Las hermanas Burton no dejaban de temblar. La mayor, Maeriana, abrazaba con fuerza a su hermana menor.
Las personas que estaban en el sepelio charlaban animadamente, algo que no tenía sentido para las dos niñas descuidadas. A pesar de que todos estaban vestidos de negro, no parecía ser una ocasión triste. Maeriana tampoco lo pensaba. Sí, su madre había muerto, pero ahora ya no estaba sufriendo al menos. Algo es algo.
Su tía se había excusado diciendo que tenía que ir al baño, sin embargo Maeriana sospechó que había salido a fumarse un cigarrillo. Le daba gracia que su tía tuviera dinero para comprarse los cigarros pero no para quedarse con ellas y mantenerlas.
A pesar de ser una adolescente, seguía sin entender a los adultos.
Su madre se había muerto dos días atrás, y lo primero que hizo su abuela fue reír. Maeriana recordaba perfectamente la confusión que eso le dio. Acababa de morirse su hija mayor, y la abuela decidía soltar una carcajada.
-¿No entiendes, cariño?- le había preguntado a su nieta al ver su cara de desconcierto.
-¿entender qué?- le soltó ella. Su hermana menor aun no sabía de la muerte de su madre. Maeriana no quería lidar con ese problema y con la abuela en ese momento. De hecho, no quería lidiar con nada de eso por un buen tiempo.
Tal vez nunca.
Su hermanita la trajo de vuelta a la realidad.
-¿Mae?
La chica se arrodilló para quedar a la altura de su hermana. Colette podía tener once años, pero seguía viéndose de siete años. Tenía la piel de un enfermizo color claro, aunque sus brillantes ojos azules lo compensaban.
-Dime.
-¿Ahora..... somos huérfanas? ¿Qué haremos?
A Maeriona se le formó un nudo en la garganta. No supo como responder a eso. Sí, su madre había muerto y su padre había desaparecido seis años atrás. Pero aún había esperanza para ellas. Desde que tenía memoria había vivido con sus abuelos y sus demás tíos, aunque algo le decía que eso no iba a servir mucho.
Ninguno de ellos había mostrado mucha compasión desde que su madre habbía muerto.
Maeriona entendía que ninguno de ellos (incluso ella misma) tenía mucho dinero, pues no eran una familia rica. De hecho eran casi de los más humildes de la espectacular ciudad de Nueva York. Su tía Barbara, la hermana más cercana a su mamá, les mandaba dinero todos los meses. Maeriona lo sabía. Colette no, y tampoco lo sabían sus demás tíos.
Ni siquiera lo sabían sus abuelos.
A su madre nunca le gustó que se metieran demasiado en sus asuntos, y aun menos si involucraban dinero. Ya suficiente humillación había con que su marido la hubiera dejado con dos niñas en plena crianza.
-Yo..... No lo sé, Coco- dijo la chica, con el corazón en la mano. Al ver la cara de su hermanita, añadió algo desesperadamente- Pero tranquila. Pase lo que pase vamos a estar bien porque... porque estamos vivas.
Inmediatamente se arreíntió de haber dicho eso.
-¿porque estamos vivas?- repitió Colette, entrecerrando los ojos- Mamá no está viva. ¿De qué nos sirve estar vivas si no tenemos a mamá?
Maeriana se mordió el labio. Era la peor hermana mayor de la historia. Con dieciseis años seguía sin saber cómo consolar a una niña de once que acababa de perder a su madre.
En su defensa, pensó, Ella también la había perdido. Y ahora debía hacerse cargo de su hermana menor, porque si ella no lo hacía, ¿quién más lo haría?
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-Muy bien- anunció una señora que Maeriana recordaba a medias-. Soy Barbara. Su tía.
Colette funció el ceño
-Nunca te había visto- Dijo con cierta desconfianza. Su hermana no pudo reprenderla por ser grosera con la mujer. Habían pasado por demasiadas cosas ultimamente.
-¿Eras la tía que nos... mandaba dinero?- preguntó en voz baja con la esperanza de que Colette no oyera. La mujer se acercó un poco a la joven.
-Sí. Esa misma. ¿Tu hermana no sabe?- le respondió la señora que se decía llamar Barbara, susurrando- Pensé que tu madre les había dicho.
-¿decirnos qué?- preguntó Colette, y Maeriana se llevó las manos a la cara. No era un buen momento para decirle que la que había estado pagando la educación de ambas no había sido su papá, sino su tía. Eso hubiera humillado demasiado a su mamá si aun estuviera con vida.
-Creo que ya es hora que le digas- le aconsejó la mujer. Maeriana se masajeó las sienes, exhausta.
-Coco...- empezó a hablar, pero le falló la voz. Intentó de nuevo- yo... Mamá...Esta amable mujer, nuestra tía, le enviaba a mamá dinero cada mes.