En la tarde de aquel quince de abril, Himalia esperaba por Leónidas en la cuarta fila de asientos del teatro. Leónidas fue el tercero en llegar al lugar, después de Elián e Himalia.
Leónidas vio a su amiga, quien resaltaba por su cabello entre las sillas de color rojo del lugar. Rápidamente se acercó a ella, pero no esperaba la reacción de su amiga, quien en el fondo estaba molesta.
—¡Siéntate, Leo! —ordenó la chelista causando curiosidad en su amigo.
Leónidas, se ubicó junto a Himalia y preguntó por qué estaba molesta, a lo que la chelista respondió
—¿Por qué demonios llegaste a casa de Athan? ¿No tienes idea de lo que está pasando?
Leónidas tragó en seco y comenzó a jugar con sus dedos, estaba realmente nervioso.
—¡Di algo! —habló Himalia con firmeza.
—Estuve en casa de tu amigo el hechizado, le entregué una nota que fue escrita por un pariente quien padeció el mismo hechizo. —contentó Leo —Athan tiene dos opciones.
—Una de ellas es morir si algo sale mal —comentó Himalia —¿Cuál es la otra?
—Puede desaparecer físicamente, desvanecerse bajo la luna en el momento en que te revele su rostro.
—¿Qué? —Himalia se disgustó, pues pensaba que se trataba de una broma de mal gusto por parte de Leo —Se supone que la revelación del rostro es parte del rompimiento del hechizo ¿o me equivoco?
Leónidas respiró profundo y explicó —va a desaparecer, pero no estará muerto.
—No entiendo nada, Leo. —dijo Himalia —¿Quieres decir que su alma estará penando?
—Mmm… Algo así.
Ambos guardaron silencio, pues Lizandro había llegado al auditorio. La actitud del arrogante sobrino del director era algo sospechosa ese día. Se notaba sobremanera que Lizandro estaba planeando algo, como si conspirara en contra de Himalia y Athan. Pero, Leónidas no iba a permitir que las cosas entre su amiga y el hechizado se echaran a perder por culpa de Lizandro.
Leónidas e Himalia veían con desdén al arrogante músico quien sonreía de manera burlesca.
—No me gusta su expresión, parece que trama algo. —expresó Leo.
En ese momento, Himalia se levantó y velozmente caminó hasta donde estaba Lizandro. Enojada por su expresión desbordante de prepotencia, la chelista habló fuertemente diciendo
—¿Cuál es tu maldito problema? ¿Acaso quieres que te ponga el chelo de corbata?
—La del problema eres tú, yo no te he hecho nada —dijo Lizandro sin dejar de sonreír —más bien, explícame una cosa ¿Qué tanto haces en la cabaña del ermitaño? ¿Acaso le temes a algo?
Himalia sintió un fuerte impulso, y de pronto, le dio una fuerte bofetada a Lizandro, mientras que Leónidas reía a carcajadas por lo que estaba presenciando.
La chelista retrocedió evadiendo a su compañero, quien intentó golpearla de vuelta. En ese instante, Leo se puso de pie salvajemente y amenazó a Lizandro con romperle el tabique si llegaba ponerle un dedo encima a su amiga.
—¡Esto no se quedará así, Himalia Demopoulos! —gritó Lizandro —estás perdida, y te advierto que desde ya puedes considerar a ese amigo tuyo muerto.
—No metas al ermitaño en esto, él no tiene nada que ver —intervino Leónidas —¡que cobardía!
—¡Tú cállate! —gritó Lizandro
Justo en ese instante, Himalia confirmó su sospecha y preguntó —¿No es conmigo el problema entonces? —exhaló con furia —¿Es con el ermitaño que estás enojado sin razón?
—¡No sabes quién es él ni conoces sus intenciones! —manifestó Lizandro causando que Himalia dejara salir una fuerte carcajada que hacía eco al chocar con las enormes paredes del teatro, y extendiéndose por el vacío del lugar.
—¿Desde cuándo te importa alguien que no seas tú? ¡Hipócrita! —cuestionó la mujer.
Nuevamente, los músicos eran testigos de aquella discusión a medida que llegaban al auditorio. Aquiles se enojó sobremanera y los suspendió por una semana.
Himalia no protestó al respecto, tomó sus cosas y regresó a casa en donde permaneció hasta el anochecer. La chica le comentó a sus padres lo ocurrido y entre lágrimas repetía que tenía miedo de lo que estuviera pensando Lizandro para perjudicar a Athan.
—Ve con él, solo tú puedes protegerlo. —comentó Erastos intentando animar a su hija.
Himalia corrió hasta la puerta al tiempo que lloraba desconsolada. La chica tomó su motocicleta y velozmente se dirigió a la cabaña de Athan. Al llegar al lugar, se percató de que el ermitaño no estaba. Ingresó a la cabaña, pero estaba completamente oscura. Lo buscaba por todas partes, pero no había rastro de Athan.
Desesperada, Himalia se dejó caer de rodillas mientras susurraba el nombre del ermitaño en medio del llanto. De pronto, escuchó la voz de Athan. El hombre estaba oculto en la rama del frondoso árbol junto a la cabaña, pues a lo lejos vio que Lizandro pasaba junto a un grupo de personas sin despegar la vista del lugar.
—¿Qué haces allí? —preguntó Himalia mientras secaba sus lágrimas y veía a Athan bajar del árbol.
Editado: 10.09.2022