Porque nos amamos, por esas simple razón, y ninguna más.
Porque estábamos hechos con la misma esencia con que las almas se hicieron Porque así era como estaba escrito.
Es media tarde, y acaba de salir el sol a las calles desiertas de una ciudad muerta. Es para encontrarse con el silencio. ¿Lo ven?, yo lo veo, ahí esforzándose por no sentir a nadie, ni nada. Un virus que asola toda la urbe, el confinamiento de una cuarentena, que une y aleja.
Es hora de salir a mi balcón del piso elevado del octavo para sentarme en la silla padre a esperarla a ella. Ella es mi tiempo. A esperar como otros esperan a sus allegados, y con ello encuentran una manera de vencer el arraigo. Es mi espacio, y mis sentimientos. Nos conocimos, sin conocernos. Nos sentimos sin sentirnos, sintiéndonos. Raro, y a la vez intrigante que dos personas se amen de la manera más virtual que existe sin palparse los cuerpos.
El móvil, suena. Aprieto el botón, y su imagen se presenta. Pelo extenso color negro azabache, ojos oscuros, mejillas que sonríen, al ritmo de sus labios rosas. Su sonrisa. Siempre me dije que era de las virtudes que nos pudo dar Dios, la mayor fortuna. La sonrisa de ella.
- ¡Buen día amor! – me sonríe desde la cámara, en su sillón color crema
Esa forma de presentación me tiene a sus pies. Aunque parezca extraño, cuando la veo, y la oigo, incluso cuando escribe siento la necesidad sexual de poseerla, y que ella me posea. Me invade el deseo de lujuria. Y el placer, el bendito placer de amarla, mientras mi cuerpo se une al de ella. Y la necesidad de poder besarla, y abrazar cada partecita de sí. Tomar su mano. Caminar, y platicar de todo, y mirarla, siempre mirarla. Ella en todo, y todo.
Nos conocimos así a través de las palabras, porque la comunicación es la mayor arma que se nos dio para poder entendernos. Y con ella no solo me entiendo. Me siento. Siento su energía en mi cuerpo.
La cuarentena es el aislamiento por excelencia. El exilio obligatorio. Todos, y cada uno en sus casas, pero las redes nos unen a las distancias. Así es que estamos juntos con mi mujer que lejos está en otro país, yo le digo otro mundo. Y cuando nos encontramos en la línea del tiempo, hacemos nuestro mundo.
- Mi vida. Mi bella. Aquí estoy, y te amo. -
- Te amo mi amor. – contesto con la alegría de corazón -
Esas son nuestras máximas a la hora de ver nuestros sentimientos. Nuestra puerta de ingreso al paraíso.
- Mi vida por aquí está todo muy tranquilo. Alguna que otra ave revolotea. Y las personas temen salir, por el contagio
- Amor, aquí se toman todo a la ligera. No han decretado nada, y la cuarentena es opcional. Temo porque algo ocurra.
- Mi vida, solo pido que te cuides, ¿sí? Y tu familia.
- Lo haré, promételo también
- Lo haré, mi bella, lo haré
Nuestras charlas eran cuidadas, del uno al otro, por nuestro bien. La cuarentena tiene en vilo a todo el mundo. Todo empezó con un brote en la ciudad de Wuhan, en China. Nadie le presto importancia, hasta que de a poco se transformó en epidemia. Occidente no veo oriente como algo interesante a la hora de los desastres. Incluso han ocurrido tsunamis, terrorismo, desastres de todo tipo. Millones de muertes, pero son números. Podemos descansar en paz, aunque un día, por eso del turismo, de los vuelos y la comunicación mundial. El contagio llego a Italia, y en seguida roma callo una vez más, esta vez no por barbaros, sino por una partícula que se aloja en el cuerpo humano como vehículo y se transmite a otro, y otro, dando resultados fatales al sistema pulmonar. El sistema italiano colapsó. Y el brote continúo su rumbo. No podía alojarse en un solo país, y Europa se vio plasmada de microbios. Ya tuvimos una peste en la Edad media. El culpable las ratas, ahora el nuevo chivo espiatorio, un murciélago, una etnia, una nación. España la madre, se viralizó en todas sus provincias. Y el efecto pandemia se hizo presente en el nuevo continente. Aquí ha llegado desde las vacaciones de algunos viajeros.
Cada mañana me despierto, y vivo la pesadilla de los llamados contagios que las noticias nos alertan. Miles han sido hasta ahora los muertos. La vida y la muerte no debería ser una elección, pero ¿Cómo decírselo a un médico cuyos elementos escasean? La economía mundial se encuentra en el peor de sus cracs en los últimos años. Todos estamos presos. Antes éramos presos del sistema, ahora presos por un virus que viaja libre en las calles haciendo de las suyas, en cuento el silencio transita y patrulla.
He terminado de hablar con ella. Y mi deseo es que este bien, y nada le pase. No sé qué sería de mí, si algo le sucediera. Escribo, y creo situaciones juntos, situaciones en la que nos damos el derecho de amarnos al caminar juntos en un parque que nosotros mismos nos inventamos ante la distancias.
Esa mujer sabe cuidarse, incluso me cuida a mí que la observo desde la mayor cantidad de kilómetros en otro continente.
La radio nos confunde a todos, manifiesta una canción. Ya ni se cuántos son los contagios. La violencia que aumenta contra otros que no se sabe a ciencia cierta si tienen culpa por demostrar. Y mis teorías como buen anarquista que soy de que Un poderoso, o varios lanzaron a la bestia maloliente como símbolo de la guerra, no bélica, sino económica. Total vidas sobran en el planeta.
Ella me envió fotos el otro día. No dejo de mirar su sonrisa. Es hermosa, pienso que si pudiera retratarla en un óleo quedaría en un retrato inmaculado para la historia, como lo fue la mona lisa. Es arte puro en su piel. Sus gestos al mover los músculos de sus mejillas, se bifurcan formando un hermoso interlineado que al ojo humano, y al ojo del corazón se ven preciosos, como una muñeca de porcelana recién nacida de su escultor.
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Editado: 30.04.2024