De Los Anthromen o primeros hombres.

Cuando Aetherion infundió vida a los hombres, a estos los llamó Anthromen, dándoles forma con esmero para que perpetuasen la belleza del mundo que nacía bajo sus suspiros. Así florecieron criaturas de carne y hueso, vestidas con una paleta de pieles variadas que abarcaban desde la blancura del alabastro hasta la profundidad ébano. Entre esos extremos se desplegaban innumerables matices, como el porcelana, vainilla, cobrizo, marfil, oliva, bronce y trigueño, por mencionar solo algunas de sus exquisitas tonalidades.

Los Anthromen, a pesar de su diversidad, compartían más similitudes que diferencias en su apariencia. Fueron diseñados, en su mayoría, de estatura elevada, proporcionándoles la fuerza necesaria para desenvolverse en el mundo, sin excesos, manteniéndolos siempre en una medida precisa de seis pies de altura. Se les dotó de abundante vellosidad para desafiar el frío, y sus iris, como gemas, deslumbraban con una gama de colores tan variada como el arco iris, embelleciendo sus ojos. Sus miradas se manifestaban tanto en formas amplias y abiertas como en otras más rasgadas y enigmáticas, cada una igualmente encantadora.

Y así sucedió que se les dispersó por doquier, a lo largo y ancho de Aetheris, en diversas comarcas y continentes, con la noble intención de poblar cada porción de tierra con su presencia. Cada Anthromen, con ingenio y habilidad propios, supo ganarse la subsistencia valiéndose de los dones otorgados por la generosidad de Aetherion, tanto en la vasta extensión terrestre como en las aguas que la surcaban.

Mas allá de esta mención, poco más se puede relatar acerca de estos hombres, aparte de reconocer que poblaron con diligencia los contornos de Aetheris. Desde los prados verdes que despertaban admiración hasta las cumbres gélidas que tocaban el cielo, cada uno de ellos encontró su propio sendero hacia la dicha, sin perturbar jamás la paz ajena. Pues Aetheris, en su inmensidad y belleza, obsequiaba su sustento y su belleza sin distinción a todos sus hijos.