Teódulo y su viejo amigo Filogonio se reunieron en casa de Erastos. Allí el señor Mavros le comentó a los Demopoulos lo que había pasado en la cabaña el día anterior. A pesar de su tranquilidad, no debían bajar la guardia pues, tal vez los Anastisiadis podían hallar el paradero de los jóvenes en cualquier momento.
Ya faltaba poco para ser libres del hechizo de plata, cinco días exactamente. Himalia y Athan seguían ocultos del resto en aquella casa, pero nadie sabía que poco a poco las cosas se saldrían de control.
Aquel veinticinco de abril sería el inicio del completo calvario que estaba por llegar. Los Anastisiadis seguían en su arduo trabajo con dar con el paradero de la chelista y el pintor hechizado, quien para ellos era un asesino, o como bien solía decir Lizandro de vez en cuando, una plaga que había que erradicar.
Durante el día no ocurrió nada, pero en la noche las cosas comenzaron a ponerse un tanto turbias en los alrededores de la casa. Cuando el reloj marcó las ocho, Himalia y Athan estaban afuera como era de esperarse. El curioso dato de esa vez era compartir un talento inútil.
Athan dijo que podía mover la nariz mientras que Himalia, imitaba el sonido de un sapo.
Al terminar, ambos entraron de volada a la casa. La chelista se asomó y vio a un grupo de personas que iban pasando por el lugar en busca de Athan, a quien apodaron el ermitaño asesino.
—¿Por qué están actuando de ese modo? —cuestionó el hechizado.
Himalia respondió luego de analizar la situación —están tras nosotros y te buscan a tí. Creen que eres un hombre peligroso y el único responsable de todo es Lizandro.
—¡Maldición! —susurró Athan —¿Hablan de mí cuando se refieren al ermitaño asesino? Nunca he hecho tal cosa ni con un insecto ¿Por qué ese alias?
Himalia volteó y tomó a Athan por los hombros mientras veía sus ojos —No pienses en eso ahora, más bien, pensemos en cómo huir a otra parte más alejada hasta el fin de semana.
—¿Sabes conducir? —preguntó Athan.
Himalia asintió y rápidamente ambos recogieron sus cosas, fueron al garaje y Athan comenzó a manipular algunos cables.
—¿Qué planeas hacer? —preguntó la chelista algo nerviosa.
—Nos moveremos a un lugar mucho más remoto que este, no te preocupes. Se el camino a la perfección.
—No podemos irnos sin avisar.
—Nuestros abuelos dijeron que si algo se salía de control, usáramos este cacharro para huir a una cabaña ubicada a las afueras de la ciudad. —dijo Athan logrando al fin encender el auto. —espero que tenga combustible suficiente para llegar. ¡Anda, Himalia! ¡Sube!
La chelista subió y arrojó las cosas en el asiento trasero. Athan aceleró y emprendieron su viaje rumbo a la cabaña en la que los señores Mavros y Demopoulos le habían indicado al pintor.
Durante el trayecto, Himalia observaba a los habitantes algo alterados por encontrar al ermitaño. Esa vez, el plan de los músicos no funcionó, pues Lizandro dijo que todo se trataba de una distracción por parte de alguien que estaba encubriendo al sujeto de la cabaña, y que usaba a los músicos como señuelo o algo así.
—Ese desgraciado, siempre manipulando al resto. —habló Himalia —Es increíble como una sola persona puede alterar a las masas.
Athan seguía concentrado en el camino —creí que luego de ponerlo en su sitio, dejaría de fastidiar.
—No, eso no es tan fácil como parece. También pensé lo mismo y mira todo lo que está pasando.
—¡Mira! tu antigua cabaña —señaló la chelista —podríamos detenernos y avisarle a tu abuelo.
Athan dijo que era una buena idea, por lo que Himalia al ver que su amigo estaba de acuerdo, aparcó a un costado de la carretera. Ambos bajaron, pero Himalia se detuvo para sacar el violín.
—Mujer precavida vale por dos. —expresó.
Los jóvenes atravesaron la carretera y se encontraron con que la cabaña estaba completamente vacía.
—¡Mi abuelo! ¿Dónde está mi abuelo? Todo está vacío, no hay absolutamente nada. —dijo molesto.
Athan e Himalia ignoraban que Teódulo estaba viviendo en casa de Erastos por petición de este. Pues, tenía miedo de que en un acto de confusión, los habitantes bajo la influencia de Lizandro y Aquiles, asesinaran al hombre equivocado. Aunque, con tal de que dejaran a Athan tranquilo, al señor Mavros no le hubiese importado sacrificar su vida por salvar la de su único nieto.
Las cosas empeoraron cuando regresaron al viejo auto y este había dejado de funcionar.
—¡Maldición! ¿Qué haremos ahora? —preguntó Athan.
—Vamos a ocultarnos en la cabaña, ahí permaneceremos hasta el amanecer. —sugirió la mujer mientras sacaba el resto de las cosas del auto.
Athan no estaba muy convencido de la idea de Himalia, pero no tenía opción. Debían permanecer en la cabaña hasta el día siguiente.
Editado: 10.09.2022