La historia que voy a contar tiene algo de tiempo que pasó, pero el recuerdo es vívido, bastante fiel a lo ocurrido, pues me marcó para siempre.
En el año 2010 formaba parte de un "grupo de amigos" (si se les puede decir así) donde nos reuníamos para hablar de libros, arte, filosofía... Cosas de ese estilo. Era un buen ambiente, nada peligroso o donde se bebiera en exceso, tal vez por la edad de las otras personas. Yo era la más joven de todos ellos. El promedio de edad de ese grupo era de 55 años, algo alejado de mi edad, pero no algo exagerado, algo que me dejara sin criterio y a merced del resto. Entre ellos, estaba un sacerdote, ya entrado en años, que nos contó y demostró que tenía formación como exorcista y nos platicó varias anécdotas, con sus debidas reservas por el secreto de su profesión, que resultan bastante curiosas y que siempre hizo como una pequeña muestra de que la lucha entre el bien y el mal es constante y, a veces, el mal parece ganar.
El padre León era un hombre muy sabio, con años de experiencia, tanto en la iglesia como a título personal. Tenía, en el momento de esta historia, 77 años de edad. Estando cerca la Semana Santa, propuso que, si así lo deseábamos, podría hacer una ceremonia privada, al terminar la misa para "abrir Gloria" para nosotros, la cual se haría siguiendo los ritos de la liturgia romana previa a 1969, cuando se instruyó que todo rito eclesiástico se haría en español y no en latín. Entonces me emocioné, al igual que Mariana y Juan, una pareja de pintores, y Humberto, un escritor. El menos entusiasmado era Efraín, el dueño de varias tiendas en la ciudad, contemporáneo del padre León, pues decía que "tenía malos recuerdos de las misas en latín". Lo animamos a aceptar para que fuera decisión unánime y así nos comprometimos a asistir, aunque la ceremonia terminaría ya entrada la madrugada.
En lo personal, eso no importaba mucho. La experiencia lo valía y era lo importante. Así que, los días previos al sábado, comencé a dormir muy temprano para poder estar descansada y activa ese día. A veces, tenía que obligarme y, supuse, esa era la causa de que tuviera pesadillas muy fuertes, vívidas, en las cuales estaba en la iglesia y pequeñas sombras emergían de las esquinas, reptando por el suelo, hasta tocar el Altar, donde se apretujaban unas a otras hasta crear una masa de carne sangrante. Entonces me veía a mí misma, al pie del altar, con las dos manos sosteniendo un par de cirios mientras alguien gritaba desde un punto desconocido, pidiendo que lo rescataran... Y despertaba envuelta en sudor. Soñé con eso tres días seguidos, pero lo atribuí a que, durante esos días, había visto una película de terror en el cine, de esas que son bastante malas, pero te entretienen mucho.
Cuando llegó el día, todo parecía transcurrir tan lento. Al estar en el desayuno ya quería que fuera de noche. Al llegar la hora, mis papás me llevaron a la iglesia y mi mamá me acompañó hasta la Sacristía, donde esperaríamos al padre León. Recuerdo que llegamos ya al final de la ceremonia "normal", la que estaba dirigida para toda la comunidad. La gente empezó a salir y la iglesia se fue quedando vacía pasada la medianoche. Allí fue donde todo comenzó y donde, poco a poco, me di cuenta que algo estaba mal, pero fue tan gradual...
Nos pidió que salieramos al patio de la Iglesia, donde se encendería y bendeciría el llamado "Fuego Nuevo", pero, para esto, era obligatorio estar en la penumbra total. Una Iglesia a oscuras, sólo iluminada por la luz de la luna, es una experiencia visual bonita, pero en tu ser, en tu energía, no se siente así, en especial si se trata de un edificio con varios siglos de antigüedad. Justo en ese momento llegó Efraín, quien se disculpó por llegar tarde, pero le costó trabajo tomar la decisión de ir.
Todo comenzó de lo más normal, salvo por una extraña sensación de ser observada desde los arbustos que crecían en ese patio. Ah, y casi olvido ese nerviosismo que todos sentíamos, que era visible y no podía ignorarse. El padre León nos llamó a la calma: dijo que era por "el ambiente de esos días". No comentaré el rito completo para no alargar de más este relato, pero, al ir caminando para entrar al Templo, sentí unas manitas pequeñas tocando mis tobillos, estirándo sus dedos por mis pantorrillas e incluso jalando mi ropa. Pensé que era cosa mía, por mis nervios y el estado de alerta que me había provocado el sentirme observada, pero también pude ver a Mariana sacudiendo su pie izquierdo, de manera ligera y también vi a Humberto mover su espalda, intentando que, lo que sea que estuviera allí, cayera. Aún con esto, nadie dijo nada y todo siguió con normalidad.
El padre León nos hizo favor de darnos unas cuantas hojas con todo lo correspondiente al rito, así que, con la luz que emitía el cirio que él tenía hacíamos un esfuerzo notable para leer cada una de esas palabras, que se veían tan familiares, pero tan complicadas. Las bancas de la iglesia comenzaron a crujir, nada extraordinario, pues la madera suele hacer eso, pero, cuando sonaron pequeños golpecitos sobre ella, como si al menos dos docenas de manitas estuvieran tocando con sus nudillos en esa superficie, todos nos quedamos en silencio, incluido el padre León. Fue entonces cuando el órgano que tenían en la Iglesia resopló, en una nota tan quebrada como larga.
—¿León? ¿Amigo? ¿Pediste que alguien más se quedara? —preguntó Efraín.
—No... —respondió el Padre, susurrando.
—Es buena broma, amigo —replicó Carlos—. No sabía que tenías ese sentido del humor.
—No es broma. Guarden silencio.
Al terminar la nota, se empezó a escuchar una especie de graznido, parecido a un pato, pero un poco más agudo y después más grave, luego distorsionado y, por último, se acabó de golpe. El órgano volvió a sonar, pero ahora con unas notas reconocibles: Gloria in excelsis Deo. Parecía que, lo que sea que estuviera allí, nos invitara a continuar, a seguir con el rito, a hacer de cuenta que no se encontraba en ese lugar.
#92 en Paranormal
#35 en Terror
fantasmas, rituales demonios y fantasmas, fantasia brujeria hechizos
Editado: 03.05.2025