Hill's Mortem: Requiem For The Flaming Sword

The Twelfth Hour

Leilla con sus pocas fuerzas intentaba sujetarse de las enormes cadenas, Erina quien se había apurado notó que ella tenía problemas, no tenía la fuerza necesaria para llegar a la torre.
 

—¿Crees poder sujetarte de mi? — le pregunto Sablon notando su débil estado.
 

—Si.. — su respuesta fue muy mecánica, como si no fuera ella misma. 
 


 


El guerrero avanzaba sujetando sus brazos y piernas de la cadena, mientras Leilla descansaba en su pecho, Sablon era capaz de ver cómo los errantes llegaban con Relgon y Dimos, estos peleaban desesperadamente ganando les tiempo vital.
 

—¡Dime! ¡¿Si llegamos a esa torre podremos detener a los muertos y esta cosa extraña que nos atormenta?! — necesitaba saber que podía salvarlos, no podía simplemente dejarlos en el olvido.
 

Ella permanecía en silencio inmutable ante la pregunta del hombre, esto lo irritaba llegando a sentirse impotente, pero debía llegar al otro extremo sino el sacrificio de sus compañeros no serviría de nada.
 

—¡Joder! ¡Responde! — desesperado seguía avanzando esperando el consuelo de su respuesta.
 

Dimos peleaba con coraje, tirando a los muertos por el abismo, tomaba su ventaja del terreno elevado apuñalando el pecho de los reanimados antes de lograr llegar a ellos, en cambio Relgon tenía miedo, atacaba cerrando los ojos, lo cual era muy poco efectivo, entre su repetitivo ataque temeroso uno de los errantes tomo la espada con sus manos, logrando quitársela y cayendo, dejando al antiguo líder desprotegido, sintiéndose desnudo en aquel horrible lugar.
 

—¡No! ¡No puedo! ¡No puedo! — grito en una crisis de pánico, para luego irse por la puerta donde habían ingresado.
 

—¡No! ¡No se vaya! — intento detenerlo, pero su mano no logro alcanzarlo y menos aún su voz.
 

Los agentes de muerte lograban subir exitosamente, ahora teniendo un flanco descubierto, Dimos se limito a abrir sus pechos, necesitaba seguir su ritmo antes de ser superado en números. Uno a uno lograba vencer con rápidos tajos, pero la armada de la oscuridad seguía viniendo a por él, poco a poco más lograban subir de los que podía derrotar, entonces llegó el momento de la decisión optar por ir a la puerta o quedarse cerca de las cadenas que debía proteger.
 

—Ya están bastante cerca, pero dudo que puedan llegar antes de mi fin — dio un paso atrás en dirección a la puerta.
 

Empujo suavemente, pero no se movía en  absoluto, tiro con fuerzas esperando tener el resultado esperado, sin embargo la puerta no cedió.
 

—¿No me digas que arrancaste la puerta de tu lado? — se preguntaba sintiendo el gélido aliento de la muerte en su nuca.
 

Rápidamente respondió atacando con su espada, cortando la mano de uno de los errantes, ellos eran más de diez enemigos y lo acorralan contra la puerta, sin escapatoria alguna.
 

—¡Maldición! — bramaba mientras se abría paso entre la multitud de muertos con su arma, varios de ellos caían derrotados —¡Debo llegar a las cadenas!
 

El hombro izquierdo de Dimos es atravesado por la oz de uno de los errantes, deteniéndolo en seco, sus frías manos apenas cubiertas por escasa piel sujetaron al guerrero, todos los reanimados se encimaron sobre el, pareciendo que era devorado por las funestas presencias. 
 

Erina llegó a la torre, al poner un pie en el lugar sintió una presencia imponente, era algo capaz de ver a través de ella, su esencia misma, miro el lugar intentando ver al poseedor de dicho poder, pero solo podía ver un gran cristal, se acercó a verlo a detalle, relucía un atractivo brillo del que no podía ignorar, era como si estuviera pulido para hacer notar su gran valor, la tentación de tocar este objeto era enorme, sin darse cuenta su mano se levantaba a satisfacer su peligroso deseo. 
 


 

 

“Tócalo”

“Tócalo”

“Vamos tócalo”
 


 


Unas voces infantiles la invitaban a palpar el gran cristal, ella se dejó llevar sin pensarlo. 
 


 


—¡No lo hagas! — grito Leilla al llegar a la torre del cristal, se le notaba bastante desesperada — si lo haces tú también estarás condenada.
 

—¿A qué te refieres? — le interrumpió Sablon preocupado de lo que iba todo el asunto.
 

—El tiempo se nos acaba, estamos en la doceava hora y al llegar a su fin todo volverá a repetirse desde la hora cero — intentaba explicarles a los nuevos sin lograr hacerse entender.
 

—¡Perdimos a nuestros compañeros! ¡Explícate! — le exigía el guerrero zarandeando a la mujer — ¿Por qué no nos hablaste antes de esto? ¡¿Por qué no te explicaste desde un inicio?!
 

—¡Por que solo somos unas sombras condenadas a repetir nuestros últimos momentos! — su revelación impacto a Sablon — hemos repetido esto, día tras día, año tras año… han pasado cuarenta y siete años desde nuestra muerte. 
 


 


—¡¿Pero como es eso posible?! — se alarmaba Erina recordando las palabras del extraño mago de su infancia.
 

—Por lo que está a punto de ocurrir. Es lo único que Alastor pudo hacer, nos brindo una última oportunidad — mientras hablaba los muertos avanzaban por las cadenas intentando llegar a ellos.
 

—¿Por lo que hizo “Alastor”? ¿Fue por eso que pediste ayuda de Dimos? — el guerrero intentaba asimilar la situación. 
 


 


—Si y ahora con ustedes tenemos una chance — una espada en llamas atravesó el pecho de Leilla, la expresión de ella se fue apagando, los guerreros se mantuvieron al margen. 
 


 


Alastor tomo en brazos a la mujer que amo y asesino, sus lamentos solo eran opacados por la perversa risa desquiciada, Erina vio como brotaba del cristal un cuerpo, era algo asqueroso ver cómo el cristal adquiría una consistencia similar a de una criatura slime, se asemejaba a que el individuo fue vomitado, este sujeto miro a la pareja despedirse, para luego notar a los extraños, ambos guerreros podían sentir el inminente peligro en qué se encontraban, la bruma negra era despedida del raro y precioso objeto en la torre, el cual invadía el cuerpo de Leilla. 
 




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