—. ¡Aarón! Los hijos del Sol ¿recuerdas?
Un dejo de culpa cruzó por su rostro mientras luchaba por mantenerse despierto de nuevo.
—Cierto ¿Estás bien? Sé que es difícil matar para ti —no le respondí, simplemente desvié la mirada—. Moon, lo dejaste sin vida ¿verdad? —preguntó preocupado por la respuesta.
—Yo... eso creo —sus ojos generalmente cansados se abrieron de golpe y pude ver cómo palidecía—. No me detuve a comprobar.
—¿Estás loca? ¿¡Cómo no comprobaste la muerte de uno de esos malnacidos!?
—No me siguieron —comenté con una sonrisa de disculpa.
—Ahhh... Moon —suspiró cansado mientras frotaba su nuca nerviosamente—. ¿Ya lo sabe Sirena?
—Aún no la he visto
—Ella sabrá qué hacer.
Y automáticamente volvió a dormir, como si nunca hubiera interrumpido.
No podíamos mudarnos así nada más, necesitamos un lugar cerca de la playa ya que así podemos cuidar la marea sin ser molestados o sin encontrarnos a mortales algo peculiares, por lo que contábamos con nuestro propio pedacito de arena. Ahí fue en donde encontré a Sirena; moviendo sus manos tan agiles como la brisa. Imitaba suavemente el vaivén de las olas, sin embargo le costaba más trabajo de lo usual, pues Aarón había dejado el viento a voluntad de la noche.
—Hey —saludé.
—Así que Aarón envió refuerzos —respondió con una sonrisa en el rostro.
—Algo así.
Decidí sentarme en la arena y controlar la brisa irregular que soplaba. Sirena agradeció asintiendo la cabeza y sentándose a mi lado, descuidando la marea por unos minutos.
Agradecía su compañía, desde que fui asignada a un grupo, Sirena se había convertido en mi mejor amiga, aunque no fuéramos para nada iguales. La muchacha presumía de una alta estatura, sin mencionar su piernas largas, piel medio aceitunada, ojos café claro y un largo cabello negro que le llegaba a la cintura. Sirena disfrutaba de cambiar su apariencia conforme pasaban los años, siempre seguía las tendencias y disfrutaba de salir a convivir con los mortales, sobre todo con los hombres, con los cuales pasaba un rato "divertido" y cuando se aburría dejaba al prospecto en cuestión para ir detrás de algo más interesante, no creía en el amor y era difícil que se encariñase con algo o alguien, incluso conmigo, pues le costaba trabajo admitir que le era importante.
Yo por mi parte no había estado con alguien del modo romántico, como ella solía hacer, prefería mantenerme al margen de las relaciones humanas, pues era fácil que me apegase. Además, antes de ser llamada al servicio de Luna, creía en el amor verdadero y que un día lo encontraría. Sin embargo ahora, eso me parecía prácticamente imposible.
—No tienes que hacer eso, hoy es tu noche libre —dijo señalando las venas que se marcaban a través de mi pálida muñeca por la fuerza ejercida sobre la brisa.
—No es nada, ya tendré el día para descansar.
—¿Algo nuevo esta noche? —pregunto dándome un suave empujón con el codo.
—A eso vine —suspiré cansada—. Hoy, mientras reclamaba una criatura en nombre de Luna...
—¡Moon, Sabes que no debemos molestarla!
—No despertará con que la nombre —me quejé—. Como sea, me encontré con un hijo del Sol, saben que estamos aquí.
Una sonrisa de alivio cruzó por su rostro, lo que me confundió.
—Ah, eso... No te preocupes, no darán problemas, siempre y cuando no hayas matado a uno de los suyos.
—¿Qué dices? ¿¡Cómo que no habrá problemas!? ¡Vendrán por nosotros!