Lo que crees que es una realidad, puede ser una ilusión.
Anónimo.
—. Hola.
Una voz retumbó en mi oído izquierdo, traté de mirar el rostro del sujeto, pero este me lo impidió, colocándome su mano en mi nuca forzándome a mirar al suelo, sentí un objeto en mi costilla, a lo que pude sentir, era un arma, ágilmente realicé movimientos rápidos llevándome las manos a mi polera, para ocultar bien el poco dinero que había tomado. Todos mis sentidos se alertaron, me trasladó a la furgoneta y de reojo pude observar su color, tal cual, como lo había mencionado Laura, el furgón es de color negro, la compuerta se abrió y desde allí se asomó un sujeto con una capucha, nuevamente sentí como mi mundo se llenaba de obscuridad, por suerte, estos sujetos se llevaron consigo a Brando, lo vi subir antes que me colocaran el capuchón.
Recorrimos un largo rato, sentí que detuvieron el furgón y uno de ellos, no sé quién de los tres, me levantó y me bajó del furgón con hosquedad, me trasladaron hasta un lugar, por lo que pude escuchar, había maquinarias alrededor, el sitio era muy similar en sonido ambiental al lugar donde me habían llevado la primera vez, o al menos eso creí, me sentaron y de nuevo me amarraron las manos a la silla, me quitaron la capucha y mis ojos se adaptaron al entorno. Uno de ellos se dirige a mí.
—. Chaval, ¿Qué ha pasado con nuestro dinero? —Contesté confiado—.
—. Está en el alijo. —Noté como los tres se miraron los rostros y uno de ellos preguntó—.
—. ¿Qué alijo? —Respondí con convicción—.
—. El que llevaba en la mano cuando me sorprendieron allá en el hospital. —Uno de ellos me habla, para ser más preciso, el de la izquierda—.
—. Cuando te sacamos del hospital no tenías nada en la mano. —Me quedé pensando el asunto y dije—.
—. Chicos, escúchenme, no tengo por qué mentirles, quizás, se me cayó en el taxi, he conseguido el dinero que me solicitaron y está en el alijo que traía conmigo cuando me raptaron, lo cargaba justo aquí en mi mano, —Miré hacia atrás—. o ¿Es que no se dieron cuenta? —Los tres sujetos se volvieron a mirar como si estuviesen desconcertados y el de la derecha me sentencia—.
—. No juegues con nuestra paciencia. —Solo respondí—.
—. ¡No estoy jugando! y mucho menos con este tema, ¡Vamos chicos! Volvamos al hospital, si el taxista es del hospital lo podemos encontrar y será mucho más sencillo. —El sujeto de la izquierda responde—.
—. Vengan un momento. —Noté que se reunieron y uno de ellos salió corriendo y el otro salió trotando. Él que se quedó me indica—.
—. Levántate ¡Vamos! —Apostó sus manos encima de mí, me quitó las amarras y me obligó a levantarme de la silla, me colocó el capuchón nuevamente y me forzó a caminar de nuevo, al parecer a la furgoneta y lo supe por que pude escuchar el motor encendido, me subí al furgón, pero esta vez con más facilidad, dentro del furgón conté dos pasos y me senté sin que nadie me obligara—.
La furgoneta arrancó, pasó mucho rato, en todo ese tiempo estuve en silencio, tan solo me dedicaba a auscultar el sonido ambiental, al parecer mis oídos se habían agudizado un poco, pude escuchar a lo lejos una corneta de un barco, entonces, supuse que me iban a dejar en el mismo lugar donde me dejaron la primera vez, pero no, esta vez me abandonaron en un callejón y como que, solo en esta oportunidad, fueron más amables conmigo, solo me quitaron la capucha y las amarras de las muñecas y me empujaron del furgón, trastabillé un poco y salieron a toda velocidad del lugar, Brando aún seguía conmigo, al parecer, eran como las seis de la tarde, por la tenue oscuridad del ambiente, salí del callejón con la satisfacción del saber que aún sigo con vida, miré a todos lados, pero no reconocí el sitio, así que solo comencé a caminar, hasta qué, encontré la estación del metro, entré a la estación y compré un boleto y me fui directo al andén, pasé como tres minutos, y se apersonó el metro, al abrir las puertas, solo me subí con Brando, este metro llevaba dirección directa a Brownsville, pasó una hora más o menos, al llegar a la estación Brownsville, supe que estaba lejos de mi casa aún, dieron las siete de la noche, caminé un buen rato desde la estación hasta los apartamentos en la Sutter Avenue, al llegar, rápidamente subí la escalera y me detuve frente a la puerta de mi departamento, eché un vistazo a la puerta de mis vecinos, y como es costumbre, advertí de nuevo ese humo blanco nuevamente a través de las rendijas, me alegré por ellos, aunque, no los conozco, supe por instinto que se encontraban disfrutando de la vida, así que, entré a mi departamento y distinguí el tan preciado humazo níveo cubriendo una buena parte de la sala, inhalé profundamente hasta que mis pulmones se llenaron de esa humarada, eso me reconfortó mucho.
Me trasladé hasta mi habitación, me tumbé en el lecho, al estar acostado con los brazos totalmente extendidos, giré la cabeza y en una silla estaba puesto la bolsa que me dio Laura en el hospital, eso me alegró mucho más, a pesar que el colchón estaba frío, fue el momento de paz que pude tener. Me quité la camisa y saqué el dinero del jean, me levanté de la cama y me acerqué a la bolsa con el dinero, rápidamente, conté el dinero y era el restante tal cual como lo había dicho Laura, eso dio un total de seis millones de dólares, más lo que había gastado, con eso era suficiente para largarme de está pocilga, no lo pensé dos veces, me dirigí hasta el armario y rápidamente organicé toda la ropa, todo ello lo metí en una maleta muy grande, al finalizar, salimos del departamento al llegar al pasillo, eché un vistazo al departamento contiguo y di una última despedida a mis vecinos, me acerqué hasta su puerta y saqué dos fajos de billetes y los dejé frente a su portezuela, toqué para que salieran, y me retiré. Salí a la calle y me fui directo a la gasolinera, saqué la mano a un taxista, este se detuvo le pedí que me llevara al aeropuerto, al llegar localicé la aerolínea que salía a esas horas, el vuelo salió de New York a las once de la noche y así partí directo a la costa oeste.