Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Capitulo 19

Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
1er Día De Julio.  

Gran dificultad supuso para Celestino tener que adoptar tan prontamente su novedoso estilo de vida. Al alba, al canto del primer gallo, fue despertado de su letargo con suavidad por Augusto, quien le asistió en el prepararse para afrontar la jornada:

Esta hora, ciertamente, resultaba escasa en comparación a su vida anterior en el viñedo, donde al alzar el sol, él se erguía con la luz bien orientada, correteaba por los vastos campos y apenas con el ocaso emprendía su quehacer junto a su hermana Lucía y la preceptora Beatriz. No obstante, sus padres no albergaban inquietud alguna, pues Celestino se mostraba como un infante dotado de una elevada capacidad intelectual, más allá de lo que hubiesen presagiado.

«Sera un gran hombre, sin duda» decía Charles a su mujer, orgulloso de su niño.

En tierras de Fausto, Celestino se halló de pronto, ajeno a los preceptos y las altas expectativas que allí imperaban. A diferencia de sus días anteriores, donde sólo el disfrute de la vida le era requerido, jamas se había abocado a la tarea de asombrar a sus semejantes, dado que sus padres se mostraban perennemente asombrados por sus acciones. Sin embargo, en el seno del castillo, un aura singular lo envolvía, induciéndole la sensación de ser un forastero en aquel dominio ajeno. 

Con tesón, ansiaba ser reconocido y apreciado por aquellos con quienes compartiría sus jornadas. Su admiración sincera hacia el noble Comandante Laureano y el mismísimo Rey despertaban en él un afán renovado, anhelando demostrar su valía a los ojos de tan grandes hombres.

Bajo las tenues y primeras luces del alba, mientras el sol apenas alzaba su frente en el horizonte, las doncellas se afanaban diligentes en sus quehaceres, dispuestas a preparar un baño de agua cálida, imbuido de la embriagante fragancia del clavo, la canela y la nuez moscada. La cámara se llenaba de una neblina tenue, mientras el vapor ascendía como un modesto incienso, urdiendo un aire de paz y comodidad en aquel aposento. Celestino, se sumergió con serenidad en las aguas tibias, y percibió cómo los delicados aromas envolvían su epidermis y acariciaban su espíritu, disipando cualquier rastro de fatiga que pudiera reposar en su ser.

Entretanto, en un rincón engalanado con tapices exquisitos y sutiles, Augusto, en compañía de la sagacidad de Fulgencio (a quien los sabios consejos del preceptor Flavio habían enriquecido), entregábase a la elección de la indumentaria adecuada para el joven. Con minuciosidad y afecto, cada prenda era escogida, consciente de que el vestuario debía manifestar la esencia interna del chico, su intelecto y su nobleza de espíritu.

Apenas el infante abandonó la estancia de tocador, envuelto en una tosca tela, sus dos leales amigos acudieron prestos a asistirle en su atavío.

— ¿Es menester dedicar tanto tiempo a la vestimenta? —indagó Celestino, observando las vestiduras con cierta suspicacia.

—Me temo que en la nueva vida que te aguarda, así es, mi amigo. No obstante, no debes preocuparte, con el tiempo te cautivarán —respondió Fulgencio, presentándole las prendas seleccionadas.

—Por lo menos no han optado por colores tan llamativos como aquellos que emplea todo el mundo; no me complace llamar la atención —comentó Celestino mientras tomaba la camisa entre sus manos.

—Me cercioré de transmitirle detalladamente tus preferencias, Celestino —añadió Augusto con una mirada cómplice.

Celestino esbozó una leve sonrisa ante la réplica, y acto seguido, procedió a ataviarse.

Una túnica confeccionada en lino, de un tono suave y crema, envolvía su figura con una elegancia serena. Su cuello, enhiesto y altivo, destilaba un orgullo contenido, otorgando un aire de distinción y sofisticación a su presencia. Las calzas, hechas de lana grisácea, ajustadas con esmero a sus piernas, conferían seriedad sin menoscabo de la ineludible comodidad requerida para afrontar las tareas del día. Un chaleco de brocado negro, adornado con patrones discretos, se convirtió en un compañero perfecto, añadiendo un toque de misterio y refinamiento a su atuendo. En sus pies, reposaban zapatos de pulido cuero negro, completando magistralmente el conjunto. Cada minucia hallaba su significado, y Celestino sentía gratitud por aquellos que le rodeaban, comprendiendo su anhelo sincero de vestir con sobriedad, evitando los estridentes colores que solo perseguían llamar la atención superficialmente.

Después de ataviarse con ropajes que emulaban la nobleza, dignos de los sátrapas más ilustres, Celestino y Augusto emprendieron su marcha hacia el salón principal. Al ingresar al recinto, la magnífica mesa de arce les dio la bienvenida con su espléndida presencia, dispuesta con exquisito detalle, llenando el aire con fragancias deleitables que avivaban los sentidos. Los huevos revueltos, suaves y mullidos, eran delicadamente sazonados con cebollino fresco, creando una mezcla de sabores que deleitaban el paladar. A su costado, descansaba una cesta que albergaba con tentadora presencia dos manzanas, aguardando la llegada del joven Celestino, cuyo despertar ocurría tan temprano como el albor del sol.

Tras la indulgencia matinal, el joven daría inicio a su rigurosa rutina escolar, cuyo asiduo cometido ocuparía su mañana hasta que el sol se encontrara en lo más alto de su esplendor.

Quintus, Fabia, Adrián y Flavio, junto a Fulgencio, lo mantendrían concentrado en sus clases. Con ardor y celo, cada uno de los sabios se esforzaba por impartir sus erudiciones al joven discípulo, pero no se limitaban a meros preceptos teóricos; más bien, anhelaban que comprendiera y reflexionara sobre cada enseñanza que recibía. Al término de cada cátedra, con fervorosos ánimos, le exhortaban a plasmar sus pensamientos sobre un pergamino inmaculado, para que el conocimiento así impreso se arraigara con firmeza en su mente virginal. Aunque al principio, cual torrente impetuoso, el desafío le resultó arduo, el niño no tardó en captar la cadencia y el compás de las palabras, como un músico novato que poco a poco se transforma en maestro de su arte.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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