-Mateo… –Escucho una voz femenina, pero estoy muy cansado como para reconocerla. -Mateo, ¡despierta! –Vuelvo a escuchar, haciendo que abra los ojos al momento.
Lo primero que ven mis ojos es mi madre, quien está a pocos centímetros de mí. Miro alrededor, estoy en la azotea.
-Tenemos que ir al funeral de tu hermano. –Dice con voz suave.
Me froto los ojos para eliminar cualquier síntoma de sueño. Necesito estar completamente despierto para la última despedida de Ismael.
-Iré a darme una ducha, dile a Marco que preparen los autos. –Digo mientras me levanto del sofá y bajo las escaleras en dirección al jardín. Mi madre va detrás en silencio, sabe que no quiero hablar con nadie y lo respeta.
Llego al jardín, camino hacia dentro de la casa mientras que mi madre va hacia la entrada para hablar con Marco. Una vez dentro de la casa me encuentro con Natalia.
-Buenos días, Mateo. –Dice amablemente.
-Hola Nat. –Respondo suavemente.
Ella desaparece en dirección a la cocina, mientras yo subo las escaleras con dirección a mi habitación. Atravieso el enorme pasillo en silencio, no se escucha nada más que mis pisadas, como si fuera el único en kilómetros a la redonda, solitario, hasta que me encuentro con André, quien va de traje. Está listo para el funeral.
-Hola Mateo. –Dice suavemente.
-Hola André. –Respondo sin mirarlo a los ojos y sigo avanzando sin mirar atrás hasta llegar a mi habitación.
Una vez dentro, cierro la puerta y me desvisto camino a la ducha. Abro la llave y me quedo de pie bajo el constante chorro de agua que cae suavemente. Con la mirada baja, mirando el agua desaparecer por la alcantarilla. Los brazos los tengo caídos sin mover ni un dedo, sosteniendo apenas de pie. El teléfono suena, pero no le doy importancia, nada me importa más en este momento que atrapar a Santiago y cobrar venganza por lo que hizo con mis propias manos.
Unos minutos después, salgo de la ducha y me visto de traje. Me paro frente al espejo para acomodarme la corbata, ante mi reflejo es inevitable expresar todo el odio que siento por mí mismo, normalmente me hubiera peinado el cabello, pero esta vez lo dejo despeinado, no me merezco estar presentable.
Salgo de la habitación, y camino por el pasillo para bajar las escaleras de vuelta a la sala de estar. Mi teléfono vuelve vibra dentro de mi bolsillo izquierdo por varios segundos, incapaz de contener mi incomodidad, lo saco y contesto.
-Si?
-Mateo, hijo. –Es mi padre, su voz es quebradiza.
Me quedo en silencio, tratando de ocultar mi dolor. Cierro los ojos, buscando fuerzas para contener mis lágrimas.
-Hijo…
-Lo siento papá. Lamento no haber podido proteger a Ismael. –Interrumpo encontrando el valor para hablar.
-No hijo, perdóname tú a mí. Sé que no fui un buen padre para ustedes, no estuve cuando me necesitaban, debí protegerlos mejor. –Solloza.
-Papá… -Intento decir.
-Protege a tu familia, Mateo. –Y corta.
Me quedo de pie, mirando el teléfono en mis manos, lo guardo en mi bolsillo y sigo con mi camino. Llego a las escaleras y me detengo un momento para ver el ambiente, todos me esperan listos, excepto mi tío que salió antes para asegurarse de que todo esté bien y sobre todo seguro. Respiro hondo y bajo las escaleras, armándome de valor para la última despedida de mi hermano.
Caminamos hacia los autos, todos suben a los correspondientes y con su respectiva seguridad que ahora son el doble de antes. Yo voy con Marco, tengo plena confianza en él y estoy seguro que no me pasará nada mientras me cuide.
Los choferes buscan el camino más relajado y cerca posible al cementerio, el día está soleado sin ninguna nube oscura en el cielo. En el transcurso del camino, algunas personas miran con preocupación a los autos en los que vamos, tal vez tienen miedo, pero no entiendo a qué.
Luego de unos minutos, llegamos al cementerio, donde nos reciben cientos de periodistas y camarógrafos, como si fueran buitres, hambrientos por información. La seguridad abre paso para que ingresen los autos. Una vez dentro, cierran las enormes puertas, impidiendo cualquier ingreso de algún periodista o inadaptado que quiere sacar fotos o videos.
Bajamos de los autos, Marco me entrega unas gafas de sol y me las pongo. Caminamos hacia el ataúd de Ismael, allí nos espera mi tío George. Me acerco a él y le doy un abrazo porque a juzgar por su rostro sé que lo necesita. Luego me acerco al ataúd y le doy el último adiós.
-Espero que me perdones, hermano. Te amo. –Digo con la voz quebradiza tratando de contener las lágrimas. Luego me alejo y observo como meten el ataúd de Ismael en el agujero.
Mientras lo tapan con la tierra, mi tío dice algunas palabras. Me alejo más para no escuchar sus palabras, no quiero sentirme más culpable. Duele. Camino de vuelta al auto, Marco va detrás de mí, a una distancia razonable. Esto es demasiado doloroso para mí, miles de pensamientos invaden mi cabeza, causando las más intensas ganas de gritar y desahogarme. Necesito encontrar a Santiago lo más pronto posible. La única persona que podría saber su ubicación es Karol.
Automáticamente viene a mi mente, la idea de ir a buscarla personalmente, los únicos que sabemos su ubicación exacta somos mi tío George, Marco y yo. Puedo irme solo, ellos podrían localizarme pronto, divago en mis pensamientos y me decido, iré a buscarla ahora mismo.
Volteo para ver a Marco, está mirando el alrededor. Aprovecho su distracción y corro hacia el auto lo más rápido que puedo. Al mismo instante, él se voltea y me persigue. Abro la puerta del auto y entro, una vez dentro, la cierro y le pongo seguro a todas las puertas y ventanas.
-Tienes dos opciones: Subir y acompañarme o quedarte ahí y arrollarte para pasar. Estoy dispuesto a todo. –Digo decidido.
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Editado: 04.11.2020