Ady terminó de vestirse algo incómoda por aquella ropa, sus brazos quedaban descubiertos y sus escamas ahora parecían resaltar más. Sus ojos se posaron en las cicatrices y moretones que ahora decoraban su piel. De pronto sintió todo el cansancio encima, las ganas de dejarse caer ahí, de rendirse. Su cuerpo dolía y pedía simplemente olvidar todo y resignarse.
Haciendo caso omiso a esos pensamientos, tomó su vieja ropa y la hizo un ovillo para salir al encuentro con Raff. El chico aún se podía oír detrás del cúmulo de ropa. Ady no lo apresuró ni nada, tiró el ovillo de ropa junto a todo el montón, suponía que no tenía mucha importancia de donde lo dejaba. De pronto, el sonido veloz de unas patitas la puso en alerta. Detrás de los montones de ropa, vio aparecer un par de arañas negras de largas patas peludas que se dirigían a ella. Ady odiaba esos insectos, soltó un grito que con esfuerzo calló mordiendo sus labios, por vergüenza de mostrarse así. Raff salió al instante que la escuchó, alarmado pensando que alguien los atacaba.
— ¿Qué sucede? — salió aun calzándose la playera. Iba a preguntar de nuevo, pero en ese instante Ady casi se abalanzó detrás de él y en cierto modo lo puso de escudo. Raff finalmente observó aquellas criaturas casi del tamaño de un perro pekinés — Bien creo ya sé que pasa, esas cosas son enormes
— No me digas, son horrendas y salieron de entre la ropa — la voz de Ady se oía temblorosa y trataba de mantener su voz normal, pero su miedo a aquellos insectos era desde pequeña
Las dos arañas se habían quedado quietas ante el grito de la joven, pero lentamente fueron moviéndose de nuevo. Estas se acercaron al ovillo de ropa que había tirado Ady y tomando las prendas, se marcharon nuevamente por el mismo camino.
— Son… ammm creo que son una especie de insectos ayudantes — concluyó Raff de pronto dos arañas más pasaron por su lado, quitándole su vieja ropa y desapareciendo igual que las otras.
Ady volvió a saltar cuando estas pasaron, sus manos comenzaron a frotar sus brazos mientras que su mirada recorría todo el lugar para asegurarse que no vuelvan. Raff se acercó a ella, sabía lo que era el miedo, pero ella parecía más una fobia.
— Respira, creo que solo vienen cuando hay algo nuevo. Mejor vamos a buscar a Bald ¿Te parece?
— Estoy bien, solo me da cosa ver sus patas… — Ady respiró profundo para intentar olvidarse de todo eso. Aún sentía como si por su piel caminaran un montón de arañas invisibles, pero se concentró en ver los detalles del lugar, para calmar su ansiedad.
Ambos chicos salieron de aquel salón y recorrieron el pasillo solo movido por el vago recuerdo de la dirección que había tomado Madam Lenay antes de dejarlos. Ese lugar era extraño, desde adentro lucía más enorme. En cierto punto Raff estaba dudando de que estuvieran llegando a algún lugar. Ady abrió la boca como si hubiera leído sus pensamientos, pero el chico la hizo callar al instante. Había sido algo leve, pero logró captar la voz del oso a lo lejos.
— Ya sé por dónde están — afirmó muy seguro el muchacho y sin dudarlo avanzó delante de la joven.
Ady no lograba oír nada, pero decidió confiar en él. Solo pasaron unos cuantos pasillos hasta que pudo oír las voces. Estaban en lo que parecía una conversación seria, Ady lo dedujo por el tono de voz que mantenía el oso.
— ¿Cómo fue que lo encontraste? Creí que él estaba muerto —decía la voz del oso
— Pues si, pero resulta que solo huyó y creo que hay algo más que oculta porque tiene los ojos…
Lenay detuvo su frase al instante que ambos aparecieron por la puerta de la cocina, la mujer se mordió los labios como si hubiera recordado algo y se levantó al instante.
— Miren que bien se ven, ya mas limpios seguro tienen hambre ¿Les ofrezco algo? La comida de las boskairas no es la mejor, pero tengo una que otra reserva especial — guiñó el ojo a los dos chicos que sentían que habían interrumpido algo muy importante.
Bald no dijó nada ante la obvia actuación de Lenay. Ady solo pasó por alto aquel comportamiento, después de todo no iba a entrometerse en algo que de seguro solo le incumbía al guardián y a la mujer. Tomó asiento como le indicó la mujer, seguida por Raff. Lenay no tardó en servirles a ellos también una taza de té.
Baldwyn sorbió lo que quedaba de su té y se puso de pie con cuidado de no tirar la mesa. Le pidió a la mujer que también le brinde algo de ropa, a lo que ella no se negó y sin necesidad de su compañía, el oso dejó la cocina para internarse en los pasillos del lugar. Ady y Raff mantenía sus cabezas gachas y la mirada perdida en la mesa. Lenay se mantenía cerca del fogón ordenando cosas que no eran necesarias. La situación era incómoda. Ady levantaba la cabeza por momentos, pero la bajaba cuando sentía sus ojos topar con los de la mujer.
— ¿Qué nos van a hacer? — Raff rompió el silencio que tomó tan de improviso a la mujer que soltó una cuchara de madera dentro del fogón
— Ay, que torpe… mmm — con cuidado metió la mano al fogón y sacó la cuchara sin voltear. Parecía extrañamente nerviosa cuando volvió a verlos.
— ¿Será algo malo? — Aventuró Raff nuevamente
— ¿Qué? No no — su risa por fin salió natural, suponía que para ellos la actitud de ella estaba siendo extraña.
Lenay, rendida se dirigió a la mesa para poder hablar más tranquilos. Lenay había conocido a Ady y Raff cuando ella solo era una jovenzuela recién salida a sociedad. Y desde el principio la imagen de los dos guerreros la había cautivado. Había vivido enamorada en secreto de ambos, soñando con conocerlos, fantaseando en poder ser parte de su círculo. Jamás pensó que casi treinta años después, los vería tan cerca. A pesar de que sabía que ellos no recordaban nada, su alma joven revivía esas ilusiones del pasado y disparaba sus nervios. Ella había cambiado mucho, pero ellos mantenían su encanto.
Con algo de vergüenza, confesó la razón de su nerviosismo. Y aún con miedo de haberlos asustado solo cambió de tema.
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Editado: 07.09.2024