GRANT.
Eres un estúpido, Grant. Bien merecido lo tienes.
Reprimo un gruñido y una torrente de maldiciones. Mis manos se cierran involuntariamente con mucha más fuerza contra el volante, haciendo picar mis palmas por el cuero. Un nudo se forma en mi garganta, que por más que trate de tragarlo, no puedo. Nunca había sentido tanta furia, tristeza e impotencia como en este momento. Sentía un frío recorrerme el cuerpo entero, que me gustaría atribuir que se trataba por el aire acondicionado del auto. Pero excusa más barata no puede ser.
Desde que Kenya se acercó y me ordenó que hoy estaba encargado de ir a recoger a Ariadna a la Universidad, el estúpido de mi corazón no dejó de latir emocionado, como si el verla y estar junto a ella fuera lo mejor del mundo. Y aunque en parte es así, digamos que en este momento no quiero pensar en nada. Porque ella... con esos bellísimos ojos claros y sonrisa hermosa; me destruyó en cuestión de segundos. Y me maldigo una y otra vez por haberle dado ese poder. ¿Quién demonios le dijo a mi maldito corazón que se enloqueciera por ella? ¿A mi masoquista mente, que fuese ella el único pensamiento? ¡¿Quién maldita sea?! ¡¿Quién?!
—¿Grant?
Parpadeo saliendo de mis pensamientos al escuchar aquella voz que pertenece a esa bruja, porque eso es lo que es, una bruja que no hace sino enloquecerme. Aparto por un momento la mirada del camino y le doy una rápida mirada, serciorándome de no mantener por mucho tiempo mi mirada en ella, algo que solía ocurrir siempre que estaba en frente de mí.
—¿Sí? —me ordeno responder, con un tono neutral—. ¿Se le ofrece algo señorita?
Sabía que aquel trato la lastimaba una milésima de lo que a mí me dolía. ¿Pero qué podía hacer? Ella aunque sea, merecía sufrir un poco. Merecía una muy pequeña parte del dolor que a mí ni siquiera me dejaba respirar.
—¿Puedes llevarme un momento al Bar de Helen? —dice tras un largo y tenso silencio. Levanto ambas cejas un poco sorprendido, pero casi al instante vuelvo a fruncirlas.
—Usted tiene estrictamente prohibido acercarse al Bar de Helen o algún sitio que esté cerca de El Infierno.
La escucho bufar, de reojo la veo cruzar ambos brazos y formar aquel mohín terco con los labios. Aparto la mirada del todo y toma una profunda bocanada de aire, los latidos de mi corazón empiezan acelerarse cuando mi mente —bien masoquista, por cierto— me recuerda lo suave y ricos que son esos labios.
Tenso la mandíbula con fuerza. No caigas. No seas estúpido, ¿acaso no tuviste suficiente con lo de hoy? Ella no es para ti, aceptalo de una maldita vez. Me riño con dureza. Porque bien me conocía y sabía que era muy dado a los impulsos. Si por mí fuera, detenía esa maldita camioneta en media carretera, me giraba y me devoraba esos rellenos y suaves labios; mandando todo al diablo. Pero era algo que no iba a pasar, y no porque ella no fuese a seguirme la corriente, sino porque ya estaba cansado, harto, de que ella hiciese conmigo lo que le diera la gana. Ariadna Kirchner era el amor de mi vida, esa hermosa pero malvada bruja me había robado el corazón desde la primera vez que la vi, y aunque sé que yo tengo un gran espacio en el suyo, no es suficiente. Ella quiere un hombre de familia importante, elitista, de buen apellido... no un don nadie que trabaja para la mafia. Y no puedo culparla, porque si yo estuviese en sus zapatos probablemente buscaría lo mismo.
Pero una cosa es decirlo y otra muy diferente es aceptarlo.
Maldita sea. Suspiro con gran pesadez mientras apoyo mi codo contra el marco de la ventana, y dejo mi mejilla apoyada contra mi puño. Mi otra mano se mantiene firme contra el volante. Leg Lover de Mr Eazi salía del moderno reproductor, aligerando la tensión entre nosotros. Frunzo el ceño al sentir uno de mis bolsillos vibrar, bajo la mirada por un segundo y meto una de mis manos en las bolsas delanteras del pantalón; buscando mi celular. La pantalla deja de iluminarse cuando lo sostengo entre mi mano. Intercalando la mirada del camino y la pantalla, rápidamente lo desbloqueo y le doy “Leer.”
Drew nos necesita en El Infierno. Ahora mismo. No tardes.
~Leo~
Frunzo aún más el ceño al leer aquel mensaje. Levanto la mirada poniéndola en la carretera, pero antes de poder bloquearlo y guardarlo; me entra una llamada privada.
—¿Ya llegaste a la Universidad?
Parpadeo sorprendido de escuchar a la señora Atheris, ya que son pocas —casi contadas— las veces que ella misma llama alguno de sus sirvientes; ya que de eso se encarga Kenya y Drew.
—Sí, señora —respondo y le doy una mirada de reojo a su hija, que no tarda en mirarme con interés, uno mal disimulado.
—Bien —antes de que tenga oportunidad de hablar, ella se adelanta—. Ve donde Helen, los guardaespaldas ya deben de estar ahí; ellos se encargarán de llevarla a la mansión.
—¡No! —siento como me ahogo con mi propia saliva al percatarme lo que he dicho y sobre todo a quién—. No se preocupe, yo mismo la llevaré de regreso, de todos modos ella quería ir donde Helen.