Athan se levantó aquella mañana del veintidós de abril con ganas de pintar. Quería usar el obsequio que la noche anterior le hizo Himalia. Además de eso, estaba muy inspirado ese día. Así que, fue a asearse y vestirse. Bajó a desayunar y luego de limpiar el exterior de la cabaña, se dispuso a pintar.
La mañana era hermosa, o eso sentía Athan. El sol brillaba con intensidad, tanto así que en intervalos de segundos, podía ver las gotas de rocío en las hojas de las plantas cercanas a la terraza trasera de la cabaña.
—¡Vaya día! ¡Hermosa mañana! —dijo seguido de un suspiro mientras miraba a su alrededor. —Pintaré algo para regalarle a Himalia la próxima semana.
Faltaban solo unos días para liberarse de aquel hechizo de plata, por lo que Athan tenía pensado obsequiar una de sus creaciones a la chelista.
A pesar de su inspiración, Athan no se decidía en qué iba a pintar esa mañana.
—¿Será un paisaje? ¿Una flor? —se preguntaba hasta que finalmente tuvo una idea que de seguro iba a fascinarle a la chica.
Con una enorme sonrisa de oreja a oreja, muy felizmente el talentoso muchacho comenzó a pintar. Con tanta pasión y tanto amor, trazaba cada línea y daba pinceladas suaves, para crear lo que sin duda sería uno de sus mejores cuadros.
Mientras que Athan pintaba en medio del silencio y la paz de su cabaña, Himalia apenas salía de su habitación. A medida que bajaba por las escaleras, pudo escuchar a sus padres hablando acerca de un tema un poco delicado que la involucraba con “el ermitaño de la cabaña”.
—Tenemos que decirle, ella tiene que saberlo. —dijo Erastos.
—Solo espero que no se desespere y cometa una locura. —dijo Elora.
—¿Qué tengo que saber y qué locura puedo cometer? —intervino Himalia sorprendiendo a sus padres.
Los Demopoulos se miraron y tragaron en seco.
—¿Qué ocurre? —preguntó la chelista.
—Leónidas estuvo aquí, dice que Lizandro está recorriendo las calles desinformando a las personas acerca de un asesino en el bosque y que deben ir a acabar con él. —dijo Elora.
En eso, Himalia gritó —¿Qué cosa? ¿Ese infeliz no aprende?
—Himalia, hablé con mi padre al respecto y lo mejor es que vayas con Athan y se oculten de todos —dijo Erastos —o Athan morirá.
—¿Y los ensayos? —preguntó Elora —¿Qué pasará con eso?
—De eso me encargo yo.
De pronto, la bocina de un auto a las afueras de la casa de los Demopoulos sonó. Filogonio y Teódulo habían llegado para averiguar lo que estaba pasando. Por suerte, Athan estaba a salvo hasta el momento, pero Himalia corría peligro.
Horas más tarde, luego de una larga conversación, los Demopoulos propusieron que Himalia y Athan se ocultaran en la vieja casa en donde el abuelo de la chelista solía encontrarse con Calista, la flautista que lo liberó del hechizo de plata.
Himalia no pensó y empacó algunas cosas para permanecer en aquel lugar hasta el último día de abril.
—Afortunadamente solo queda una semana. —balbuceó mientras empacaba —solo eso debemos resistir para que acabe todo, y luego ese maldito de Lizandro se las verá conmigo.
Enojada, la chelista bajó y subió al auto de su padre. Ambos partieron a la vieja casa. Horas después Athan llegó con su abuelo.
Antes de entrar a la casa, Athan le pidió a su abuelo que cuidara el cuadro, y se lo llevara al nuevo escondite la noche del veintinueve de abril para entregárselo a Himalia.
Teódulo y Erastos partieron a sus hogares dejando a los muchachos ocultos en aquella casa.
—¿Qué ocurre, Himalia? —preguntó Athan bastante confundido —¿Por qué tu compañero nos busca?
—Eso quiero saber yo, pero lo sabré en su momento —pronunció Himalia llena de enojo —ahora lo importante es terminar con esto, de Lizandro me encargo yo.
—¿Cuál es el problema que tiene ese sujeto conmigo? ¿Qué le hice? —cuestionó Athan —No lo conozco, no entiendo.
Himalia se acercó a Athan diciendo —Vamos a concentrarnos en lo que realmente importa, te he dicho que después de esto, yo me encargaré de Lizandro.
Al caer la noche en su totalidad, Himalia sacó el violín y seguida de Athan salió al patio trasero de la casa para tocar bajo la luz de la luna.
El dato de esa noche era su posesión más valiosa; sus pinceles. En especial los que Himalia le había regalado la noche anterior. Por su parte, Himalia le comentó que hasta el momento, su posesión más valiosa era su chelo.
Luego de tocar, ambos entraron a la casa, cenaron pizza y soda para luego ir a dormir. Y como era de esperarse, no podían verse hasta la mañana siguiente.
Editado: 10.09.2022