Viernes, 2 de marzo del 2007.
Los padres de Sharon no dejaban de discutir. Estaban en la sala, luchando por no gritar ya que los niños dormían.
—Es que ya estoy cansada de tu actitud. Siempre es lo mismo.
—Siempre he sido así Natalia, no entiendo por qué ahora te molesta —decía Diego con desesperación.
Poco a poco sus voces se elevaban más, como si no pudieran escuchar bien. Cada vez crecía más el enojo por culpa de como pareja ya no entenderse. Algo fallaba, algo ya no funcionaba en la relación.
Sharon, sintió molestia al escuchar a sus padres. Lo peor es que no era la primera vez en la que despertaba por la misma razón. Esto debía llegar a su fin. Miró su reloj, era la media noche ya. Y tenía un dictado de palabras mañana.
Se colocó sus pantuflas, y abrió la puerta de su cuarto. No estaba oscuro, las luces de la sala iluminaban a la pequeña. No le tomaba mucha atención a lo que decían. Siempre era lo mismo, el mismo tema de siempre: La poca atención uno con el otro.
Bajo las escaleras, y sus padres al verla se callaron.
—Mi vida, ¿qué haces despierta? —preguntó con una dulce voz su madre.
—Pues tú qué crees que la despertó, Natalia —comentó con ironía el papá. Natalia lo miró mal.
—Es que ustedes no dejaban de discutir. Además de que tengo sed.
A pesar de la corta edad de Sharon, comprendía lo que pasaba. Sus padres no se amaban como los demás padres. Lo hicieron en su momento, pero ahora ya no. Además de que sus hilos no están unidos. Algo que podía ver todos los días. Se comenzó a servir agua, agarró la jarra y su vaso rosa. Lo que ella estaba a punto de decir, sería algo de lo que tal vez se arrepentiría. Tomó un sorbo del líquido incoloro.
—No entiendo porque siguen juntos. Si ustedes no tienen el hilo rojo unido.
—Hija, ya te dije es sólo una leyenda —dijo Natalia mientras se sentaba en el sofá.
—Mamá es en serio. Ustedes no se aman.
— ¡Sharon, lo hilos no son reales, carajo! —exclamó irritado.
— ¡Diego! —Lo miró con el ceño fruncido.
—Perdón es que me tiene harto eso —Movió las manos con desespero.
Todos se quedaron callados. Y Sharon sintió un pequeño nudo en su garganta. Su papá jamás le había gritado. Como comenté antes, Sharon comprendía muchas cosas a pesar de su corta edad, y esa madrugada entendió; que no debía volver a mencionar el tema de los hilos. Al menos no a sus padres. Tomó el resto del agua, para que de alguna manera el nudo se fuera. No iba a llorar. No podía, ya estaba seca.
Pero de igual manera. No se podía sacar de la cabeza que sus papá, papi, le gritó. Y todavía dijo una palabrota. No iba a llorar, pero necesitaba un abrazo. Subió las escaleras, normal como si nada hubiese pasado, y finalmente arriba corrió a su cuarto por su almohada. Y seguido fue al de su hermano, Asdrubal. Sharon tocó la puerta.
—Hermano —susurraba ella. Abrió la puerta lentamente—. ¿Me puedo dormir contigo? —Él sonrió y asintió sin pronunciar palabra. Rápido la niña se acostó a su lado, y su hermano hizo espacio — ¿Me abrazas? —Asdrubal la miró raro, ella no era de pedir abrazos.
— ¿Sucedió algo malo?
—Papi me gritó.
—Oh —su hermanito sintió que no era buena idea preguntar, porque uno, Sharon podría ponerse a llorar si le explicaba, y dos, él tenía mucho sueño. Así que mejor la abrazó. Y ella se sintió en paz.
Y antes de caer plácidamente dormida pensó. ¿Quiénes serían el amor verdadero de papá y mamá?