Cuando tenía unos ocho o nueve, mi madre trabajaba por las noches y compartíamos una cama de dos plazas. Un día sentí una extraña presencia en el dormitorio. Tenía mis ojos cerrados y cuando los abrí, vi manos envolviendo la cama por debajo.
Las manos estaban hechas de sangre, huesos y piel colgante, e intentaban subirse a la cama. Me di la vuelta y había una "sombra" blanca tendida a mi lado. Logré, después de un laaaargo tiempo, levantarme y correr hacia la habitación de mi abuela. Ella no se atrevió a regresar a la habitación conmigo