Pasaron los segundos, los minutos y las horas, la noche cayó y me vi obligada a levantar a luna desde el horizonte, todo iba bien, había tanto silencio que incluso podía escuchar los latidos de mi corazón, Aarón se encontraba profundamente dormido y yo me había dedicado a juguetear con un pequeño cuchillo recostada en un sillón, pero todo cambió de un momento a otro, la paz que me rodeaba se esfumó y todo por un simple sonido, alguien había pisado una hoja seca.
Desde la ventana que estaba frente a la sala se podía ver un pequeño jardín descuidado perteneciente a los condominios, pilas de hojas descansaban al pie de los árboles, pero no había algo que pudiera generar aquel sonido, ni siquiera el viento soplaba, lo cual era extraño ya que nadie controlaba la marea o el viento en esos momentos.
Revisé hasta donde me alcanzaba la vista sin obtener resultados. Pensé por varios minutos hasta que decidí salir a dar una vuelta para revisar los alrededores, tomé una daga y me colgué la ballesta al hombro junto con un carcaj de flechas negras. Abrí la puerta con un chirrido que se prolongó más de lo que me hubiera gustado, bajé las escaleras sin problema alguno y salí del edificio.
Las bocinas de los coches atorados en el tráfico se escuchaban a lo lejos, y una ligera brisa me heló la piel. Pude ver algo moverse entre las sombras apenas por el rabillo del ojo, tomé una flecha y la aseguré en mi arma, si veía algo dispararía sin dudarlo. Una rama se rompió delatando la posición de mis enemigos, giré apuntando en cualquier dirección, pero no podía ver nada más que naturaleza.
Un brazo me rodeó el cuello tirándome al suelo, mi flecha salió volando hacia el cielo, me golpeé la cabeza y por un segundo, todo se volvió aún más obscuro y confuso. Me vi rodeada por varios hijos del sol, algunos apuntándome con armas, mientras que mi captor me retenía con fuerza. Intenté zafarme de su agarre, pero fue imposible.
—La tenemos —escuché a una chica celebrar.
—El otro debe estar cerca —comentó alguien más—. Búsquenlo.
El pánico se apoderó de mi cuerpo, podían capturarme a mí, pero no dejaría que se acercaran a Aarón, no abandonaría a alguien más y menos estando indefenso. Me quedé totalmente inmóvil a los ojos de los demás mientras delicadamente deslizaba una mano hacia el dobladillo en cintura de mi pantalón, justo en donde había escondido mi daga. En cuanto tomé la empuñadura, clavé la cuchilla en el brazo del tipo que me tenía sometida, pude ver claramente como rasgaba su piel, mientras soltaba un grito algo escandaloso. Logré ponerme de pie en un instante, pero las cosas no mejoraban.
Tomé a una chica castaña que lucía asustada y coloqué la cuchilla sobre su cuello, me odié en ese instante, seguro era nueva en el clan, probablemente era su primer ataque y yo la usaría como moneda de cambio, cualquier movimiento y la degollaría.
Todos se inmovilizaron, la menuda chica comenzó a llorar humedeciendo la piel de mi antebrazo, me había convertido en la villana de la historia, pero no dejaría que siguieran lastimándonos, no eramos culpables de nada, los crímenes por los que nos buscaban no eran nuestros, pero si lo que querían era una razón, se las daría.
—No te muevas y todo saldrá bien —le susurre.
Ella tragó con dificultad y asintió sutilmente. Se podía sentir la tensión en el aire, fue entonces que uno de ellos tomó un cuchillo de cacería y con la gracia de un ave intentó apuñalarme. El filo de mi arma se deslizó por el cuello de la muchacha que retenía, la sangre comenzó a brotar y su cuerpo cayó al suelo sin vida. Había incapacitado a dos, faltaban tres más.
Pude ver un destello a uno de mis costados, el tiempo se detuvo para mí; una flecha dorada volaba en mi dirección, no podía esquivarla, me habían vencido. Pero alguien detuvo la flecha en pleno vuelo, una mano fuerte la sostuvo para después hacerla pedazos. Giré en su dirección y, en medio de todo el desastre, me encontré con un muchacho de rizos castaños y ojos miel, me sonrió, fue cuando me di cuenta de cuánto lo había extrañado.
Su nombre era Bastian D'Adora, un joven italiano que había conocido cerca de 1900, había sido llamado en el mismo año que yo y por un tiempo convivimos en un mismo grupo en Verona, sin embargo nos separamos, por lo que no había escuchado mucho de él, excepto por algunas cartas que nos enviábamos esporádicamente a través de los años.
—Siempre con tu arma favorita —saludó.
—No puedo negarme a un combate cuerpo a cuerpo —sonreí.
—Me pareció que necesitabas ayuda —dijo mientras peleaba a la defensiva a mi espalda.
—Lo tenía todo bajo control —comenté.
—Siempre te lo he dicho Moon —gruñó mientras pateaba lejos el revólver de uno de nuestros adversarios—. A veces es bueno pedir apoyo.
—No se lo pido a cualquiera —respondí esquivando un golpe.