Himalia: Melodías para la luna

9 de abril

Aquella mañana, a eso de las ocho y cuarenta, Himalia salió de su habitación a desayunar. La joven se sentía mucho más tranquila que el día anterior. Sabía que Athan iba a estar bien, así que trató de no preocuparse tanto. A pesar de ello, una nueva preocupación había surgido y era el hecho de pensar que Lizandro podía interferir en su misión pudiendo interrumpirla y condenar a Athan para siempre.

Al terminar el desayuno, Himalia decidió salir a caminar por la plaza. Allí se encontró con Teódulo quien se sorprendió al ver lo grande que estaba aquella niña que solía jugar con los perros durante las pascuas en casa de su abuelo. 

—¿Eres la nieta de Filogonio? ¿Himalia Demopoulos? 

—¿Quién es usted? —cuestionó la mujer quien creía haber visto la cara del anciano, pero que no lograba recordar en dónde. 

—Soy un viejo amigo de tu abuelo. Solías jugar con las mascotas de mi nieto cuando ibas a visitarlo.

Himalia logró recordar al anciano y por su puesto a las mascotas de aquel niño que en ocasiones intentaba acercarse a ella. —¿Usted es Teódulo Mavros? ¿El dueño del viñedo? 

Teódulo sonrió y asintió dándole a entender a Himalia que se trataba de él. Pero lo que no esperaba era que la chelista recordaba al niño, así que le preguntó por su nieto. Fue allí cuando Teódulo tragó en seco al no saber qué decirle a la joven. Entonces se le ocurrió decir una pequeña mentira —Mi nieto se fue del país hace tiempo, vive en España. 

—Interesante —comentó la mujer, quien afortunadamente dejó de preguntar por el nieto del señor Mavros sin saber que se trataba de Athan. 

Teódulo le dijo que saludara a sus padres de su parte y a su abuelo cuando lo viera, compró algunas cosas como verduras y algunas especias y caminó hacia el norte en busca de su casa. 

Himalia siguió caminando en busca de frutos frescos para obsequiarselos a Athan. Compró algunas manzanas, uvas y fresas ya que, por que ella ha visto, son las que más le gustan al ermitaño. Como ese día no había ensayo, Himalia pensó en pasar la tarde en casa de su amigo Leo para contarle lo que estaba pasando con más detalle. Así que, terminó de comprar y salió camino hacia la casa de Leónidas. 

El músico no esperaba la visita de Himalia, por lo que ella lo encontró algo sucio pues Leónidas hacía labores de jardinería. Himalia no paraba de reír al ver a Leo de esa forma —Lo siento, amigo. Es que es extraño verte sucio. 

—¡Qué sorpresa verte aquí! ¿Qué te trae por estos lados? —preguntó Leónidas muy emocionado al ver a Himalia frente a él. Abrió la pequeña puerta de madera y le dijo a su amiga que pasara. 

—Vengo a contarte lo que me está pasando, pero antes debo pedirte que me creas ya que tal vez sonará algo fantasioso para tí. —suplicó Himalia mientras caminaba al lado de Leo para sentarse en los escalones de la terraza. 

—¿Qué es lo que ocurre? En realidad me preocupa mucho verte algo distraída durante los ensayos. ¿Estás segura de que ese sinverguenza de Lizandro no tiene nada que ver? 

—En cierto modo —comentó Himalia confundiendo a su amigo. —Verás, la razón por la que estoy distraída es porque me preocupa alguien a quién estoy ayudando a romper un hechizo de plata. 

—¿Hechizo de plata? ¿Ese hechizo en el que condenan a alguien a la soledad y la única forma de romperlo es tocar para la luna? —cuestionó Leónidas —Había oído al respecto, pero pensé que solo se trataba de pura fantasía. 

—Ese hechizo es real, mi abuelo paterno fue víctima de ese hechizo en su juventud y ahora yo debo salvar a alguien de ese mismo encantamiento. —comentó Himalia.

—Entiendo, pero ¿Qué tiene que ver Lizandro? 

—Ese desgraciado me sigue y tengo miedo de que pueda echar a perderlo todo. —suspiró —Tengo miedo de que mi misión se vea interrumpida y en su defecto el alma de ese pobre hombre quede condenada para la eternidad.

—Cuidaré tu espalda y si me lo permites puedo acompañarte hasta la casa del sujeto. Si Lizandro llega yo lo estaré esperando a escondidas para emboscarlo y evitar que dañe el ritual ¿Te parece bien? 

—Debo consultarlo con el hechizado, mañana te lo haré saber. 

—¡Está bien! —exclamó Leo comprendiendo la gravedad del asunto. 

Pasadas las horas, Himalia se despidió de Leo y partió a la cabaña en donde Athan esperaba por ella para el ritual. La chelista le hizo entrega del canasto de frutos a Athan quien lo recibió con mucho cariño, luego le dio un fuerte abrazo a la joven y se ubicaron nuevamente en el lugar de siempre. 

Himalia comenzó a tocar y como era de costumbre, Athan le comentó que era hijo de un maestro y una costurera. Himalia le comentó al ermitaño que era hija de músicos. Athan sonrió y con mucha ternura la veía tocar el violín. El hechizado disfrutaba de la suave melodía proveniente de las cuerdas del instrumento, suspiraba y sentía como su cuerpo se estremecía. 

Al terminar, la chelista le comentó a Athan sobre su amigo Leo y lo que ella estaba presintiendo. El ermitaño pensó que Leo sería de gran ayuda como guardia al menos mientras Himalia cumplía con su deber. 

—No hay ningún problema si tu amigo vigila que ese otro sujeto aparezca y pueda arruinarlo todo. De verdad, agradezco tanto que quieran ayudarme a salir de esto. —comentó Athan mientras que lentamente se ponía de pie. 



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En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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