Hija De Una Mafiosa © [#2 Mortem]

Capítulo 7.

DAKOTA

DAKOTA.

—¿Dakota?

Levanto la mirada de los documentos que sostengo en mis manos, encontrándome con aquellos conocidos y escalofriantes ojos grises. Levantando una de mis cejas, dejo los documentos en el escritorio nuevamente y le indico con un sutil movimiento de cabeza; que entre. Kenya se toma su tiempo en cerrar una de las puertas de mi despacho.

—¿Qué pasa? —pregunto una vez toma asiento en uno de lo dos sillones individuales que hay en frente de mi escritorio. Sus ojos no se apartan de los míos; los cuales están fuera de lentillas—. ¿Recibiste el informe sobre el cargamento que iba para Nuevo México?

—Sí, sobre eso... —responde mientras pone aquella expresión que sólo he visto tres veces en mi vida: la primera es cuando el lunático —y ya difunto— Demetrio se metía con alguno de mis cargamentos, la segunda fue la vez que se dio a conocer el SS-DK software, y la tercera... cuando anunció que supuestamente mi madre estaba viva.

Un escalofrío empieza a recorrer mi cuerpo, la tensión y la sospecha no tarda en aparecer.

—¿Qué mierdas pasó con mi cargamento?

Kenya me mira intensamente por largos segundos, algo que personalmente nunca me ayudó en el pasado y ahora mucho menos. Trato de buscar la paciencia que de alguna forma he adquirido con los años y espero a que se digne por hablar. Pero conociéndola como la conozco, estoy segura que se tomará todo el maldito tiempo.

—Algunas malditas costumbres no se olvidan, ¿no es así?

—Mira quién lo dice.

Sonrío ante su sarcasmo, y como presiento que sea lo que tenga que decirme no me gustará ni un poco, prefiero recibir las malas noticias con uno —o tal vez unos cuatro— tragos de Jack Daniels en el sistema. Por lo que bajo esa intensa mirada que me fastidia hasta la médula, me levanto y me acerco al mini bar que personalmente encargué que construyeran en mi despacho. Si lo comparo con el que tenía en la mansión que mandé a volar por culpa de Demetrio, es muy simple y escaso de licor. Pero bueno, no creo que esté bien visto que la esposa del multimillonario y conocido informático, Drey Kirchner; tenga un bar similar a los que tienen los dueños de los clubes en su propio despacho.

Por no mencionar, que soy madre ahora. Por lo que beber, fumar, y consumir mis porquerías es nulo. Algo... intolerable. Así que el consumo de alcohol se redujo a unos cuantos Borbones, vodkas, en raras ocasiones vinos, y allá una vez pérdida una o dos cervezas. Ni siquiera menciono los puros, desde mis dos embarazos no consumo absolutamente nada de marihuana. El único vicio que Drey no ha podido quitarme es el cigarrillo, uno también consumido en muy reducidas cantidades.

—¿Piensas pasarte la vida ahí sin decir nada? —gruño ya harta de tanto silencio y misterio. Con vaso en mano, volteo y fijo la mirada en Kenya—. Espero por tu bien, y los encargados del cargamento, que no le haya pasado nada a esa droga.

Cuando empiezo a caminar de nuevo hacia mi escritorio, un escalofrío pasa a lo largo de mi espalda y los vellos de mi nuca se erizan. Una mala señal.

—Nos robaron dos de los tres cargamentos, el tercero lo quemaron en medio camino.

Dejo el vaso a medio camino de mi boca. Y levanto la mirada. Kenya no puede esconder el estremecimiento, el mismo que recorrió mi cuerpo, sólo que el de ella es de miedo —tal vez también de resignación— pero el mío... era de pura furia. Una que a medida que pasaba el tiempo y era cada vez más consciente de sus palabras, crecía a pasos agigantados. Trataba de mostrarse indiferente, pero ella sabía como yo, que el cargamento que iba hacia Nuevo México era uno de los más importantes por la calidad y la cantidad de droga que llevaban.

—Llevaba una fortuna en esos camiones —con una peligrosa lentitud bajo el brazo. El seco sonido del vidrio contra la madera de mi escritorio provoca que ella se sobresalte ligeramente, arrancandole una maldición de los labios—, sabes que esa droga ya estaba colocada. Hace meses vengo planeando cómo hacerla entrar a los Estados Unidos.

—Dakota... —se detiene. Tensa la mandíbula con fuerza y pasa una mano por los largos dreads rubios que caen en sus hombros—. ¡Maldición! ¿Tú crees que no sé todo eso? ¡Pero qué se supone que haga!

¿Me estás jodiendo verdad? mi voz sale con una inquietante tranquilidad. Kenya se congela al ver la sonrisa que se forma en mis labios—. Acabo de perder más de treinta millones de dólares. ¿Y tú me preguntas esa estupidez?

Kenya se remueve incómoda, sus escalofriantes ojos no se apartan de los míos claramente nerviosa.

—Sabes que no quise decir eso.

—Oh no, sé lo que quisiste decir —al ver sus intenciones de hablar, me adelanto—, quieres que te diga: “¡No te preocupes Kenya, era simplemente droga!” “Como nado en millones de dólares esa pérdida es mínima, no tienes que preocuparte por nada. Ni siquiera por los Narcos a los que les tengo que pagar la droga. Tranquila”



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En el texto hay: drogas narcotraficantes mafiosos

Editado: 09.10.2020

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