“Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad, que olvidamos lo único realmente importante: ¡VIVIR!.”
—Robert Louis Stevenson
A la mañana siguiente, Adam se despertó y se levantó de la cama con pereza. Salió de su habitación y se dirigió a la cocina por algo de comer. Se estaba acercando lentamente a la cocina, escuchando el murmullo de dos vives que hablaban en voz baja en la sala. Se acercó despacio y se quedó en la puerta de la sala al escuchar su nombre.
—No me gusta nada esto.
—A mi tampoco, por eso voy a hablar hoy con mi padre en busca de algo que relacione lo de Jeffrey con la carta que recibió Adam. Espero que no tenga nada que ver, pero quiero estar seguro. —Susurró. Ambos estaban sentados en el suelo frente al sofá, uno frente al otro, hablando en voz baja. Adam todavía estaba muy dormido así que no entendió muy bien sobre lo que hablaban.
Se rascó el ojo izquierdo y entró a la cocina, se hizo un sándwich con jamón y queso y se hizo un café. Salió e la cocina todavía algo aperezado y se sentó en la pequeña isla que había afuera de la cocina y comenzó a comer tranquilamente. Theo y Lena seguían conversando en la sala, en su propio mundo, ni siquiera notaron su presencia. Frunció el ceño y siguió comiendo. Tomó un trago de su café y los examinó. Theo estaba sentado apoyado en el costado sofá dándole la espalda, vestía una de sus pijamas, dado que al quedarse a dormir necesitaba de un cambio de ropa y cómo ambos medían lo mismo y tenían casi la misma contextura, no tuvo problema en prestarle una de sus camisetas y un pantalón de pijama. La camisa le quedaba un poco pequeña ya que él era más delgado y Theo hacía más ejercicio que él. Lena, en cambio, están recostada en el sofá, con su cabeza apoyada en una de sus rodillas, su cabello fucsia, que estaba recogido en una trenza, sobresaltaba por encima de su pijama negra con un estampado de conejitos. La expresión en sus rostros era seria, Lena tenía la vista fija en el televisor, sin decir nada, simplemente escuchando a Theo hablar.
No alcanzaba a escuchar su conversación, pero veía sus expresiones. El café comenzó a hacer efecto en él, así que terminó su desayuno y, con café en mano, se acercó a ellos.
—¿Me pueden explicar de qué tanto hablan ustedes dos? —Lena se sobresaltó y lo miró con los ojos de par en par. Theo levantó la mirada y se giró hacia él. Lo inspeccionó. Su pelo oscuro se encontraba desordenado y su ojos de color azabache lo miraban alarmados— ¿Qué sucede? ¿Pareciera que acaban de ver a un muerto?
—¿Qué tanto has escuchado? —preguntó Lena, parándose en su lugar.
Adam abrió la boca para responder, sin embargo se quedó un rato en silencio pensando en sus opciones. Honestamente, no había escuchado gran cosa de la conversación y lo que había escuchado era inentendible para él, pero eso no lo tenían que saber ellos. Si jugaba bien con sus cartas podría descubrir el misterio que se cargaban esos dos. Podría hacer que ellos solos le dijeran de lo que estaban hablando— Lo suficiente.
Lena miró a Theo, alarmada, sin saber que decir, no obstante Theo no apartaba su mirada de él, una mirada tan penetrante que lo ponía algo nervioso. Carraspeó tratando de mantener la compostura.
—¿Alguno va a dignarse a decirme de qué va todo esto?
—Estamos preocupados por ti. Lo de ayer no fue normal.
—¿Ayer? ¿Lo del vaso? —preguntó confundido, ellos asintieron. Él rodó los ojos y suspiró— eso no fue nada, simplemente se me resbaló el vaso. Soy torpe por naturaleza, eso suele suceder.
Lena negó algo dudoso— bueno, puede que sea verdad, pero ayer fue diferente.
—¿Cómo diferente?
—Estabas ansioso. Tus manos temblaban de sobremanera y tu voz sonaba quebrada, como si algo te hubiera provocado pánico.
Adam recordó la carta que había llegado a su nombre el día de ayer. Rememorar las palabras escritas en la parte trasera de la imagen le provocó un escalofrío que recorrió toda su columna vertebral. Trago el nudo que se había formado en su garganta y tomó una bocanada de aire.
—¿Que… qué acaso te volviste psicólogo? —intentó que sus voz no temblara al hablar, cosa que falló en el intento. Dos pares de ojos lo veían atentos, él se paró firme y levantó la mirada. Ocultar sus emociones era algo que había aprendido a hacer desde pequeño, no podía resultar tan difícil— Por favor, Waldorf. Tú no sabes nada.
—Adam, te conozco desde que éramos unos niños, y sé que lo que sucedió ayer no fue algo normal.
Una oleada de cólera lo embargo, frunció el ceño antes de hablar—: No, no me conoces nada, Theo. Desde que qué te alejaste de nosotros, he cambiado, todos hemos cambiado, ¡hasta tu! Ya nos somos los niños de doce años que éramos antes. Las personas crecen, Theo. Nadie es igual a como era antes. Tú te alejaste y te olvidaste de nosotros. Cambiaste.
—No es verdad. Te conozco, se que lo hago. Y yo sigo siendo el mismo Theo de hace cinco años, ¿cómo no puedes verlo?
—El Theo de hace cinco años… el Theo que yo conocía nunca se hubiera alejado de nosotros —Adam suspiró y cerró los ojos, no queriendo ver la mirada dolida que ahora se reflejaba en los orbes color ónix del menor. Se volvió sobre sus pies para encaminarse a su habitación. Paró un segundo en el rellano de la puerta, y sin volverse hacia los otros dos dijo—: él nunca nos hubiera dejado de lado.