Hijos de la nada: La tierra y la luna

Capítulo 0: El mito perdido.

— Padre cuéntame la historia —, exigió el niño en la cama, revoltoso y sin intenciones de dormir como debería. Su padre se acercó a la cama, acarició los castaños rizos y su rostro se frunció con real incertidumbre.

— ¿Qué historia? —, y su hijo resopló, soplando frambuesa y mirando indignado al adulto, pero no rellenó huecos. Los segundos siguientes son pesados hasta que el rostro del hombre cansado se iluminó con realización espesa—, ¿esa historia otra vez?

Duh

—Te la sabes de memoria, mi hijo —, se burló el hombre, pero se acomodó en la estrecha cama junto a su niño con clara intención de cumplir su demanda. El infante chilló indignado otra vez, como si solo insinuar que fue contada muchas veces fuera ofensivo. 

— Pero la amo —, y eso fue todo. Isaía suspiró y luego alzó sus manos, la narrativa de esa historia siempre iba conjunta a movimientos de estas, su hijo amaba eso y él no era nadie para negarle nada. Carraspeó y comenzó su tan deseada petición. 

— Al comienzo de la existencia el mundo era habitado por tres seres. El Sol, fuerte y decidido, pero también sumamente celoso e infantil. La Luna, carismática y hermosa, inocente. Y la Tierra, poderosa y bondadosa, pero también cruel. Siendo ellos tres los únicos y primeros era inevitable que se enamoraran. El Sol se enamoró de la Tierra y al comienzo la Tierra lo amó, tanto que de ellos nacieron sus primeros hijos que poblaron este mundo: los hijos del sol.

“Los niños crecieron rápido y fueron crueles con la Tierra, arrancando su alma y aplastándola, siendo malcriados y egoístas como su padre. Y por si fuera poco, el Sol mismo hizo algo impensable. Enamoró a la Luna y con ella tuvo nuevos niños: los hijos de la Luna. A diferencia de sus hermanos, desligados de la magia que la Tierra poseía, ellos fueron capaces de vencer su sol interior y ligarse al poder que su progenitora les otorgó. Unidos a los elementos, a sus instintos primarios, a su naturaleza, fueron vistos como encarnaciones de lo prohibido y mal. ¿Y cómo no, cuando han sido engendrados por la Luna misma, inocente, pura y mágica?

“La Tierra vio la infidelidad del Sol y con un dolor abrazador se alejó de su amado. Sabía que él solo conquistó a la Luna porque supo que ella amaba a esta, rencoroso le quitó así lo único que podría anhelar. Y por fin abrió sus ojos. El Sol era cruel y despiadado, no era capaz de amar a nadie y menos a ella; y sus hijos… ellos eran la réplica de todo este mal y no podía verlos más, sabiendo hacia donde se dirigían y que no podría detenerlos. No tuvo más remedio que refugiarse así en los brazos de la única alma destrozada como ella y capaz de dar tanto como ambas merecían. Y de este amor, tan puro y mágico nacieron los: hijos de la tierra. Entidades puras de magia. Y sus hermanos mayores vieron tal atrocidad como una traición, comenzando una guerra milenaria contra todo ser ligado a la magia. Y ganaron. Porque fueron bendecidos por su padre, vengativo y cegado por su propio ego herido, obligando así a que tanto la Luna como la Tierra debieran de esconderse del astro, heridas y esperando sanar.

— Lo odio —, refunfuñó el niño mientras se cruzaba de brazos sobre su pequeño pecho. Sus labios se fruncían hacia afuera y sus cejas se juntaban en el centro de su rostro enmarcando una total figura de indignación. Su padre rio divertido mientras lo rodeaba entre sus brazos y revolvía su cabello.

— No te olvides de la mejor parte, mi niño —, continuó con diversión pintada en su tono, el infante no hizo ni un movimiento para detener su berrinche—, se dice que el día que la Tierra salga de su escondite, la Luna la seguirá y ambas al fin terminarán con el reinado del Sol —, instigó con cuidado, deslizando sus brazos fuera del pequeño mientras observaba que su mueca cambiaba lentamente a una contemplativa, probablemente pensando en lo dicho.

 — Un día encontraré a la Tierra y le diré que es hora de salir de la cama, ¡ya pasaron muuuchos años desde que se fue a dormir! —, extendió sus brazos para dar énfasis y miró a su padre, como si prometiera en silencio tal acción. Isaía río entre dientes.

— No te olvides que primero debes de encontrar al Gran Mago.

— Lo haré.

Y esa fue la última noche en la que Walid vio vivo a su padre. Soldados del sol irrumpieron más tarde en el día, Isaía logro sacar a su hijo antes de que derribaran la puerta de la pequeña posada y el niño de tan solo cinco años escuchó desde el exterior los ruegos de su padre. El sonido de la espada siendo desenfundada fue la única respuesta de estos hombres y sintió la proyección de pánico de su padre antes de que la nada misma y el silencio lo rodearan. Entendió años más tarde que el Rey regente había ordenado la aniquilación de todos los empatas indistintamente del grado de su poder, asesinando adultos, niños y bebés sin pestañear. Él no corría riesgo, ya que su don era el camaleónico, pero aun así vivió toda su vida temiendo engendrar a un niño dotado con la empatía y siendo asesinado frente a sus ojos. Rogó esa noche y cada noche por el regreso de su madre, la Luna, descubriendo que era inútil y con ello la fantasía de la libertad murió lentamente. Historias como esta se repitieron a lo largo de las siguientes décadas, olvidándose del mito y la leyenda de la resurrección. Hasta hoy.

 




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