Lucy, una solterona de 45 años con libertad financiera envidiable, belleza promedio y buen vestir. Solo le hace falta una familia para tener una vida perfecta, o por lo menos un hijo que le grite hambre los fines de semana, eso pensaría cualquier mortal, pero nunca se sabe.
Vivía lejos de sus familiares, era una mujer solitaria, que casi nunca recibía visitas, siempre estaba estudiando. Su vida en mejoramiento continuo molestaba a los fracasados del sector de San Carlos.
Su única compañía era Lily, una perrita peluche de bolsillo, que solía llevar dentro del bolso, o entre sus brazos de arriba para abajo, como si fuera su hija, salida de su vientre. En jornadas laborales, Teresa, la mujer de los quehaceres domésticos se la atendía.
Tan insocial que casi no saludaba a nadie. Sus maestría y décadas de educación no habían podido mitigar ese defecto suyo, era lo único que le molestaba de su personalidad. Tenía oídos sordos a piropos o halagos. Fue catalogada como comparona, privona y mal educada por sus vecinos.
—Blancanieves tengo un beso para ti, donde ni tú te imagina.
—Blancanieves si necesita un beso para vivir te besare, donde tus ojos se retuercen.
—Blancanieves te voy a dar tan duro que no querrá volver a saber de los 7 enanitos, quizás 10.
—Blancanieves sabes que mis besos son como la droga, que te volverán adicta —Eran los típicos piropos que salían de la boca de Matute, cada vez que se encontraba con Lucy, en algún lugar del barrio.
En el barrio la llamaban Blancanieves la princesa muda de San Carlos, o Blancanieves y los 10 deditos, por su color de piel y por los piropos de Matute, un negro barrial y vago que la pretendía.
—El día que a esa le dé un degodego, y no llame, dique de lo mío, pidiendo ayuda o le caemo a pata o le hacemo el caso del perro, a ver si e bueno —decían los tigueres a bocajarro.
—Pero, esa mujer no come plátano, a esa muje no le da eso —dijo Tragardaba con entusiasmo agitando los brazos.
—Tú cree que esa muje va ta en pata de diente hata la do de la tarde como utede —dijo don Julito.
—Nunca mi pai. La sirimba e pa nosotro —resopló Tragardaba con una risa intrínseco, que no se aguanta.
—El don tiene razón.
—Ojalá y así sea porque se va a morirr boqueando como un pecao fuera del agua —gruño Matute.
—Es envidia que utede tienen, balsa de envidioso, principalmente Matute, que le vive tirando piropo pa que caiga y ella ná, ni lo mira, le hace el caso del perro, tú cree que yo no sé, utede creen que una muje como esa va a meterse con uno vago saltapatrá como utede, mejorr se queda sola, váyanse a trabaja y buca oficio —decía Teresa al oírle despotricar a su jefa mientras iba al mandado.
—Teresa uté e una metiche, una falsa, una lambona, pila de plomo le vamo a da, por esa boquita suya —dijo Piticho con su cara de pocos amigos y rostro rasgado.
—A uté nadie le dio vela en ete intierro Teresa —dijo el Moqui con su mirada desvalida.
—Aprendan hablarr primero balsa de burro —replicó Teresa mirándole a todo.
—Como si tu supiera hablarr, o tu cree que la inteligencia se contagia como el coronaviru y que Lucy te contagio. No, así no e, tu sigue siendo una burra como nosotro…
—No… eso e con mucho etudeo, mucha página pa la iquierda —farfullo don Julito.
—Y la mona, aunque se vista de seda, mona se queda. En tu caso burra — dijo Tragardaba.
—Tu ve, el maco pen-pen de don Julito sabe de eso.
—Sí, la burra, aunque se vita de inteligente, bruta se queda. No hay otra, no hay tutía —vociferó Piticho.
—Mira, repetame, Matute —prorrumpió don Julito.
—Que voy a repetarr yo, maco pen-pen, acaso tú tiene grajo —le dice Matute entre carcajadas dándole un abrazo—, es verdad que uted es un viejo sin vergüenza, mi pai.
—Eso maleducao no repetan a nadie. Yo… yo no sabía que tú era así, Tragardaba. Yo voy a verr a que burra va a irle a lamberr ahora, te voy a meterr do palo en la cabeza cuando vaya de lambon a mi casa.
—¡Ay! se jodio ete porr bocu, ya le quitan el lambe —dijo Alfonsito muriéndose de la risa, saludando a todos —acaba de llegar—, y díganme que lo que con lo que...
—Ná compa… a pasarr hambre que va este —señalando a Tragardaba con risa escabrosa, taladró Piticho, mirando azorado.
—No, manita. Yo no dije ná, perdóname porr favorr, voy a hacerr lo que tú quiera.
—Mi hermano no ruegue. Yo le doy un chin de la mía —grito Matute.
—¿Un chin?
—Sí, do cucharita.
—Ese muchacho eta en el desarrollo, come hata piedra, tu cree que con do cucharita le va a llenar el buche. Yo ni se porque anda pelechando con utede, balsa de manganzone —expuso Teresa.
—Por eso e que le dicen tragardaba.
—Claro.
—Teresa mire repeteno y vaya hacerr su oficio. O acaso quiere que le demo en el pelao — susurró entre los dientes Piticho, con una leve sonrisa llena de malicia y el estómago regurgitando por la ingesta de alcohol.