Ese día, alrededor de las once de la mañana, Macrina, Elián y Leónidas visitaron a Himalia en representación de la orquesta. Todos los músicos seguían en huelga pese a las amenazas del director, quien decidió que su sobrino podía regresar a los ensayos, pero Himalia aún no.
Los músicos le comentaron a su compañera que a pesar de todo, Aquiles decidió que apoyaría a su sobrino aun sabiendo que Lizandro era el único culpable de que la joven reaccionara de semejante modo.
—¡Esto es inaudito! —habló Himalia con fuerza —¿Ese muérgano regresa a la orquesta y yo sigo sin poder asistir por mi castigo? ¿Pero qué clase de maldita broma es esta?
—Todos se han hecho la misma pregunta, nadie está de acuerdo con que Lizandro regrese antes de tiempo. Aquiles está actuando de manera para nada profesional. —comentó Macrina.
—Nosotros decidimos que no íbamos a ensayar más hasta tu regreso, y hemos cumplido con nuestra palabra. —manifestó Elián.
Y Leónidas complementó —sin mencionar que ambos se burlan de ti.
—¡Infelices! ¡Ojalá se los lleve el diablo! —exclamó Himalia quien no toleraba que Lizandro regresara. —Si Lizandro regresó yo también lo haré, no van preferirlo a él solo por ser el sobrino del director.
Himalia estaba decidida a regresar antes de lo previsto. Sabía que contaría con el apoyo de sus compañeros quienes no iban a permitir que se le prohibiera retomar sus actividades, y mucho menos, si Lizandro ya estaba de vuelta a la orquesta.
Pasado el rato, los músicos salieron de la casa de Himalia y de manera natural se dirigieron al parque en donde estaba el resto del grupo. Allí dieron la noticia de que la joven de cabello rubio platinado volvería a la orquesta, pues ya estaba decidida.
Los músicos celebraron y llegaron a casa de Himalia, en donde esperaron por ella.
—Toda la orquesta está aquí, quieren verte. —manifestó Elora —¡Hija, sal ya! Tus compañeros esperan.
La chelista salió y se encontró con todos sus colegas esperando por ella afuera de su casa. —¿Qué significa esto? —sonreía.
—¡No hay tiempo que perder! ¡Regresemos a los ensayos hoy mismo! —gritó Leónidas.
Himalia entró a su casa, fue por su bolso y salió junto a sus compañeros rumbo al teatro en donde Aquiles y su sobrino practicaban.
Las puertas del teatro estaban abiertas, así que los músicos ingresaron como si nada estuviera pasando.
—¿No iban a regresar cuando Himalia volviera? —preguntó Aquiles —¿Si ven que no pueden vivir sin la música?
—¡Exacto! No podemos vivir sin la música y si regresamos es porque Himalia está aquí.
El grupo se dividió en dos formando un camino para que Himalia caminara entre ellos, posicionándose justo enfrente del director.
—No hay preferencias entre nosotros, creo que fue lo que dijo usted cuando tomó el puesto de director ¿No es así? —preguntó Himalia —Entonces, si su sobrino regresa aun sabiendo que la suspensión era hasta el veintidós de abril, yo también puedo regresar antes de esa fecha.
—¿Tienes la osadía de hablarle así a mi tío, el gran Aquiles Anastisiadis? —intervino Lizandro de forma déspota.
A lo que Himalia respondió con firmeza —Yo soy la hija de Erastos Demopoulos y si de familias se trata, entonces no es menester recordar cuál está en la base y cuál en la punta de la pirámide que tú has impuesto aquí. —la chelista miró a Lizandro con desdén —que no se te olvide que cualquier Demopoulos puede volver trizas a cualquier Anastisiadis, y si no lo crees así entonces ve con tu padre y pregúntale por qué odia tanto al mío. —luego miró al director —¿Comenzamos, señor director?
Aquiles tragó en seco y respondió —¡Andando!
El día transcurrió como de costumbre; ensayos, conversaciones y comida. Himalia finalmente había regresado, agregando que se dió el lujo de humillar una vez más a Lizandro en presencia de todos y cada uno de los integrantes de la orquesta sinfónica de la gran ciudad.
Al caer la noche, Himalia salió rumbo a la cabaña de Athan. Quien la esperaba sentado en el jardín de rosas blancas. La chelista llegó y lo saludó, Athan le entregó el violín y como siempre, tocó una suave melodía para la luna.
El dato de aquella noche era la razón por la cual fue embrujado. Athan era perseguido por una mujer doce años mayor que él, y como este la rechazó, aquella descarada hechizó al joven quien tan solo estaba por cumplir dieciocho años. Obviamente, Himalia no tenía cómo responder, pues ella jamás ha padecido un encantamiento.
Al terminar la melodía, Himalia llevó su mirada a Athan quien observaba la luna y suspiraba.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
A lo que Athan respondió con un sí.
Himalia inhaló y preguntó —¿Te has enamorado alguna vez?
—Jamás, aunque creo que estoy comenzando a experimentar eso a lo que todos llaman enamoramiento. —el hechizado miró a la mujer —¿Y tú? ¿Has sentido lo mismo?
—Una vez, por suerte me di cuenta que no valía la pena —respondió Himalia —ahora lo desprecio con todo mi ser.
Editado: 10.09.2022