Las semanas siguientes fueron una tortura para Colette.
Por suerte, no había escuela porque la Navidad estaba cerca, pero eso no impedía que su tía intentara juntarla constantemente con las demás niñas del pueblo. Hasta ese momento había conocido a tres chicas: Rose Townsend, que tenía diez años. (Era una pálida niña de cabello rubio como el de Colette, pero con unos ojos marrones y unas mejillas sonrosadas. Era bastante tímida, lo que irritaba constantemente a Colette). Dina, que tenía doce años y amaba con toda su alma a The Police (La niña aseguraba que era la mejor banda del mundo). Y por ultimo a Sadhana, una alegre niña que tenía demasiada energía para su gusto. Se la pasaba hablando de los chicos del pueblo, cosa que le importaba poco a Colette.
Maeriana, por el otro lado, estaba encantada. Barbara le había conseguido un trabajo a medio tiempo en el supermercado, que quedaba cruzando el ultimo puente.
Aún no se podía creer la buena suerte que habían tenido ella y su hermana al ser adoptadas por su tía, porque si eso no hubiera pasado, probablemente estarían en el Zion of Jerusalem Orphanage, o al menos eso habían comentado sus tías minutos después de la muerte de su madre.
Su familia allá en Nueva York nunca había sido muy amable con ellas, así que no los extrañaba mucho. Lo que sí extrañaba era el constante río de carros en la avenida, y los Bagels que su madre compraba en Zabar's cuando había una festividad.
Maeriana y Barbara se estaban llevando de maravilla. La chica notó rápidamente que su tía era amada en ese pueblo. Entre tantas personas que vió que hablaron con ella, a Maeriana le llamó la atención algo en específico: Barbara parecía tener una madre allí, la amable señora Williams. Debía tener unos sesenta años, pero se conservaba en buena forma. Todas las mañanas Maeriana la veía salir a caminar alrededor del pueblo, y luego comprar pan y llevarle un poco a Barbara. Le parecia raro que tuviera un papel más maternal que el que tenía su abuela allá en Nueva York.
Al día siguiente de llegar a SunBrook's, conoció a los vecinos: el edificio donde Barbara vivía tenía cuatro apartamentos. Uno de ellos era habitado por la numerosa familia Thomas: allí vivían una joven pareja, dos perros y cinco hijos. El mayor era Jude, un inteligente muchacho de la misma edad de Maeriana. Barbara sonrió con complicidad al ver el rubor de ambos jovenes al saludarse por primera vez. Al lado de los Thomas vivía una pareja de ancianos amigables. Y en el cuarto apartamento vivía una joven misteriosa que parecía tener no más de veinte años, era una chica reservada y un poco hosca.
Barbara les contó a sus sobrinas que había rentado ese apartamento cuando había llegado por primera vez, le había encantado desde el primer momento. Con el tiempo lo fue pagando hasta que finalmente era suyo. Era un tanto acogedor, a diferencia de los coloridos apartamentos que solían ver en la Gran Manzana.
Maeriana descubrió que amaba patinar en el hielo. En Nueva York, nunca había ido a pantinar, aunque siempre había soñado con ir al Rink de Rockefeller, la sensación del momento. La primera vez que lo hizo, se puso los patines con manos temblorosas. Su vecino Jude le ayudó a asegurarse bien de que no se fueran a zafar mientras patinaba.
-No nos gustaría que comocieras el hospital tan pronto- se justificó, murmurando más para sí mismo que para ella.
-Oh, claro que no- corroboró ella, sonriendo. Se levantó con dificultad, agarrada de Jude, y se introdujo en la pista de hielo, nerviosa.
A los pocos segundos, se cayó de trasero en el hielo.
Se empapó al instante.
Jude, ríendo, la ayudó a levantarse, diciendo que con el tiempo mejoraría. Maeriana esperó que así fuera. Ya de pie, trató de soltarse del chico, pero tan pronto lo hizo tropezó otra vez. Estaba tan nerviosa y avergonzada que solo se puso reír junto a Jude.
-Vamos, tranquila. Cuando le enseñé a Lily a patinar le pasó lo mismo.
-¿a Lily?- repitió Maeriana, sin entender
-Oh, sí. Lil es mi hermana menor.
-Ah.
-Vamos, es fácil- la animó-. Un pie adelante, otro pie adelante, y te deslizas.
Maeriana rió sin ganas
-Haces que suene tan facil- gruñó. Llegaron a tropezones debajo del segundo puente, y Maeriana decidió intentarlo sola. Una vez logró el equilibrio entre las rodillas y los tobillos, hizo lo que Jude le había dicho. Un paso adelante, deslizarse. Y lo logró. Jude aplaudió frenético, sus brillantes ojos azules destellaron del orgullo.
Las semanas pasaron. Llegó la navidad. Fue sorprendente la calidez con la que fueron tratadas las nuevas integrantes de la comunidad. Todos parecían tomarse muy enserio la llegada de las niñas. Eso conmovió el corazón de Maeriana. El de Colette... No tanto. La niña aún no estaba lista para darle una oportunidad a su nueva vida. Aún no se había despedido de su madre, su familia y de su antiguo hogar.