Sus ojos se abrieron alertados por la pesadilla que aún estremecía su cuerpo. Sus ojos se enfrentaron al doloroso brillo de la mañana. Aún había silencio en la cabaña. La pelirroja joven pasó sus manos por su rostro, para espantar aquellos fantasmas del sueño. Se acurrucó entre las mantas un poco más. La tela áspera del tejido le incomodaba en la piel desnuda de sus piernas.
Girada hacia la pared, extendió su mano y fue raspando una línea vertical pequeña en ella. Una vez hecha la marca en la pared, la joven miró el grupo de rayitas que ahora se exhibía en la vieja pared amarronada. Tres líneas más precedían a la nueva, hace tres días que había llegado ahí. Sus brazos aún tenían algunos raspones de su travesía.
Después de aquella noche en la caverna, el soldado y la joven, se habían puesto en marcha en busca de los aliados que el chico afirmaba tener. Evitaron los caminos y fueron cruzan riscos y montañas. No fue fácil. El muchacho aún estaba herido y su cuerpo mal curado lo tenia constantemente en fiebre. Para su segundo día de huida desde la caverna, el chico ya deliraba por momentos. Cher lo cargaba casi sobre los hombros rogando que no se fuera a desmayar.
Estaban al borde de un rio, buscando como cruzar sin ser arrastrados por la corriente, cuando fueron encontrados. Justo de entre unos arbustos, emergió una mujer de aspecto muy humano, eso, hasta que se percataba de las manchas en brazos y piernas, similares a una cebra. Sus largos cabellos trenzados hacían que sus ojos se vieran más grandes.
Aquella mujer los miró desde el otro lado. Cher, con miedo de que fuera algún enemigo, trato de correr y llevarse consigo al soldado. Tomó el brazo del chico, pero este, en un arranque de fuerza, la detuvo. Sujetó a la pelirroja entra sus brazos y habló hacia el otro lado del rio.
— Izpath reb, Izpath heru, Izpath yue mo
Las palabras salieron de sus labios con una fuerza y orgullo que incluso contrastaba con el aspecto convaleciente del chico. Pero ahí quedó, sus últimas fuerzas se agotaron y se desplomó. Cher, quien estaba siendo sujetaba por él, no pudo soportar el peso muerto del soldado y cayó quedando atrapada bajo su enorme cuerpo.
Cher no podía quitárselo de encima, su desesperación aumentaba pensando que el muchacho estaba muerto y ahora ella yacía sola en aquel lugar. De pronto, la mujer que había visto al otro lado del río, apareció cerca de ellos, Cher no la había escuchado cruzar, pero ahora temía más por su vida.
—Gru ti mane – Dijo la mujer apuntándola con una daga — Gru ti mane – Insistió
Cher temblaba, el peso del soldado le estaba dejando sin aire y la mujer frente a ella decía algo en un idioma que no conocía.
— Yertu gio, - Exclamó - Heru fa. – la mujer señaló al guerrero - Fa onem
La mujer con su ultima frase pareció sentenciarla. La daga giró en su mano directo hacia el cuello descubierto de la pelirroja. Cher, cerró los ojos esperando el final, esperando un golpe que no llegó.
Al abrir los ojos, vio la débil mirada del chico, había detenido la mano de la mujer de la daga.
— Ati mer sui, rimer sui – Aquellas extrañas palabras salieron de los labios del soldado y fueron suficiente para que la mujer relajara su postura, soltó la daga al instante. Parecía ya no importarle la pelirroja, en lugar de eso, su atención pasó a estar toda sobre el soldado.
Así, bajo la guía de aquella extraña fémina, Cher había sido levaba junto a él a lo que parecía un pueblo de refugiados oculto al centro de unas montañas. El acceso a dicho lugar era casi como cruzar un laberinto. Desde ese momento, Cher no lo había vuelto a ver.
— Ashkira – La repentina voz ya conocida de la mujer, la sacó de sus recuerdos. Cher aún no entendía nada de lo que hablaban, pero si había comprendido que aquella palabra era un llamado a levantarse.
Desde que llegó no la habían tratado mal. Las mujeres del lugar curaron sus heridas, le dieron ropa y la mujer del rio la acogió en su casa junto al soldado. Ahora tenia una pequeña habitación donde solo cabía una cama y un viejo baúl donde guardaba las tres mudas de ropa que tenía.
Ya su pijama era solo retazos de tela, había tenido que deshacerse de toda su ropa. La tela de las prendas que le habían dado, eran duras y poco cómodas. Cher se sentía expuesta de no tener su ropa interior, pero no se quejaría.
Dejando la cama tibia, cogió las prendas que usaba a diario. Unos pantalones que le servían de interior, encima unos de tela mas gruesa que la ayudaba contra el frio. Una blusa delgada casi transparente que hacia de interior y sobre la cual calzaba una blusa mas de mayor grosor y terminaba de asegurar todo con un corsé de piel. Al principio le había tomado mucho tiempo entender como usarlas y calzarse todo. Pero con paciencia y sin un gesto de molestia, las mujeres que curaron sus heridas, le enseñaron aquellas cosas básicas.
Una vez estuvo vestida y con las botas de piel bien atadas a sus pantorrillas, la pelirroja salió de la habitación atando su cabello con un trozo de cuerda que había encontrado tirado cerca de la cabaña. No tenia forma de peinar ahí su cabello, así que la mejor opción era mantenerlo atado.
En esos tres días, había aprendido y desarrollado una rutina. La cabaña tenia un espacio delantero que cumplía la función de comedor y recibidor, a un costado se encontraba un fogón donde se preparaban todas las comidas. Cher iba cada mañana a la cocina donde le daban alguna tarea para que ayude en el lugar. Esa mañana se encargaría de escoger buenos y malos granos. A través de gestos, la mujer con manchas de cebra le enseñó como reconocer un grano bueno de uno malo.
Así, la joven sin necesidad de palabras, se enfrascó en su tarea. Aún temía que le hicieran daño, pues algunos de los pobladores del lugar, le dirigían extrañas miradas cada que pasaba por la cabaña. Cher deseaba preguntar por el soldado, pero al no tener las palabras, no había forma de preguntar por él. Solo esperaba que no estuviera muerto.
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Editado: 12.12.2024