Alastor había llegado al último nivel de la mazmorra, el piso número treinta y uno, lo único que brindaba luz era el fuego de sus espadas, el cual solo le permitía ver tres metros alrededor suyo, el sitio estaba sumido en una extraña calma comparado con lo antes vivido, no podía sentir la presencia de los errantes pero no fue por carencia en el dominio de ese campo, sino era por la densa presencia del amo de la catacumbas, el silencio que hasta entonces había prevalecido acabo, resonando pesadas pisadas, entonces apareció Dhorcas el orco, llevando varios rasguños en su pecho desnudo.
—Tu lo mataste, tu mataste al señor de la niebla negra — hablo con un tono serio, su rostro no mostraba señales de alivio, todo lo contrario — ¡El me pertenecía!
El enorme orco se acercaba con la clara intención de matar a Alastor, este sin dudas era más alto que el humano incluso imponía con sus grandes músculos expuestos, pero el guerrero no le mostraba miedo.
—El señor de la mazmorra está vivo — contó el aventurero intentando evitar una pelea innecesaria — este ser habita en la sala del tesoro y yo al igual que tú poseo el deseo de matarlo.
—¿Hablas enserio? — se detuvo antes de llegar al alcance de las espadas.
—Vamos juntos a ese lugar, matarnos entre nosotros solo beneficiará a nuestro enemigo real — expresó el hombre sabiendo que si se batían en combate el ganador no estaría en condiciones para dar batalla al ejército de muertos.
—¿Me pides tú un humano ayuda a mi un orco? — Dhorcas parecía al borde de la risa — simplemente es increíble, nuestras razas han estado en conflicto desde siempre. ¡Y tú vienes y me pides una alianza!
Alastor no compartía su sentido del humor, solo se limitaba a observarlo con seriedad, aunque Dhorcas no podía notarlo por qué la mayor parte de su rostro era cubierta su casco.
—¿Pelearemos juntos? — solo pregunto molesto por esperar su respuesta.
—Si, puedes contar con eso, soy Dhorcas — respondió con una sonrisa burlona, la cual se borró al decir — pero no cuentes que vaya en tu auxilio si te vez superado por los enemigos.
—No podría esperar más de ti, yo soy Alastor — contesto en un tono burlón.
Los errantes no les permitían darse un respiro, los filos de su acero eran llamados exhaustivamente al frente, el orco se lanzó a la contienda aún con las muñecas rotas, sus brazos lograban mandar a volar por los aires a sus enemigos, inclusive conseguía abrirles el vientre con sus patadas, sin contemplar a su compañero el guerrero avanzaba cortando y quemando a los muertos.
—Fedell... Tu solo deseabas darles una gran vida a tu familia... — decía mientras cortaba brazos de los muertos, sintiendo la ausencia de su camarada en la mazmorra — recuerdo cuando viniste a mi pidiendo unirte... Me habías tomado por sorpresa, pero me alegraba que nuestra familia creciera.
Alastor parecía dar una danza, girando y esquivando los ataques enemigos, sus movimientos eran refinados, nada toscos, demostraba un gran entrenamiento y preparación, las estocadas de los errantes eran eludidas, para rápidamente dar un contra ataque, el fuego rodeaba al guerrero, los muertos sin temor pasaban sobre este, solo para ser atacados por Dhorcas y su abrumadora fuerza.
—Mirán tu... Solo deseabas el conocimiento, inclusive te emocionaba el venir aquí... Pero tengo el presentimiento que tú estabas preocupado — se entristecía al recordar cómo su ser desapareció, dejando atrás su cuerpo.
El fuego seguía comiendo a todo muerto viviente, los pocos que pasaban la barrera de llamas era atacado por el orco y el humano, su combinación le recordaba al aventurero a su difunto amigo Gerdel.
—Su magia parece ser más eficaz de lo que imaginé — pensaba Dhorcas al observar como el guerrero fulminaba a decenas de enemigos — talvez el realmente pueda acabar con la abominación de la mazmorra.
—Salandra lamento solo haberte escrito esa simple carta hablándote de mi misión, si no logro salir de aquí tu.. ¿Me extrañarías? — temía que la respuesta fuera un no, pero el la llegó a ver cómo una madre y solo esperaba que ella pensara en el como su hijo.
Tras un largo vals mortal Alastor y Dhorcas llegaron a la puerta del origen de la indomable presencia, sentía una fuerte presión en su pecho, pero no podía darle mucha importancia, él había llegado allí por un motivo y pese a estar cubierto de sangre el cumpliría su meta, pero más muertos se acercaban a ellos y la puerta.
—¡Ve Alastor! ¡Yo los detendré aquí mismo! — le dio la espalda al aventurero esperando la llegada de la horda.
—¡Dhorcas son muchos! — exclamaba intentando convencer al orco — ¡Vamos juntos al salón del corazón! ¿Acaso me dejaras a mi matarlo?
—Te vi allá atrás, tus movimientos, tu gesto, tú eres un orco, tienes un fuego en tu interior es insaciable y estoy seguro que es capaz de quemar toda la mazmorra — contaba Dhorcas alejándose — yo solo vine a probarme, al igual que mis compañeros, así que continuaré, tu aprovecha.
A regañadientes Alastor ingreso a la habitación y Dhorcas se quedó combatiendo a los innumerables muertos, gritos de batalla sonaron por el pasillo, mientras el aventurero notaba como la habitación era enorme, con una gran estructura que se alzaba en el centro del lugar, lucía antiguo pero aún tenía varias escaleras las cuales le hicieron notar un brillo en la cima. Había oro, incluso tesoros y piezas de gran valor adornaban el piso, su cantidad era absurdamente obscena, se trataba del mayor botín que Alastor hubiese visto en su vida. Sin más, el guerrero bajo las escaleras llegado al tesoro, una vez más el guerrero se vio azotado por la horda de no muertos, los cuales surgían de entré el tesoro.
—Leilla... Debí haberte hecho caso... Debimos huir de este infierno... Tu vivirías — se lamentaba sujetando con mayor fuerza sus armas.
Nuevamente Alastor interpretó su vals, pero esta vez era diferente, sus movimientos eran más torpes, no podía evadir con la precisión anterior, recibía cortés del enemigo, llegando a caer, no era por el cansancio, sino por culpa del terreno, el oro y las riquezas entorpecían el caminar de Alastor.